Crónicas de enamorarse de un actor (de los que te hacen volver a la escritura en prosa).  


 I

Durante unas cuantas noches tuve que conformarme con imaginar. Los días antes de verte no se ponían de acuerdo con mi percepción del tiempo. Todo era más lento a medida que se acercaba la fecha y hacía cada vez más frío en Bahía Blanca. El aura nostálgica del anochecer temprano me hacía desearte más. 

Nos conocimos una noche de agosto. Año 2023. Boliche con una estética soft-dark. Hacías el curso de bartender con una amiga que me llevó a conocer la fiesta platense. Me sacaste a bailar y nos besamos. Me acompañaste a fumar al patio. En algún momento te dije que soy de river.

-¿Y vos?

-Del pincha. 

Tomamos un trago en la barra, me contaste que estudiás inglés, te conté que estudio filosofía. Nos besamos otra vez.

Desaparecí al otro día. 

II

Retomamos contacto seis meses después gracias a la magia de la tecnología contemporánea. Te ganaste mi atención con tu manera de percibir el arte. Hablamos cada vez más seguido. Empecé a esperar tus mensajes que siempre llegaban cerca de las diez de la noche, horario aproximado en el que los dos nos desocupábamos. Tus textos se convirtieron en mi bandera blanca entre las guerras con la academia. 

III

Recuerdo haberte hablado llorando por estrés alguna noche en la que percibí alegría en tu manera de escribir. No sé si habías actuado, si te había ido bien en tu clase de inglés o si Estudiantes había ganado algún partido de la copa de la liga pero recuerdo que estabas feliz. Para el final de la noche yo ya estaba riéndome de algún juego de palabras en inglés de los que solemos inventar. Nunca supiste que te escribí llorando, no fue necesario contarte que estaba alterada para que trates de hacerme sentir bien. 

No adivinaste nada. 

Sentí ganas de ir a pintarte un amanecer en Romero para que cuando te despiertes al otro día contemples el fondo con tu tan bella y sencilla manera de ver el mundo. Más o menos a eso me refiero cuando te digo que te merecés el cielo.

IV

Mi cabeza era capaz de crear cada uno de los escenarios de los instantes del reencuentro: primero el momento en el que me siente en el colectivo y viaje con los auriculares puestos. Los imagino de color rojo, como los que ya se me rompieron. Entonces pienso que tengo que comprarme otros auriculares, no soportaría la tensión de crear escenarios ficticios mirando la ruta por la ventana sin música de fondo. 

A medida que disminuye la distancia entre nosotros, equivalente al largo de la provincia de Buenos Aires, crece la sensación de que el mundo es nuestro. Actuaste frente a cámaras el fin de semana pasado mientras que yo estuve practicando improvisaciones con un grupito de teatro al que me uní hace poco y ahora se acerca el verdadero showtime. En mis oídos suena un tema de KYR4 que mi hermano me mostró una vez y con el que me obsesioné un mes antes de viajar. Me adentro más en la ruta. ¿Cómo debería saludarte cuando te vea? Pienso que ojalá salga todo bien, que no se descomponga el colectivo o algo por el estilo, los motores suelen andar peor con el frío. Me doy cuenta de que estoy ansiosa, me tiemblan las manos. Tomo un trago de agua, respiro. Trato de calmarme. 

V

Planeamos distintas citas por mensaje. Me prometiste un daikiri. Imagino tus manos grandes y tus dedos largos envolviendo una botella de ron y vertiéndola con delicadeza en un vaso de vidrio lleno de hielo. Yo contemplo la escena y vos prestás atención a tu tarea, apenas levantás la vista para mirarme mientras llenás el vaso. Me pongo nerviosa. Sonreís.