III

Dividimos el cuero de la loba.

Para vos, el pelaje grisáceo

con manchitas marrones.

Te hace acordar a Margarita,

nuestra perra.

Lo sé porque llorás

cuando sostenes con fuerza

el nuevo abrigo que nos protegerá

de todo lo malo que va a pasar.

“Quiero ir a casa”

me decís.

Ojalá pudiera decirte

que todo va a estar bien,

que mamá está esperándonos

al final del camino de girasoles.

Pero ni yo estoy segura de eso.

Me envuelvo en la piel blanca de la loba:

si los rayos de sol quieren asesinarnos,

mi cuerpo dará aviso

antes del primer ataque.


IV

Llevamos los restos de la loba

hacia el centro del bosque

y esperamos que la última nube se oculte

para prender el fuego sagrado.

Extendemos la punta de nuestros dedos

mirando hacia el cielo

y hacemos un profundo corte,

como el que le hicimos al animal.

En latín

el infinitivo de ser y comer

es el mismo.

Dibujamos una espiral en la tierra

y recorremos cada vuelta

con nuestra sangre.

Este es el precio de la supervivencia

marcado en nuestra – verdadera – piel.