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Una grieta más en la ciudad

Camino por estas calles, vacías, camino solo. La única alma ambulante en esta ciudad, donde los autos vuelan con sus cuatro llantas a ras del suelo. 

Camino por estas calles mientras gotas de lluvia tocan mis pómulos. Inundan los baches, en ellos se refleja el brillo del cristal que brota de los edificios con cúpula plateada. Tienen tantos pisos que el último se pierde entre las nubes negras. 

Camino por estas calles de cemento duro como la almohada del hombre que duerme entre adoquines y sin colchones. Una tela cortada es el único paraguas que lo protege de este tormento de otoño. 

Camino por estas calles alborotadas de carteles que son más anchos que la avenida principal. Sus letras son claras, pero sus imágenes difusas. No sé de cuántos metros es esa hamburguesa, pero imagino que entrará por la puerta del local. 

Camino por estas calles, donde diversas manos estiradas pelean por ver cuál roza mi cuerpo. Algunas logran rasgar mi vestimenta. Otras caen como caen los pétalos de las flores en otoño, cuando ven que solo me queda un billete y no podré partirlo en varios pedazos.

Camino y veo en las esquinas una luz que obstruye mi visión. No veo quiénes ni cuántos, solo distingo chalecos, sombreros, paraguas y pies que entran de par en par en las cafeterías y restaurantes. Sus sonrisas son de acero y al mismo tiempo contagiosas. 

Camino y escucho sombras que alguna vez fueron almas soñadoras, pero que ahora solo son murmullos perdidos que no encuentran silencio. Vagan con los hombros caídos y la paciencia de quien sabe que, tarde o temprano, el corazón dará voz de mando y detendrá las piernas en una última caminata.

Camino, pero el billete que guardaba entre mis dedos se escurre de mis dedos como si también huyera de mí. 

Camino como aquella tarde que me dijeron “ya no más” y las oficinas se cerraron como puertas pesadas que ya no tuve las fuerzas ni supe cómo volver a abrir. 

Camino con la imagen de un hijo que ya no llamó, los abrazos que no me esperan, el aroma de un hogar que olvidé cómo era. 

Deambulo por ahí y las vitrinas me devuelven la imagen de un hombre que alguna vez fui, con mi maletín cargado y el traje con olor a vegetales. 

Mis pies pisan calles que antes solía mirar desde el retrovisor. 

Camino y el hambre golpea las paredes del estómago, me reclama un lugar que hace rato ocupa a medias. 

Camino hasta que mis piernas se doblan como ramas viejas. Ya no tienen la vitalidad del cuerpo atlético que era capaz de correr una maratón. No quieren asimilar que son el sostén de una sombra cada vez más oscura. 

Camino hasta caer en un callejón oscuro entre cartones deshilachados y bolsas que respiran más que mis pulmones. Me acurruco contra el viento como un animal herido. Me hago chiquito, doblo mis piernas y las entrelazo para darme el calor que perdí en el trayecto. 

Desde el suelo veo las luces de los edificios, besar las nubes. Están oscuras y siguen lanzando gotas que duelen más en los pies que en la cara. Veo las nubes tan lejos, tan lejanas, cuando de niño me parecía que, subiendo a la terraza del edificio más alto, se podían tocar. 

Desde el suelo soy un susurro más en esta ciudad que corre sin detenerse ni mirarme. Ahora camino solo en los sueños de otros. Ahora soy parte de estas calles rotas. Una grieta más que la ciudad aprendió a esquivar. 

Alan Valdivia

Licenciado en Comunicación Social. Escribo y leo. Me gusta el arte, la limonada y la música. Me pueden encontrar en ig como @alanescribe_ o en alguna fiesta bailando cuarteto.

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