Me desperté con un sobresalto, empapado de sudor, con un grito que me rascaba la garganta.
Me quedé un par de segundos en la cama, respirando con fuerza y agarrándome el pecho como si estuviera conteniendo un monstruo hambriento, o quizás estaba queriendo atrapar un sentimiento que estaba luchando contra mi interior.
—Sos una isla. —Me dije. —Sos una isla.
El dolor, el odio, la inseguridad, la frustración, la impotencia.
—Sos una isla. —Repetí entre dientes, haciendo más presión contra los sentimientos que luchaban por salir. —Sos una isla.
Llena de naufragios, con fauna tan bella como venenosa.
Una isla rodeada por tormentas y neblina, una isla que no aparece en los mapas y que hunde todos los navíos que luchan por llegar.
—Tengo miedo. —Susurré.
Y jamás me lo perdoné.