Algo pasa cuando me trago el dentífrico, no es el ardor lo que mueve la razón, sino la garganta infectada de menta, agrego un poco y puede ser mentol. Los dientes estaban blancos… comparados con el papel no tanto, escupo inmediatamente los rastros. Había combatido en un solo cepillado todo el sarro. No era un recorrido común, de esos que muestran en cualquier publicidad. Era sino, un letargo del habla, profundo, donde la meta no era desgastar el calcio, ni lastimar las encías, pero siempre ocurría…

Tener los dientes blancos era difícil, te costaban quince minutos de silencio, porque el dentífrico te quita la voz, más si se acumula en exceso. No es faringitis, ¡ya les dije a los médicos! Este es mi día quinientos. ¡No hay goteras! No hay lluvias, ni mares, ni ríos, ¡solo dentífrico! Todos fingiendo que éste puede reemplazarla… por eso lo bebemos. Si algo está mal, te dicen eso; «tragá», si estás a punto de colapsar, ¡llenáte de pasta dental! Y así la gente fue tragando la miseria, escupiendo el sarro y olvidando el agua. Un día una niña tragó demasiado y se ahogó, eso se rumorea, pero todos sabemos que murió intoxicada. Dicen que los peces mutaron y necesitan el doble. Por eso, todas las mañanas, cada habitante arroja baldes de dentífrico mentolado, algunos con sabor a cereza, otros no. Pero yo veo a los peces duros, tiesos, ¡dados vuelta, y con los ojos reventados! Quizás es solo mí impresión… Debido a que no hay mares, sino ocho mil tapitas de dentífrico (porque acá nadie los tapa). Volvemos con los pies sangrados si se nos ocurre ir a las playas, quizás lo merecemos. Se comenta que el mundo era distinto, a veces me dan ganas de no pagarlo (ahí digo el precio). No es gratis, tengo que comprar el kit que viene con los cepillos.

Si siento que me están estafando automáticamente me lavo los dientes, según todos es un pensamiento malo, y trago. Enmudezco por quince minutos, me lavo de nuevo, enmudezco por otros quince y así hasta cumplir veinticuatro horas. Quizás nos quieren callados, y está bien, sonriendo impresionamos mucho más que hablando. Al lenguaje o la expresión recurren los que tienen una dentadura «pobre» y eso sería humillante, fatal… Con tal de tener el sabor constante recurren al labial. Porque se volvió agua, comida, placer, ¡sustito del hambre y la sed, del pensamiento y de las ganas de crecer! Maquillaje con sabor a menta, ¿qué más pueden querer? Hasta los niños juegan con el:

—¡Mami! Hoy le di dentífrico a la muñeca.

—¡Que bueno! Ya estas aprendiendo, mi cielo. Ahora anda al baño, dale, te toca tu lavado, ¿y la merienda? Mira que las tostadas con dentífrico cuestan eh…

Es asombroso como la venta de detergentes fue disminuyendo y parece que la lavandina ha perdido su efectividad. ¡Arrasa con todo! Antes de acostarte, miras la luna y soñas en bajarla, solo un ratito, para absorber toda su pasta dental, ¡porque de ahí proviene el brillo! Por lo tanto al consumirlo nos convertimos en seres de luz.

Se vuelve una adicción. Trago, trago, ¡trago! Descubro que ya no duele, justo en el momento que caigo desplomada en el suelo.

“Disponible en todos los supermercados y almacenes”.

Brindando todos esos datos, hacen fila para salir intoxicados. El comercial había terminado, a veces me sentía culpable, por incentivarlos al daño ambiental y físico, por inducirlos al suicidio, pero se me pasaba al recordar que yo también hacía lo mismo, tragar dentífrico.

— ¿De dónde son? —preguntan.

Resucito un segundito, y atravieso el televisor para contestar…

—Hacemos envíos a cualquier localidad.

Esto sucede desde el día supremo, donde la realidad aprendió a convivir con la publicidad.

Si no van a comprar nada, por favor bajen el volumen, no quiero gritar, el dentífrico sensibilizó mis cuerdas vocales, si quieren… ¡también las vendo! Puede maximizar y globalizar el comercio…

— ¡Oferta de cuerdas vocales!

Lo que sea con tal de que exista el avance tecnológico y la modernidad…