—Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, ¡te gané estúpido! ¡Tengo seis!
—No me ganaste nada, esa está partida.
— ¿Qué decís? Nada que ver.
—Mirála bien, la otra vez me hiciste perder por la que estaba rota, te devuelvo el favor…
—Creé lo que quieras, para mí tengo seis.
Dejamos las mochilas en el piso, y empezamos. Yo quería que le dé justo en la frente para que el estúpido ese se cayera, pero primero debía levantarla. Y ahí pondría en práctica mi fortaleza, tenés que respirar hondo, observarla, visualizar su peso, comprenderlo, fragmentarlo, y luego tirarla hacia arriba como una presión que emerge, que se fortifica y crece. Es capaz de nacer en ese momento, es capaz de abandonar su condición de objeto, ¡debo escupirla! Porque quiero que se sienta merecida, debo decir que es mía, y ahí va eh… no me presionen, no se dan idea cómo la manejo.
— ¡Esaa! Te la creíste, fue un amague, nada más, ahora voy… la última vez que lo intento —presumí, me transpiraban las manos.
No pude levantar esa piedra de porquería. Siempre me pasaba lo mismo, soy bueno en acumularlas, y malo en saber aprovecharlas. Mi primo dice que ya voy a aprender mientras se me mata de risa en la cara. Él, en cambio, respira hondo y las levanta, como si se tratara de un bollito de papel. Me dejó el ojo morado, igual podría haber sido peor, ¿no?
Estoy contento porque ya tengo veinticinco piedras en la mochila, si sigo así voy a llegar al récord, me encantaría obtener cuarenta, en mi opinión falta poco.
Las recolecto como indican las «instrucciones santicas» en la mano izquierda tengo una balanza, en la derecha un «imán atrae rocas», nunca atrae nada, lo único que atrae son metales, pero bueno…
Acabo de encontrar una piedra que pesa cincuenta y ocho kilos, la más pesada hasta ahora, hice los ejercicios respectivos, deposité mi angustia en ella, le pegué la imagen de mis dolencias y finalmente estuve listo para cargarla, con mucha dedicación y felicidad.
— ¡Gracias Santa roca inmensa! —exclamo, mientras me quedo doblado y estoy por sufrir un posible infarto.
Pero, no… la «Santa piedra» o la «Santa roca», como sea, me ama y no creo que permita eso. En su lugar la tan venerada y misericordiosa me hace morir lentamente de angustia. Voy por la insatisfacción mil doscientas, acá somos todos creyentes pero no por eso dejamos de hacer cuentas. El día que llegue a la mil novecientos noventa y nueve finalizará mi percepción del dolor y se avecinará el momento, el más esperado de todos, cuando me transporte a otro mundo, capaz de padecer el dolor físico y abandonar el psicológico, el que explica la maldita razón de por qué sufrimos y por qué lloramos, la tolerancia ilimitada, ¡ay! Imagino todas las noches su llegada, dejar de pisar algodones y empezar a pisar cemento, darme la cabeza contra él y que arda. ¡Cuando no me importe nada! Y el dolor pueda darme una apuñalada en la panza, sin multiplicar los pensamientos mortificantes. ¡Rocas malditas! Espero que no me escuchen, no toleran los insultos, si llego a maldecir de más, me caen cientos de roquitas en los ojos. ¡Estúpidas! Sienten placer cuando me equivoco.
En fin, no estoy para explicar la psicología de una piedra inútil, así que volviendo a mi trabajo, olvido lo del rencor y digo que la amo.
— ¡Ay roca! Sos mi vida, no me revientes el ciático, subíte a la mochila.
Si bien no siento el dolor del nervio ciático, el cuerpo tiene sus daños… que no lo perciba no significa que no exista, eso nos enseñan todos los días en misa. Puedo ser devorado por una boa e ignorarlo, pero en un abrir y cerrar de ojos ya no estaría para juntar piedras…
Tuve que doblarme todo y dejarla en su hogar reconfortante y cómodo. En la mochila tiene el Cerro Aconcagua y la Cordillera de los Andes, no sé cómo. Ahora estoy viendo otra, debo charlar sobre mi angustia con ella.
—Eso de no sentir dolor físico provoca más dolor emocional, porque estoy la tarde entera pensando: ¿qué podría provocarme dolor y no lo hace? Un día hasta me levante diciendo: “me va a doler el brazo, me va a doler el brazo”. Me dí el brazo contra la pared y realmente no sé qué dolía más si el brazo o mis propios pensamientos. Cargo mis dolencias en la mochila y sigo caminando.
—Metéme en la mochila, metéme en la mochila —contesta, y yo le hago caso.
Hoy fui al bazar para comprar unas curitas, tengo todas las manos sangradas y no sé por qué. Si continúo así voy a quedarme sin ellas.
Hay una fila inmensa, todos con sus respectivas dolencias.
Maritza tiene una mochila oscura, eso significa que no muestra sus malestares, los oculta, los retroalimenta en silencio, es de esas personas negadoras. Aunque la esté pisando un tranvía va a decir que está bien, vende buenas curitas así que no me quejo.
—Gracias Maritza.
—Estoy bien.
—No te pregunté cómo andabas.
—Igual estoy bien.
¡Qué va a ser! La vida en las nubes es bonita, solo de vista… Cuando aprendes a tocarlas, en cambio, descubrís que su suavidad te brota las manos, no sentís comezón, enloqueces por hacerlo, te rascas, rascas, y necesitas sumergirla más. Finalmente, te das cuenta algo que te ocultaron por años, ¡las nubes están hechas de ácaros! Tampoco me quejo, solo convierto mis frustraciones en piedras y las acumulo sin restricciones ni reservas.
Mi mochila ya está por romperse pero sigo cargando más. Todos desesperados por acumularlas, hacer ejercicio, entrenar los músculos y apedrearse entre ellos, ¡qué profundo!
—Yo te tiro en la cara mis frustrantes.
— ¡Yo te las tiro en la boca! ¡Probálas!
— ¡Tragá! Tragá mi vacío emocional y empiédrate toda.
Es algo así pero sin sentir el dolor de los piedrazos, ¡imagínense cómo quedamos! Uno se sobrepasa porque no lo siente, entonces seguimos dándonos con un caño. No es metafórico, una vez le revoleé a mi primo un caño. El problema es que después nos apenamos:
— ¿A vos te parece? ¿Cómo mi primo pudo clavarme un caño en la axila? ¿Cómo no pude sentirlo? Y si realmente no lo sentí… ¿por qué ahora lo estoy lamentando?
Evitar el dolor físico no sirve para un carajo. Yo quiero llegar a la tolerancia máxima, donde no aparezcan los remordimientos, ni las frustraciones. Por eso estoy tratando de sufrir más y más, ¡y más! Para alcanzar la insensibilidad, o algo parecido. ¿Estoy confundido? A mayor suplicio… ¡mayor fortaleza!
—Piedras vengan a mí, ¡las quiero cargar!
Ya van dos veces que me tropiezo con ellas, eso quiere decir que voy por el camino correcto, supongo…
Las cargo en la mochila y empiezo, no paro hasta la sentadilla doscientos. Y uno, y dos, y tres, y cuatro, y cinco… estuve pensando añadirle peso a mis zapatos y correr hacia el primer acantilado. Caer en más piedras y seguir avanzando. No estoy enloqueciendo estoy respetando el “libro de la piedra”, donde dice que tiremos rocas sin parar ya que todos vivimos pecando. Quizás se lo tomaron a pecho y se excedieron, ¿la Muralla China? Un poroto al lado del pedrerío que tengo acá en la esquina.
Se comenta que vivir en el cielo, o en las nubes, es pacífico, pero hace dos horas y media que me encuentro entre el fuego de los pirómanos y las piedras de los traumados (me incluyo entre ellos). No hay ningún descanso, ni nada mágico, tierno esplendoroso o glorioso, solo un montón de locos. Desequilibrados tratando de escalar posiciones, buscándose enfermedades sin hallar ni una. Necesitamos concentrarlo en un dolor físico, ¡de inmediato! ¿Dónde demonios está “La señora roca”? No sabemos, supuestamente tiene jaqueca por escucharnos, ¿cómo hace para que le duela la cabeza? No tengo ni la menor idea, yo pensando que iba a aparecerse vestida de blanco con un aura a su alrededor, o al menos con los circulitos esos arriba de la cabeza, ¿cómo se llaman? ¡Ah! ¡Sí! ¡Aureolas! ¡Ni eso! Estaba en pijamas dirigiendo, porque no sirve ni para dirigir sola:
—Que este sea adicto al alcohol, que este necesite a los veintiocho años un riñón, a esa hacéla renga, a la otra bipolar, ¿y ven esa que está ahí? Esa va a ser perfecta, pero depresiva, se suicida a los treinta.
Necesito dejar un segundo esta paranoia, ¡me está matando! No puedo pegar ni un ojo. ¡Enloquecido! Pensando que me van a robar el pedazo de nube o mis cinco mochilas. Éstas se hayan en la caja fuerte. ¿El código? “estoy completamente frustrado”, luego recuerdo algo… ¿a quién demonios le gustaría arrebatar un par de traumas? ¡A nadie!
Tengo mil novecientos noventa y ocho insatisfacciones y sigo haciendo sentadillas.
No fue hasta la insatisfacción mil novecientos noventa y nueve que pude mudarme a la tierra. No podía creerlo, cuando me confiscaron la mochila, cuando me dejaron libre para… nunca supe para qué. Que importa, ¿no?
Corrí por todas las calles, miré a las nubes desde abajo, quise perforarme todas las orejas sin pensarlo, operaciones sin anestesias. Indescriptibles las dolencias, y todo… todo era perfecto, había conocido la tolerancia total. Hasta que… ¡boom! Llegó la boleta de la luz, la muerte de mi primo, de mi perro, y los ataques de pánico volvieron. La insatisfacción, la infelicidad, y… ¡me mintieron! Fue peor que estar en el cielo, ahora tenía un tremendo dolor emocional y lo segundo más insoportable de este mundo… un dolor de muelas.
Mudarse no resuelve un carajo, sobre todo cuando la Santa Roca se empecina en hacerte daño. ¡No hay soluciones! Para aclarar…. mi primo murió de piedras en los riñones, sus últimas palabras fueron:
—No aguanto esta mochila.
¿Por qué sufrió más que yo? Si él tenía el doble de rocas, y encima iba más a misa. ¿Alguien sabe cómo calmar el dolor de muelas? Y… ¿en dónde compro otra mochila? Necesito ofertas por favor, se cae a pedazos mi economía.