Nací pequeña. 

Nací pequeña en todos los sentidos.

Mis raíces no se expandían. Mis pies quedaban enredados en ellas, como si fueran una anomalía.

Cuando te conocí era otoño, y creí que era el momento de abrirme. Yo quería (y también pensaba) que podría hacerlo.

Pasamos estaciones así, descubriendo en el aire algo distinto, conociendo la melodiosa voz de distintas aves a través del otro… compartiendo el mismo pedazo de cielo y refugiándonos bajo la misma nube. Sin embargo, en ninguno de esos momentos me sentiste totalmente tuya.

Un día te acercaste, me miraste y me dijiste que yo tenía las flores más bonitas que hubieras visto jamás.

Recogiste mis pétalos caídos y entraste. Me buscaste una caja de vidrio y ahí los guardaste.

«¿Por qué querrías algo tan seco y sin vida?» te pregunté.

«Porque son la prueba de que no estás encadenada. Tus pétalos caen y vuelan con el viento para donde ellos desean; viajan hasta la ciudad, conocen lugares distintos, perritos, aromas nuevos y el viento de nuestro pueblo. Saben de la tomada de manos secreta de los vecinos y de la música que hacen las hojas de otoño al crujir.

Lo que aún no entendés, es que ellos son parte de vos. Vos podes ver lo que ellos ven, escuchar lo que ellos escuchan y sentir lo que ellos sienten.

Vos podes viajar hasta la ciudad, conocer el viento de nuestro pueblo y tomar mi mano secretamente.

De todas maneras, esta caja de vidrio es tuya; es tu mundo, es el que vos elegís. Vos elegís mirar tu entorno y no participar en el. Vos elegís no expandir tus tierras. Vos elegís ignorar que me querés. Vos elegís alejar tus dedos cuando ellos rozan los míos y evitas mirarme a los ojos mientras el soplar del viento nos lleva siempre a estar frente a frente.»

Mi respuesta fue «Perdoname, creí que podría, pero no puedo. Mis raíces son muy fuertes, y yo, muy pequeña. «

«¿Sos pequeña o esa solo es tu excusa para no salir de tus cómodas tierras?»

Y así, te fuiste.

Tal como viniste, en un día de otoño.

Yo ignoré tanto tu partida, no quería reconocer la verdad escondida en tu discurso. Pero la razón no mentía; y yo no conocía aún mi alma, mucho menos mi corazón.

Hoy estoy mirando mi caja de vidrio con pétalos marchitos, pero ya no los veo míos.

Sé que son tuyos, te los llevaste con vos el día en que te marchaste. Y sé, antes que todo, que son el recuerdo muerto de algo que tuvo vida; de hecho, tanta vida que no supe cómo manejarla.