Conocerlo me hizo dar cuenta de que mi corazón aún deseaba todas las cosas que por años me fueron negadas. De pronto mis pies atontados, acostumbrados a la rutina y al pesar, eran pies agiles y aventureros, que querían correr, descubrir, llegar. Mis ojos tan tristes e inconmovibles, de repente se detenían en la luz que se filtraba entre los arboles, en los niños y niñas que jugaban, todo me parecía una escena digna de una fotografía para exhibir. Era Eros, que había llegado a mi vida y se había ramificado como sangre en mis vísceras ocupándolo todo.