Hace días que estás apareciendo con una violencia que me deja intranquila.

Yo no te conozco y vos no me conoces.

 Pero estás ahí. 

Calculo que algo debe significar.

 El muñeco que saqué del frasco de vidrio que usé para guardar el porro y que estalló en mil pedazos, aparece todo el tiempo dando vueltas. Siempre queda a la vista, para que me de cuenta que estás en algún lugar cercano.

Quizá sea tu forma de abrazarme. Yo quisiera saber qué se siente un abrazo tuyo. Dicen que los abrazos de las abuelas maternas son los más reconfortantes, como si por un momento el mundo y lo que lo habita fueran hermosos.

Me gustaría hablar con vos. 

Preguntarte cómo fue que pasó todo. Si te dolió de la misma forma que me duele a mí. Si valió la pena darlo todo, aunque fuera por un segundo. Si en algún momento sentiste el amor, tan pero tan profundo, casi quemandote los huesos y por eso decidiste que sí. Y si te quedaste ahí, esperando de nuevo ese fuego.

Me gustaría preguntarte cuándo fue el momento exacto en el que se rompió algo adentro tuyo, si es que en algún momento se rompió algo, o si ya venía roto, siendo la herida una especie de arjé por la cual existimos.

El ositito me mira desde algún lugar de la habitación y siento que me decís que me mueva hacia algún lado pero no entiendo, ni tampoco sé, hacia dónde.