Hércules, para que no se piense que los semidioses crecían en los árboles, era en realidad, hijo natural de Zeus (que siempre andaba haciendo cualquiera) y de Alcmena, una reina mortal que pasaba por el Olimpo y justo se agachó a juntar flores, como ocurría muchas veces por aquellos días en la antigüedad. Como Zeus no podía hacerse cargo de todo, terminó siendo adoptado por Anfitrión, bisnieto de Zeus, que hacía pasar a todos a su casa, como su nombre lo indica, y por esa costumbre, a veces se comía algún garrón. Al nacer fue llamado por sus padres Alceo o Alcides (nada que ver con el bailantero). Al llegar a la edad adulta, Zeus modificó su nombre por el de Heracles, por ser servidor directo de la diosa Hera, legítima esposa de Zeus (cuando éste no andaba de levante). Como se puede observar, en el nacimiento del héroe, todo el Olimpo metió mano. A pesar de que vivió bastante confundido a consecuencia de toda esta movida, el pibe ligó bastante bien: virilidad, fuerza, coraje, orgullo, candor y vigor sexual fueron sus cualidades principales. Nació en la ciudad de Tebas, lo que reivindicó un poco a esta ciudad, si tenemos en cuenta que allí mismo nació el cachivache de Edipo. Tampoco para un aluvión turístico, pero Tebas zafaba…
La que no quedó muy conforme con este nacimiento era Hera; tengamos en cuenta que Hércules era una prueba de infidelidad caminando, por lo que primero trató de evitar su nacimiento, y más tarde, de atentar contra su vida, sin lograrlo. Años después, por un ataque de locura a instancias de Hera, Hércules mató con sus propias manos a su mujer, a sus hijos y a dos de sus sobrinos, que justo habían venido a tomar la leche; ya nos hemos referido antes a su descomunal fuerza. No ha quedado claro para la historia si mató a todos juntos (por aquello de “ahora me las van a pagar todas juntas”, como exclaman los asesinos en estos casos) o si lo hizo por separado, con más esmero. Tampoco se piense que los encerró en una casilla y les prendió fuego a todos; con el diario del lunes (y los fósforos) todos somos piolas.
Cuando recuperó la cordura (no del todo, si no, no habría historia) se aisló del mundo (lo cierto es que fue el mundo el que se aisló de él) y se fue a vivir sólo a tierras salvajes. Lo encontró su hermano Íficles (no pregunten de dónde vino éste, que me comprometen) y le aconsejó que visitase al oráculo de Delfos. En penitencia por su acción, la sibila le dijo que debería llevar a cabo doce trabajos que le impondría Euristeo, el hombre que había usurpado su legítimo derecho a la corona (suponemos que sería la de Tebas; acá no dice) y a quien Hércules más odiaba. Allí nació el famoso plan “Ahora 12”, vigente hasta nuestros días, si bien este último es para conformar a compradoras compulsivas.
Euristeo envidiaba la fuerza de Hércules (y se dice que otra cosa también) y cada vez que le encomendaba un trabajo, comentaba por lo bajo: “De ésta no volvés”. Los trabajos, de los que nuestro héroe siempre se salió con la suya, o acaso con la de algún otro, no importa demasiado, no hicieron más que convertir al chabón en un monstruo depredador. Repasemos: matar al león de Nemea y dejarlo sin piel; le cayó encima toda la Fundación Vida Silvestre. Matar a la hidra de Lerna, capturar a la cierva de Cerinea, capturar al jabalí de Erimanto…dejó tres ciudades sin atractivo turístico. Limpiar los establos de Augías en un solo día, tuvo más color, con la mugre que había por todos lados. Matar a los pájaros del Estínfalo alteró el famoso equilibrio ecológico; empezaron a proliferar toda clase de insectos y gusanos. Por capturar al toro de Creta, tuvo que enfrentar un piquete de vacas, con Creta a la cabeza. Robar las yeguas de Diomedes lo condenó a caminar por el resto de su vida; los caballos lo declararon semidiós no grato. Afanar el cinturón de Hipólita, el ganado de Gerión y las manzanas del Jardín de las Hespérides hicieron que se pusiera precio a su cabeza por chorro.
Las condiciones en que debió llevar a cabo su último trabajo hacen que el episodio semejara a las actuales telenovelas mejicanas: el can Cerbero, llamado también perro de los Infiernos, era tan espantoso que los vigilantes nocturnos prefirieron al gallo como el ícono que los representara. Era un monstruo de tres cabezas que echaba baba por las tres (a la vez); no contento con esto, tenía una cola de dragón de la que salían formas de serpientes, y su misión era cuidar la entrada a la mansión de Plutón (no confundir con el perro Pluto), también conocido por Hades (nadie es quien dice ser en esta bendita mitología griega; de ahí que sean todos mitos, o más bien macanas). Sin más protección que su piel de león (que era afanada) y sus flechas, (que eran propias), baja a los infiernos, como quien va a una discoteca a ver si se puso buena. Alcanza a ver a su amigo Teseo y a su cuñado Meleagro allí dentro. Trata de sacar a Teseo de ese infierno y provoca un temblor de tierra. Dispara una flecha a Plutón, que hacía puerta mientras el can Cerbero iba a orinar, y le da en un hombro. El dios (de pronto, como si no lo supiera) comprende el dolor humano y afloja, pone una mano (la sana) en su cadera y exclama: “Está bien, pero sin flechas; las dejás en el guardarropa”. Hércules tuvo que cachar al can del cogote (bueno, de uno cualquiera, porque tenía tres) y someterlo. Al sacarlo a la luz, desacostumbrado, empezó a echar la famosa baba, que dio origen al acónito, una planta de mierda venenosa. Cuando llevó al bicho a su empleador Euristeo, éste se agarró tal berrinche al comprender que nunca podría librarse del chongo, que tuvo que devolver al rrope adonde lo encontró, ya que ninguna ONG se quiso hacer cargo.
La muerte del héroe no fue menos melodramática. A ver: como ya dijimos, estaba casado con Deyanira, hija del rey de Calidón, Eneo. Hércules había matado a flechazos al centauro Niso, por haber querido abusar de Deyanira, aunque la verdad era que la mina estaba tan regalada, que hasta los centauros se tiraban el lance. Antes de morir, el centauro le dio a la mujer una droga que estaba contenida en su propia sangre, diciéndole que se trataba de un filtro amoroso, por si alguna vez Hércules la largaba o le metía los cuernos. Un día Deyanira le dio la cana con Yole, y le manda a su marido, de regalo, una túnica teñida con la droga. Hércules sintió terribles dolores y decidió morir (parece que fue lo único que pudo decidir en su miserable vida). Pero planificó con tiempo: preparó una pira y su cuerpo quedó reducido a cenizas. El cementerio era un poco complicado, geográficamente hablando: ribera del río Traquis, que brinda sus aguas termales a las Termópilas. (¡Sí, acertó, las de Leónidas!!!). Tanto griegos como romanos lo tuvieron en el listado de dioses, sin conocerse qué lugar ocupaba en el ranking. Se cuenta que en su divinización, el emperador Cómodo se revistió con sus atributos. Dicen que era lo que le quedaba más cómodo.