Tengo en mi poder un libro muy “simpático”. Algunos/as quizá lo conozcan, en especial si son maestros/as, profesores/as o intelectuales de la vieja escuela con una inquietud lingüística importante o con aires de persona culta.
Debe haber gran cantidad de libros como estos, empolvados en depósitos de antiquísimas bibliotecas. Todos, generalmente, con tapa dura como la mentalidad de la época. El título, de éste en particular, es imponente, dictatorial, fascista. Sin embargo estos libros fueron –y todavía quizá sigan siendo– la biblia de los cultos. Formaron a gran número de profesionales que a su vez impartieron sus conocimientos a alumnos/as, hoy ya mayores, que siguen transmitiendo esas ideas a sus hijos/as, y esos/as a los hijos/as de sus hijos/as y así…
Esta obra no tiene desperdicio. Y al contrario de lo que se puede creer no tiene nada de aburrida. La recomiendo para quien quiera destornillarse de la risa. Tiene fragmentos como éste:
O éste:
O éste:
Me gustaría compartir esta obra entera para saquen sus propias conclusiones y, como dije, se destornillen de la risa (si es que hacen la lectura que hago yo aquí).
Por suerte esas momias concepciones del lenguaje y la lengua han ido cambiando, y, en la actualidad se cuestionan muchos aspectos de la lengua madre. Ciertos “descalificativos” –que en realidad no son tales–, chistes y prejuicios de todo tipo, todos relacionados, de uno u otro modo, con el lenguaje, se están de a poco dejando atrás. Sin embargo no faltan las páginas y los grupos en redes sociales, dedicados a la “defensa de la buena ortografía y el buen hablar”. ¿Tan arraigadas están esas ideas?
Es común leer en algún link alguna cita de la R.A.E. para hacerle frente a ciertas expresiones que generan algo de rechazo. Me pregunto ¿por qué no son igual de comunes las citas de la Academia Porteña del Lunfardo –institución que también existe y es “más nuestra”–? Aunque la verdad es que cualquiera de las academias se queda corta a la hora de registrar el lenguaje que realmente se habla. Ese es el punto. (Referido a esto hay un ensayo muy interesante de Martín Caparrós titulado El idioma que de verdad hablamos. Lo recomiendo también para complementar.)
Tampoco faltan los/as que viajan más atrás en el tiempo y se encargan de desfibrilar a las lenguas muertas y dar cuenta de la genealogía etimológica de las difuntas. Me pregunto ¿para qué lo hacen? ¿Realmente tienen esa pasión filológica o quieren simplemente pasar por eruditos? ¿Les levanta el autoestima saberse más que los “bárbaros”? Y ¿por qué lo hacen de ese modo? Una reunión entre amigos no es el mejor contexto…
Aunque no todo es anacronismo. Este libro también tiene algunas joyitas muy actuales:
Queda claro que la riqueza del lenguaje no está precisamente en la censura sino en diversidad. Tiene más sentido así, ¿no? Esta bueno saber de dónde vienen todas las cosas. No lo discuto, los dinosaurios, las momias y todo eso; pero los contextos cambian y la lengua evoluciona y hay que aggiornarse –y esto no lo digo de manera preceptiva como la tapa de ese libro–.
Se me viene a la memoria un cuento que nos hicieron leer en la primaria una vez. Había una vez un señor que le quería cambiar el nombre a todos los objetos de su casa. A la mesa le quería poner silla; al techo, piso; a la puerta, ventana, y etcétera. Vivía muy feliz en su mundo alterno hasta que un buen día su casa se incendia o se inunda –no recuerdo bien– y se ve obligado a pedir ayuda a sus vecinos, los cuales obviamente no entienden un carajo lo que dice porque no habla como ellos. La moraleja de este cuento no sólo tiene que ver con las bondades y ventajas de la vida en sociedad sino con algo más terrible: la idea de que no se puede cambiar lo establecido. ¡Es curioso el mensaje! No sé por qué se me quedó grabado ese cuento, pero hoy creo que viene al caso.
En la actualidad se debate sobre si debe o no debe usarse el lenguaje inclusivo. A mi entender el lenguaje inclusivo es por lo menos un gran intento por cambiar una realidad solapada. Si se usa o no se usa; si se utiliza en ciertos contextos y no en otros; si se transforma con el tiempo en una especie de jerga o lecto, o se instala como un lenguaje aceptado socialmente, no lo podremos saber en lo inmediato. Lo cierto es que hay conciencia –que es muy importante– y que si se quiere cambiar de fondo la lengua y cortar realmente esos lazos coloniales que siguen condicionando nuestro pensamiento, como dice Martín Caparrós: “Sería conveniente que la escuela tomara cuenta del lenguaje que realmente usamos”.
Y una yapita:
(Texto publicado el 10 de Septiembre de 2018 en mi blog)