Al principio en Bahía Blanca la municipalidad tuvo la idea de sacar un crédito del BID para remodelar parte del centro, lo que incluía a la Plaza Del Sol. Como eso se hizo medio lento pasaron al plan B (cagate de risa): que un privado haga 150 cocheras subterráneas abajo de la plaza a cambio de la concesión de esas cocheras por 50 años. Hasta acá el manual de operaciones del Pro (en su actual morofología cambiemita) con sus construcciones engañosas de lo “público-privado”, donde lo público empieza a desdibujarse bastante, al menos como administración responsable del bien común.
Pero el “cagate de risa” es un poco más grande: el proyecto de las cocheras prevé bajar los desniveles de la plaza a ras del suelo y, pequeño detalle, sacar todos los árboles existentes. Esto activó críticas de los ambientalistas, que se fueron sumando a las de un grupo considerablemente mayor. La gente que vive en los edificios lindantes, como el Taberner, gente que constituye en gran medida el núcleo duro de sus propios votantes no ven con buenos ojos que le hagan una excavación de 5000 metros cúbicos al ladito de los cimientos construidos hace 65 años. Esto complicó bastante la cosa y los inversores empezaron a mirar de reojo el panorama, porque son inversores locales y al parecer no quieren quedar pegados ante la opinión pública en un proyecto que desde el vamos (y por varios aspectos) se recorta como polémico.
Pero el proyecto además de tener dudosas consecuencias en lo económico y urbanístico impacta en un aspecto sensible como es el cultural. Efectivamente la plaza tiene una historia compleja pero bastante rica, que el diseño minimalista y seco parecería venir a cepillar. Esto, amigues míes, no es un dato menor.
¿Por qué digo “compleja”? Porque si vamos a reivindicar la memoria colectiva no hay que soslayar que la plaza fue creada en un momento oscuro del país, específicamente en 1977. “Del Sol” es el nombre que se le puso en aquel entonces y que sobrevivió hasta nuestros días, pero hoy también es la Plaza De La Memoria, justamente por una operación de apropiación que hizo del lugar un gran monumento histórico. En los papeles es la Plaza Lavalle pero también es el escenario donde se desarrolló la mítica Feria De La Cultura durante los ochenta, en la que se destacaron figuras como el trafkinstar Mauro Fernández o el poeta Sergio Raimondi (que desde los edificios cercanos tiraba avioncitos de papel con poemas escritos), entre muchos otros. En síntesis: la plaza tiene una historia compleja que contiene varias plazas en su interior y que la estética del nuevo proyecto amenaza con desaparecer.
Y digo “desaparecer” y entiendo el peso político del término, no como Mario Minervino, que en la serie de notas un poco panfletarias en La Nueva Provincia sobre este mismo tema, cuando hace el relevamiento de la historia de la plaza, mete lo siguiente; dice: “En 1971 (…) la comuna improvisó un estacionamiento vehicular, gratuito y elemental. Durante años sirvió para eso hasta que salió el sol. En 1977 la firma Di Tullio…”, etcétera. ¿En serio Mario en el 77 salió el sol? Recomendación periodística: o manejar mejor el inconsciente o comprar una balanza digital que pese con más precisión las palabras y los juegos de sentido.
La cuestión es que todo este affaire en torno a las plazas posibles para ese espacio del centro de Bahía Blanca me llevó a revisar otra plaza, esta vez ya concretada, en el barrio porteño de Balvanera, porque permite que pensemos determinadas constantes que parecerían solo estéticas pero que sobresalen a la vez como políticas: esta última es también una plaza problemática, seca y del Pro. La diseñó el artista (y yerno de Mauricio Macri) Pablo Siquier y es la plaza que ilustra la vista aérea en la foto principal de este posteo.
Si bien las situaciones no son del todo coincidentes, la comparación sirve para proyectar un margen de posibilidades y sobre todo para entender qué concepción de lo público encierran estas plazas que más que puntos de encuentro son (o pretenden ser en uno y otro caso) un lugar de paso para estacionar un auto y una configuración visual para apreciar desde un dron. En esta nota de Rosaura Barletta se recopilan opiniones de los vecinos y creo que sirven porque en un futuro podrían ser las mismas de los habitantes del Taberner, si es que las cocheras se hacen y sus cimientos las soportan:
“Es una plaza que excluye a la gente, es una plaza que parece de paso porque no hay un solo lugar donde quedarse. Los usos básicos de una plaza porteña, en un barrio popular como Balvanera, son reunirse, tomar sol, tomar mate, leer un libro, jugar a la pelota. Acá es imposible”.
“Los caminos son tan angostos y tienen esas piedritas que mi hijo el primer día se raspó la rodilla. ¡Estos tipos odian el pasto!”.
La comuna 3, donde queda la plaza de Balvanera, es la segunda de la Ciudad en menor cantidad de espacio verde: 0,38 metros cuadrados por habitante, menos del 10% que lo que recomienda la Organización Mundial de la Salud. Los números de Bahía Blanca (y sobre todo los del centro de la ciudad) no son mucho mejores.
Dice Barletta sobre el final de la nota: “La inauguración de la nueva plaza volvió a poner en discusión una repetida demanda de los vecinos porteños: que la creación de espacios verdes tenga verde. Algo que el gobierno decididamente repele”. Esto nos lleva a pensar la demanda de los vecinos bahienses, que se están organizando para reclamar en contra de las cocheras pero sobre todo para que se valorice la plaza que está en virtual estado de abandono. La municipalidad decidió cortar el agua para que los trapitos no pudieran trabajar en el sector, por lo cual los árboles que todavía quedan no están siendo regados. Todo apunta a dejarla caer para proponer este tipo de intervenciones que encierra un negocio para unos pocos. Eso es lo que se debate por estos días: la fuente de agua (hoy seca), los desniveles, el anfiteatro (es decir, todo lo que proponen demoler), debería ser una posibilidad de encuentro y no una excusa para mandar las máquinas niveladoras.