El Arte ha muerto
En resumen: el arte caducó. Todo lo que la gente quiere es entretenerse, mirar a una pantalla un rato y olvidarse de la existencia. El preguntarse murió. ‘Introspección’ es una palabra demasiado larga como para que alguien recuerde qué significa.
Hay gente aburrida y gente que se muere por llamar la atención (así como hay, por ejemplo, sádicos y masoquistas), estos últimos encarnan a la perfección el drama de los medios: son capaces de gritar, ridiculizarse, y hasta poner su vida en peligro si creen que generarán alguna reacción en la masa informe que tienen los primeros por cerebro. Mientras tanto, la maquinaria sigue funcionando, generando merchandising siempre que se pueda, cooptando cualquier nuevo gesto de divergencia por más mínimo e inofensivo que pueda parecer y volviéndolo un nuevo axioma.
¿Cómo se combate cuando no hay enemigos?
El campo de batalla está lleno de cuerpos desmembrados: soldados, civiles, animales. No quedó nada más por destruir, el espectáculo es abrumador pero aún, espectáculo es, entonces interesa. Una historia sin historia es mejor que nada, sobre todo si dos por tres estalla algún tórax, se llena de sangre nuestra ropa, nos escandalizamos un poco o no nos damos ni cuenta, dependiendo de qué tan drogados estemos, qué tanto gore hayamos visto o si ese día alguien no nos saludó al entrar al trabajo.
Así las cosas, el arte está por ahí, flotando entre la belleza efímera de lo irrepetible y la desaparición absoluta del objeto mismo. De hecho resulta bastante lógico que en una época en la que todo se vuelve objeto de consumo la obra de arte desaparezca. Me gustaría creer que está esperando el momento adecuado o, mejor aún, que esa misma desaparición ‘representa’ algo. O quizás yo también estoy aburrido, inventando argumentos para lo que siempre fue batuta egoica disfrazada de eternidad.
