Es otra siesta de invierno. Un amigo sale de su casa y se detiene frente a la puerta de la casa de por medio. Golpea despacito, por los padres. El otro amigo susurra contra la puerta que ya sale, y se vuelve a buscar las llaves. Abre y se van juntos, hasta llegar casi a la esquina, donde hay un terreno baldío con yuyos altos, lugar en el que juegan a las búsquedas, o se refugian para hablar de compañeras o de extraterrestres, dentro de un claro fabricado por ellos para mayor comodidad. Están adentrándose, en el territorio abandonado a la naturaleza, sin saber aún a que han ido esta vez al campito. Antes de alcanzar el claro, el que lleva la delantera empieza a ver algo marrón y grande, y faltando sólo un metro y medio, para abrirse paso entre los últimos vestigios del ramaje general, la cabeza de un caballo irrumpe de la nada. Martín se asusta acorde a su edad, inspirando de golpe por la boca, y, sabiendo que se trata de un caballo, abandona el lugar corriendo, con la vaga duda de si debe huir o no de un caballo. Mauricio, Mauri, le copia, sin siquiera conocer la causa de la huída. Martín se detiene al otro lado de la calle, y mira hacia el campito, para ver si el animal sale o no sale. Apenas Mauri lo alcanza, él le cuenta lo que ha visto. Mauricio dice, «¡un caballo!», y ríe a carcajadas. A Martín le da una mezcla de rabia y risa, y justifica su reacción a la abrupta cabeza equina, que además de abrupta trató de morderlo, dato falso para validar el miedo, y que si él se ríe, ¿por qué no van de nuevo y él adelante?
Habiendo tenido que aceptar, Mauricio comienza a caminar seguido por Martín. Cruza decididamente la calle, y la vereda, pero a partir de los primeros ejemplares de maleza y cascotes, sus pasos comienzan a acortarse, perceptiblemente para Martín, que nada dice, porque piensa que un caballo puede ser tan peligroso como un monstruo, y no se ríe. Mauricio llega al punto de partida de su amigo, y comienza a distinguir algo marrón. Duda, quieto, justo en el umbral de lo desconocido, aunque se trate de un caballo. ¿Y si no fuera un caballo? Es un caballo, se dice mentalmente, y con un poco menos de miedo, abre la frontera con sus lampiños brazos. Ve un gran caballo marrón, ve la cabeza que asustó a Martín, la cabeza lo mira, Mauri no sabe qué hacer, si tomar distancia por las dudas, o acercarse un poco más y ver qué pasa, si conviene complacer las impaciencias de Martín o no, por no saber qué hará el equino si se asusta.
Martín junta coraje y se abre paso, hasta quedar justo al lado de su amigo, enfrente del animal. Y permanece igual de estático, sin saber qué debe hacerse, o qué no. De golpe, comprende que está frente a la oportunidad de evitar, o por lo menos de compensar, algo que todavía no es nada, pero que en el curso de ese mismo día, comenzará a nacer como nacen las anécdotas, una que siempre estará latente en su memoria, pero sobre todo en la memoria de Mauricio, quien podrá y lo hará correr a campito traviesa en su recuerdo, una que otra vez, durante el curso mismo del día, o a más tardar mañana, a la siesta, y también el mes que viene, y el año que viene, y el otro, y los otros, por eso lo que le conviene hacer, aunque no borre lo que pasó esa tarde, pero que sí se vuelva envidia de su amigo, en el curso del día, o mañana, y de ahí también en adelante, es justo lo que acaba de hacer, haber acercado la mano hacia un caballo, haberla posado sobre él, haberlo acariciado, seguir acariciándolo, cada vez con más confianza, mientras Mauricio no aguanta más y también lo toca, lo acaricia, el equino que relincha, los amigos que alejan las manos y se miran, casi ríen, pero no lo hacen por miedo.
Se preguntan de quién será, no puede ser de alguna casa de la cuadra, porque no es un animal doméstico para un patio como el de sus casas. Uno de los dos se lo imagina entrando y avanzando por el pasillo, husmeando las habitaciones, y se olvida por un instante del equino y suelta una carcajada, para el susto del caballo, que ha vuelto a relinchar, y el terror de su amigo que está a punto de dar un paso atrás.
No han hablado a nadie del asunto, piensan que de hacerlo les prohibirán jugar allí. Ahora van por la vereda, pensando que puede estar en el campito, dentro del claro, masticando alguna hierba del terreno, o echado, y por lo tanto más oculto.
No había rastros del animal. Rastrillaron en poco tiempo todo el baldío, luego yacieron dentro del claro, primero hablando de él, de su paradero, de si volvería. Después pasaron a hablar de sus compañeras. Así estaban divirtiéndose, uno a costa del otro, adjudicándose amoríos entre sí para que el otro rabiara o se sonrojara, según el vínculo. En eso estaban cuando apareció. Habían escuchado el rumor entre la vegetación, pero no tuvieron tiempo más que para detener la charla y apuntar sus cabezas hacia el mismo punto del ramaje. Terminó de aparecer y entró en el claro, despacio, ellos retrocedieron, arrastrándose sobre sus colas, el caballo se acercó hasta sus miedos, y se tendió. No se atrevieron a pararse, ni siquiera a moverse. Él los miró sólo un instante, después comenzó a mirar hacia abajo, a los lados. No sabían cómo actuar, y se estuvieron casi inmóviles y mudos por un buen rato, luego comenzaron a pararse lentamente, y fueron saliendo del claro como soldados en campo minado. Rápidamente uno le dijo al otro que no corrieran si el caballo reaccionaba. Lo oyeron levantarse, y seguirlos. Continuaron, rígidos, hasta alcanzar la vereda. El caballo no salió, los miraba, asomando la cabeza entre los tallos. Entraron juntos a la casa de Mauricio y en su pieza se doblaron de la risa.
Están sentados en el claro. Esperan que aparezca de un momento a otro. De tanto referirse a él como el caballo, han comenzado a preguntarse si tiene algún nombre. Acto seguido, se les ha ocurrido nombrarlo. Reverberan las carcajadas a lo largo y a lo ancho del terreno. De pronto, sin atenuarse, desaparecen. Igual que la primera vez, ha llegado y se ha tendido junto a ellos.
Cansados de la inmovilidad, han empezado a hablar y hasta a reírse con prudencia. Él los mira de reojo, o simplemente se recuesta. Se han animado a tocarle las patas y la cabeza, y no parece incomodarse. Hasta hablaron de montarlo, pero enseguida descartaron esa locura, además no está ensillado.
Hoy ha vuelto, y enseguida se han parado y lo han acariciado. Todavía siguen pensándole nombres, pero no se ponen de acuerdo.
Mañana se esconderán, uno en cada extremo del paredón del fondo. Cuando lo escuchen acercarse, lo llamaran con insistencia. Al primero que se acerque, le estará aceptando, sin saberlo, ese nombre.
Ya es mañana. Cada uno se encuentra en su cama. Ambos todavía lloran, secretamente. Más temprano, cuando escucharon las pisadas, comenzaron a llamarlo. Las pisadas no se acercaron más que un poco. Cansados de esperar, salieron a buscarlo. Alcanzaron la vereda, y vieron el sulky.
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