Rendida caía su cuerpo sobre aquella alfombra de flores. 

La luna iluminaba sospechosamente el cielo, que hacía perder su mirada encontrando paz en la magia del cosmo

El calor y los grillos de la noche la invitaban a reflexionar.

Necesitaba entender que ya no podía vivir de la autocompasión.

El cielo fue siempre tan profundamente sanador, que no entendía porque no lo contemplaba más seguido.

Mientas tanto, sus ojos pesados de tantas lágrimas derramadas no hacían más que alimentar esas flores, las mismas que la rodeaban…acariciaban y pinchaban su piel.

De cada dolor nace una nueva oportunidad, de cada noche de verano, una esperanza de ser feliz.

Se sellaron sus párpados y comenzó a manifestar… un mundo nuevo, dónde poder brillar.