Así, como las luces tintineantes del modem, las palabras se prenden y apagan intermitentemente en la poesía de Micaela. Porque de eso se trata, de recuerdos que retumban en susurros hasta consolidarse en un eco persistente, un eco que aparece de vez en cuando como una señal deseando ser codificada. Hay algo que nos hace humanos en ese flash, en esa imagen que se hace presente de nosotros mismos y que puede perderse en cualquier momento.

Concolino, en “Una máquina alojada a miles de kilómetros”, intenta concebir nuevas formas de pensar la memoria en términos actuales, preguntándose constantemente dónde está la frontera entre lo humano y la tecnología. Es una cuestión que rodea lo existencial: ¿Lo esencial puede cambiar dependiendo de las condiciones materiales? En este caso, sí. Hay una reivindicación de la emotividad, de las sensaciones, de la ternura y del afecto que rompen esa estructura de la máquina. La poeta marplatense rompe con aquella dicotomía que percibe lo tecnológico como lo insensible, lo mecánico como lo indiferente. Los dispositivos no sólo nos rodean, sino que son parte de nosotros. El lenguaje poético y el lenguaje analítico se fusionan. Hoy, somos un poco de aquello, un poco de lo otro.

Podemos pensar su poética como un microchip, donde lo propio se funde con la nano-tecnología. A partir de poemas breves, se construye un artefacto pequeñísimo que recopila información. Sin embargo, estos datos son profundamente íntimos y, por ende, relacionados a lo personal. Ahí es donde entra en juego, otra vez, la superación de ese límite que hablábamos antes. Pensamos esas películas ochentosas de robots asesinos e insensibles que no tienen la capacidad de conectarse con el mundo que los rodea, como si no hubiera nada de humano en ellos. Asociamos muchas veces la tecnología como un campo hermético donde la emotividad no tiene lugar. Pero no hay nada más alejado de eso cuando todos tenemos un microchip con un número personal, capaz de guardar en su memoria todos los contactos con los que tuvimos un vínculo alguna vez. Y así, estos poemas son guardados en la máquina alojada a miles de kilómetros, en el cuerpo que fue transformándose a lo largo del tiempo, en ese movimiento entre lo que uno era y lo que uno es, en el recuerdo que se que se dibuja y se reconstruye mediado por fotografías, chats y búsquedas de internet.

Pueden conseguir «Una máquina alojada a miles de kilómetros» (Halley Ediciones) por Mercado Libre, la Tienda Nube de la editorial, Didón Libros (Junín 82, CABA) y El gran pez.

*** TRES POEMAS***

Diafragma

una cámara nos recorta
a vos y yo del momento
un agujero en el espacio tiempo
voy a tener suerte
quizás quisiste decir

el olor de las bombuchas en verano
los escondites
las calles de tierra
la sangre derramada
diluyéndose en el agua
la sensación de que uno persiste
en las cosas que nombra

Acceso directo


crecimos pensando
que internet era una nube
una especie de portal mágico
donde nuestros nombres eran otros
no sabíamos que
un centro de datos consiste
en un millón de servidores
repartidos
en cuartos llenos de led
donde nunca se apaga la luz
ni siquiera en pleno día
los servidores se detienen
la acumulación de datos provoca
altas temperaturas
el zumbido de las máquinas
no se detiene
existen cuartos llenos de led
donde nunca se apaga la luz

Poesía automática


existe en Alemania
una máquina
capaz de crear poemas
en forma automática
y cantidades industriales
dicen que es posible escribir
un poema cada 30 segundos
seguro los alemanes tienen
una palabra en su idioma para decir
no sé si esta idea me fascina
o es totalmente absurda