Hace dos años comencé un proceso del que no tenía muchas expectativas y que sin embargo, generó y genera intercambios fructíferos, abre puertas y valida ciertos espacios. En este nuevo aniversario de mi participación en Trafkintu les comparto algunas reflexiones sobre el escribir.
El 2 de mayo del 2020 me encontró registrándome como usuaria de Trafkintu, sin saber bien que era y guiada por el hastío del encierro pandémico en su máximo punto, así me hallaba cuando me decidí a volcar al trabajo creativo rompiendo el muro que encierra las letras: el animarse a publicar, a ser juzgados por el espectador invisible, a dejarse leer por el navegante de internet, que también aburrido, tendrá que elegir entre las llamativas y acuciantes publicaciones de las redes sociales o adentrarse en las sensaciones de “Mitad” o en el debate político de “Crear una alternativa desde América Latina”.
Transmite cierta tranquilidad saber que el relato, el poema, estará cuidado por las transparentes paredes de la página y un montón de autores que compartimos el mismo sentir: necesitar el paso siguiente a la intimidad para medir el largo del esfuerzo que nos lleva escribir, borrar, releer, escribir, crear el poema corregido y los nudos sentimentales en el esófago.
Un 2 de mayo pero del 2022, pasado el Día Internacional del Trabajador/a me resuena en la cabeza un brote que me fue creciendo desde aquellos días en TFK, sobre todo luego de ver mi humilde paga por mis humildes escritos la primera vez (y ya van varias): percibir ingresos a partir de mis producciones.
Y lo cierto es que es algo descabellado pensarlo: inaugurada 46° Edición de la Feria del Libro de Buenos Aires con el estridente discurso de Guillermo Saccomanno, soñar con escribir y vivir de ello se convierte en un acto revolucionario para autorxs autogestionadxs en un mundo pos pandémico de ultra digitalización y ensimismamiento de la poesía a la enésima potencia de lo que puede ser; el desabastecimiento del papel y en particular en Argentina, dependiente de oligopolios (Ledesma, Celulosa Argentina) ata el precio del mismo al del dólar, lo que dificulta la edición y por ende la publicación de los libros, el escritor agrega que para una tirada de 2000 ejemplares de 160 páginas se necesitaría solo para el papel unos $150.000, una cifra elocuente en un país donde el salario mínimo vital y móvil no llega a los $50.000, sumado a que muchos escritores terminan por financiar con dinero de su bolsillo el proyecto a fin de ver publicado su libro. Es así, que se pone en relieve, con nombres y apellidos y propuestas o líneas de análisis un tema silenciado, del que ni siquiera se conoce su realidad pero que es claramente un emergente: la regulación por parte del Estado o no en la producción del papel, principal insumo editorial, con la finalidad de abaratar y/o influir en su costo de mercado. Aquí uno de los principales motivos por los que acceder, en primer lugar, y escribir en segundo, hacen del libro una entelequia del siglo pasado, solo posible como siempre, para los que pueden pagarlo.
TFK emerge como algo más, no solo como una respuesta auto gestionada a una faltante del sector (como si eso fuera poco) sino que se presenta como una manera alternativa y posible ante los monstruos dueños de todas las cosas, diría Walsh, que pueden decidir que es cultura, que puede ser impreso y que no, y a qué costo. En Trafkintu no hay criterios para la expresión, no existen límites que aten el poema, no hay quien o que encasille el relato, ni editor que elimine lo que le plazca; podríamos decir que es un espacio libre, de difusión y de intercambio como su etimología indica, y que se puede convertir porque no, en una experiencia concreta de organización colectiva y federal de autorxs ante éste y nuevos desafíos que nos encuentren.