¡Cuánto has vivido, Ernesto!
Y sin siquiera desearlo.
Centenario Ernesto, Erguido en hierro Ernesto,
Es un monumento a la vida tu existencia,
y con desesperanzas burdas erigiste tu torre de marfil.
¿Cuántos te han buscado para sanar su inminente cataclismo?
¿Cuántos acudieron en tu llamado cuando los acechaba el fin del hombre?
Muchos, y a todos respondiste con tus libros, con tu vida,
con tu batalla contra la ceguera, peleando contra la maquinaria.
Desde grandes lentes de ancho marco, con pupila insolada,
tus ojos parecieran llorar inexistentes lágrimas.
¿Lloras, Ernesto? ¿Derramas gotas de pena?
Si es así, que apaguen los incendios que circundan Santos Lugares
¡Pero tú no lloras! No son tus ojos los de la tormenta:
Es tu humana empatía la que llora, que truena, que se nubla.
¡Vuelve a levantarte, como siempre has hecho al ver revolotear las mariposas!
pues quedan ya pocas que no sean de cobre.
¡Vuelve en forma de barro, de sangre, de ciudad, de tango!
porque los derredores son abismos y solo tu ser nos sirve de resistencia.