La fricción de las ruedas con el asfalto era lo único que se oía esa noche, el coche estaba solo en la carretera. Paloma conducía por encima del límite de velocidad, la cena se le había demorado y llegaba tarde a su nuevo trabajo. Tenía muchas dudas alrededor de este, pero ahora que se había decidido, quería dar una buena impresión. Un poco también, temía por lo que podía sucederle si no asistía a tiempo.

Dejó atrás el pueblo y buscó la salida correspondiente en el mapa digital del coche. La primera llamada había sido gracias a su primo, que vivía en Tulum y sabía de sus problemas laborales. Un europeo con el que se acostaba había preguntado por gente para un encargo sencillo y le había pasado su contacto. Le había jurado que no era nada peligroso, pero desde el vamos sospechaba que era algo ilegal.

Bajó la velocidad y dobló hacia el camino de ripio que iba de la carretera hacia la costa. No había iluminación ni señales, el sitio perfecto para una emboscada, pensó mientras se dirigía al embarcadero. El primer encargo había sido conducir de un lado a otro, llevando cajas y bolsas sin que nadie le dijese qué estaba sucediendo. Al final del día, cuando llegó con otro paquete a un aeródromo privado, conoció al Gringo en su avión, que se presentó como Jon.

Él pagó por los fletes más de lo que hubiera conseguido en cualquier aplicación, dinero que depositó en su billetera virtual. El pedido de discreción sobre lo ocurrido fue otra alarma que se le disparó a Paloma, aunque vino acompañado de un segundo encargo mejor pago aún. Cuando le llegó la dirección de aquel sitió recóndito, a tres horas de su hogar, la carcomía el miedo, pero la tentación del dinero pudo más.

Dejó a sus hijos con una vecina, a quien le dijo a dónde iba por precaución. En el mensaje también le había solicitado sus medidas corporales, lo que sumaba a la desconfianza de que se encontraría allí. El alambrado del lugar apareció al costado del camino y en breve estuvo frente a la barrera de acceso. Esta se levantó pero no había nadie en la cabina de seguridad, el lugar entero parecía desierto e incluso tenía varias ventanas tapiadas.

Se dirigió al único galpón iluminado y buscó un lugar donde estacionar allí. Dentro, el Gringo Jon se hallaba sentado sobre cajas, otra grande le hacía de escritorio para pantallas, dispositivos y una cartuchera con su pistola. Revisaba que la lista de carga estuviese completa cuando Piloto le avisó del ingreso de Paloma. Se levantó y le gritó a Alexei que terminara el control mientras la recibía.

—Más te vale que sea de fiar— le respondió con su tono monocorde de bocina, que aún así transmitía el desdén que sentía por el lenguaje de los simios.

Jon frenó y miró al androide con una sonrisa.

—Mucha paranoia, hermano— rio y siguió hasta la entrada del edificio.

Afuera, Paloma esperaba frente a la puerta y se alistó cuando escuchó el ruido de apertura. Jon le extendió la mano y la invitó a pasar. Entraron y vio pilas de cajas embaladas, las letras en estas eran de algún idioma asiático y le resultaban inentendibles. El olor a algas se sentía fuerte, así como el ruido de las olas del mar. Era el muelle del embarcadero, pensó, esperaba que para el trabajo no tuvieran que zarpar.

—Puede dejar sus cosas allí— dijo Jon mientras señalaba el cobertizo en un rincón. —Hay un armario con llave, dentro están su ropa y accesorios de seguridad.

Paloma lo miró con preocupación, pero antes que emitiera sonido Jon se le adelantó.

—Es por precaución. Es un trabajo de carga, sencillo, y usará garras mecanizadas. Si puede conducir un coche, manejarlas le será intuitivo. ¿Está bien?

—Sí— afirmó tras cortar sus dudas con ímpetu. El viaje ya estaba hecho, ¿cuán difícil podría ser la máquina? No le pagaría de otra forma, o más bien no quería averiguarlo. —Si es fácil como dice, no veo por qué no.

—Excelente, la veo frente al barco cuando esté lista— le indicó Jon y agregó: —Muy importante, no lleve nada electrónico porque produce interferencia. Deje cualquier cosa del estilo en el armario, gracias.

Con eso, Jon se perdió entre las cajas ante la consternación de Paloma. Ella se resignó a lo pactado y se dirigió al cobertizo en búsqueda de su equipamiento. Era una oficina, aunque se usaba como depósito por las pilas de objetos sucios sobre los muebles. Levantaba polvo por donde tocaba, pero dentro del armario encontró las cosas en buen estado: un overol gris con capucha, botas, guantes, antiparras y un protector auditivo con micrófono.

Agradeció no tener que quitarse más que los zapatos, pero decidió que no dejaría su celular. Lo apagó y guardó dentro de su sostén, donde no pudiera molestar. Ya toda la situación era demasiado extraña como para cortar el único contacto que tenía en caso de que algo saliera mal. El Gringo parecía una persona amable, pero las apariencias pueden engañar y una sola palabra, capaz de cambiarlo todo.

Salió del cobertizo y cruzó el muro de cajas que, supuso, debería mover. Al ver las garras entendió cómo, aunque no se sentía confiada. La máquina tendría tres metros de alto, una cabina que no era más que una jaula, dos brazos hidráulicos con las dichosas garras y varias ruedas en disposición circular. Junto a ella había otro robot, más pequeño pero también imponente, que parecía vigilarla mientras se acercaba.

Jon, que se hallaba de nuevo con las pantallas y auriculares, se levantó al verla.

—Muy bien, empecemos. Esas cajas detrás suyo van en el barco detrás mío— le gritó mientras se acercaba. —Para cargarlas, va a utilizar el transportador aquel. Solo tiene que tomarlas y cargarlas por popa, la rampa soporta el peso de la máquina sin problema. Son dos horas de trabajo máximo, como llegó con tiempo puede ponerse a practicar tranquila. ¿Alguna duda?

—¿Me puede explicar como se maneja? En mi vida vi uno de estos— le dijo con sinceridad, aunque se frenó al momento de preguntar por el otro aparato.

—Claro, sígame— respondió Jon con un ademán. —El sistema se controla mediante lectura corporal y pedales. Dentro de la cabina tiene arneses, una vez colocados estos son los que toman la señal. Los pedales hacen contacto en la punta y el talón, así cambia la velocidad y controla la dirección junto con los hombros. Hay un cable de alimentación, pero encontrará que su extensión no es problema para el trabajo.

Paloma escuchaba a medias, distraída con sus pensamientos. El Gringo debía tener mucho dinero con todas esas máquinas y el barco. ¿Quería saber cómo? Ese robot la seguía con el lente de su cámara, su cabeza giraba también. Cuando le pasaron por al lado, dio media vuelta, lo que la asustó. Jon ignoró la situación, abrió la puerta de la cabina, sacó la escalerilla y le hizo un gesto para que subiera.

Ella trepó y, al sentarse, notó las cintas que había mencionado Jon. Se abrochó el arnés del torso y Jon le indicó que cerrará la puerta. Él se colocó los protectores de oído y Paloma lo imitó tras trabar la cabina. Algunos botones de esta mostraban símbolos similares, otros tenían un papel pegado encima con palabras en español. Uno era el encendido, ese apretó y los motores despertaron con un ruido tremendo.

Se acomodó en el asiento y toda la máquina se sacudió.

—Hay un botón que desactiva el sensor en esos casos— le dijo por radio el Gringo. —Pruebe el movimiento de las garras y el de las ruedas.

Él se había movido junto a la rampa del barco, pero el robot continuaba cerca, su cámara sobre Paloma. Ella no le dio importancia y colocó los brazos en los guantes electrónicos, largos hasta el codo, que se encontraban a sus costados. Practicó flexionar y extender los brazos, juntarlos y separarlos, abrir y cerrar las garras, avanzar y retroceder con los pedales. Intentó el giro y le salió más suave, por lo que se sintió preparada para enfrentarse a las cajas. Se dirigió hacia estas y observó que tenían unas placas de metal debajo.

—Creo que estoy lista— le avisó a Jon, —¿tengo que agarrar estas cajas desde abajo y llevarlas al barco entonces?

—Así es, las apoya contra la pared del fondo y va completando el espacio. No deje mucho lugar entre estas o no le alcanzará, pero tenga cuidado: son instrumentos delicados los que están embalados allí. Alexei le indicará qué cajas ir cargando, yo voy a continuar con mi trabajo. Si necesita algo me llama.

Paloma no pudo contener una breve risa.

—¿Le puso nombre a su robot?

—Ya lo tenía cuando lo conocí— deslizó sin pensar el Gringo, y volvió a su caja repleta de aparatos, conectó sus auriculares a uno y comenzó a tocar varias pantallas.

Paloma lo observó mientras tecleaba, se preguntaba cuánta de la distancia que mostraba era impostada y cuánta su personalidad. Un pitido la hizo sobresaltar, giró su cabeza y vio al robot junto a una caja, la señalaba. Debía ser un aviso de llegada a destino, se dijo a sí misma, y se dirigió hacia esta. Alexei era llamativo, lo analizó, cubierto de adornos y dibujos, pero dejó de mirar cuando notó el cañón bajo su brazo izquierdo.

Procedió a tomar la caja con cuidado, la advertencia sobre su delicadeza en mente. La alzó y rodó hasta dentro del barco, donde la apoyó en un rincón. Alexei estaba detrás cuando giró, y la siguió tras su descenso por la rampa para señalarle otra caja. Allí fue y repitió el procedimiento, sus movimientos más fluidos con la práctica. Se preguntó qué clase de equipos necesitaban un guardia armado, o si era uno solo para el caso.

Hizo a un lado esas preocupaciones y siguió: mientras más rápido terminara el trabajo, más pronto dejaría de ser su problema. Tras la tercera caja, Jon dejó de prestar atención a los sensores de movimiento instalados en ellas, que indicaban un manejo tolerable por parte de Paloma. Reabrió los mapas donde rastreaban junto a Piloto las patrullas guardacostas y continuaron con el armado del derrotero del bote.

Tras media hora, un mensaje de Alexei los interrumpió: había detectado que Paloma tenía un dispositivo electrónico oculto bajo su ropa. Jon le pidió una verificación, ya que los lectores funcionaban sin interferencia. Estaba apagado, aclaró, pero el espectro era inconfundible. Preguntó qué debía hacer y Jon le indicó que nada, ella seguía haciendo su trabajo. Piloto se ofreció a revisar su coche y se desconectó de la garita de seguridad.

Jon hubiera preferido que se quedara en posición por si aparecía alguien más, pero se dedicó a la tarea, atento a cualquier actividad inusual en la bahía. La carga continuó caja por caja; infiltrada o no, Paloma cumplía con lo estipulado. Tras otra media hora, Piloto reportó que no había nada en el auto, pero había revisado su historial de ubicación: estuvo cerca del palacio de la policía en Santo Domingo tras el mensaje de Jon.

—¿Cuánto más tarde?— escribió intrigado Jon.

—Mil trescientos cincuenta minutos, capitán.

—Podría ser cualquier cosa, es una zona céntrica— respondió tras un momento de reflexión. —Cuando terminemos el encargo decidiremos, por ahora no hay nada qué hacer.

—De acuerdo, la mantendré vigilada— aseguró Alexei, y la conversación se detuvo.

La carga siguió media hora más, cuando la última caja estuvo en el barco. Paloma se felicitó a sí misma por colocarlas con espacio de sobra, le había tomado la medida y gusto a las garras. Bajó por la rampa y notó que Alexei se quedó a bordo, sujetando el cargamento con cuerdas. No era solo un guardia, pensó mientras frenaba. Abrió la puerta de la jaula y bajó de espaldas la escalerilla, lo más complicado de la noche.

Se dirigió a Jon, que continuaba absorto con sus auriculares. De repente levantó la vista, sonrió y se quitó la vincha mientras se levantaba.

—¡Genial, lo hizo en hora y media!— le gritó mientras se acercaba. —Le dije que eran sencillas de aprender. ¿Agua embotellada? Es lo único que tengo para ofrecer.

—Gracias, sí— aceptó sedienta y extendió su brazo para tomarla. —También tengo que ir al baño.¿Dónde se encuentra?

—Junto al cobertizo hay uno.

—Perfecto— dijo al terminar de beber, —iré cuando busque mis cosas entonces. Quería agradecerle por la oportunidad, realmente ha sido un trabajo placentero.

—Lo mismo digo, nada más bello que un cronograma en cumplimiento— sonrió el Gringo y le dio un papel. —Esta es su parte por el encargo, la frase es la contraseña de la cuenta donde está depositada. Puede acceder a ella desde su celular ahora, así queda todo en orden.

Los ojos de Paloma se posaron sobre la cifra y su respiración se le cortó. Sabía que era bastante, pero convertida a pesos dominicanos tomaba dimensión: suficiente para renovar el coche a un último modelo, los gastos de su hogar por varios meses, cuántas otras posibilidades. La duda ardió de nuevo, el miedo de lo que podía traer ese don. Tragó saliva y decidió enfrentar las consecuencias antes que vivir bajo la sombra de su decisión.

—Muchísimas gracias, Jon, esto es una fortuna— comenzó vacilante. —Disculpe mi atrevimiento, pero es que la situación es un tanto particular. ¿Debo preocuparme por este dinero?

Jon la miró con su sonrisa como escudo, le pareció más falsa que en otros momentos de la noche.

—Para nada. Si lo que le inquieta es el origen de los fondos, esto es un envío para un proyecto de investigación universitario. Las cajas contienen material de laboratorio que, como notará, provienen de Japón. Pagan bien por el manejo en una zona tan distante para ellos.

Una parte de Paloma se conformó con la explicación, pero otra seguía incrédula.

—¿Tanto, de una escuela? O sea, debería trabajar mucho tiempo para ahorrar esto.

—Eso es porque ese dinero no es un salario, es su parte del trabajo. Si le pagara como operaria no cubriría ni su costo de traslado hasta aquí. Puede parecer mucho, pero es el ocho punto sesenta y dos por ciento del proyecto, que se cotiza con el costo de la mercadería trasladada. Por esto espero absoluta confidencialidad, el hablar de los envíos es un riesgo de seguridad.

La historia no le cuadraba del todo, pero Paloma le dio el beneficio de la duda a Jon y su dinero.

—No diré nada, no se preocupe— dijo ella con delicadeza. —Iré a buscar mis cosas, así reviso los datos de la cuenta. Ya vuelvo.

Caminó por el galpón casi vacío hacia el cobertizo y se encerró allí. Alexei envió nuevamente un mensaje al grupo.

—Trató de obtener información sobre nuestro grupo, sus intenciones son claras. Las medidas a tomar, también.

—Podría descalibrar el navegador de su coche para que confunda su posición— sugirió Piloto. —El accidente en su trayecto de vuelta no despertaría sospechas, tal vez hasta ni queda evidencia.

Jon tecleó fastidiado.

—Piloto, no alimentes la locura, no hay ningún peligro que amerite medidas extremas. Si les parece que la situación es grave, le escribiré a Okada para que decida. Esta es su operación, no nuestra. ¿”Posible infiltrada” les parece adecuado como resumen?

Ambos estuvieron de acuerdo y Jon envió la consulta por mensaje cifrado. Volvieron a sus tareas, todo seguía igual de tranquilo. El bote se encontraba cerca y el barco casi estaba en condiciones de partir. Paloma salió del cobertizo y fue al baño, sin percatarse de las miradas sobre ella. La respuesta de Okada no se demoró mucho más y Jon la reenvió a la conversación del grupo.

—La puerta controla el acceso, aunque deba dejar de ser— era su única respuesta.

Jon se frotó los ojos, las cejas y la frente.

—¿Qué quiere decir esto, Alexei? Son tu gente— escribió.

—No lo son, te recuerdo que me expulsaron de la Universidad— aclaró. —Si fuese mi tía diría que nos dio aprobación, pero a Okada no la conozco tanto.

—Piloto, ¿alguna sugerencia?

—Los enigmas no son lo mío. De cualquier manera tendremos que irnos a otro sitio para un nuevo despacho, resolvamos eso.

—Es cierto, a eso debe referirse ella— notó Jon. —Bueno, cuando busquen el cargamento nos moveremos. ¿Saint John les parece bien?

No hubo objeciones al lugar, pero Alexei insistió cuando Paloma salió del baño y fue hacia la puerta, con un pulgar en alto y a los gritos de despida con Jon.

—¿No haremos nada con Paloma? Desobedeció un pedido expreso y es un riesgo para todos.

—Potencial riesgo— lo corrigió Jon, —y mejor no hacer nada. Que siga así, en el caso de que haya problemas, estaremos muy lejos para cuando importe.

—Entonces, ¿dejo que se marche?— preguntó Piloto.

—Sí— le confirmó. —Todavía creo que es una sobrerreacción, pero en el estado de alerta actual no hay muchas opciones. Ya suficiente castigo será para ella la oportunidad que perdió, aunque no vaya a saberlo. Tal vez en el futuro la contacte para otro trabajo, no será con la Universidad, eso seguro.

—Yo antes prefiero las sabandijas— continuó Alexei. —No van con las autoridades, y si alguna trata de morderte, solo le quiebras el cuello y consigues otra como si no hubiese pasado nada.

—Siempre alguien se preocupa, hasta contigo sucedió— señaló Jon. —Piloto, trabajaremos en el plan de vuelo y los preparativos hasta que lleguen. Alexei, ¿está la carga preparada?

—Lista para transporte, capitán.

—Bueno, sin tareas entonces.

Alexei bajó del barco y caminó hasta una toma eléctrica, donde se conectó. Antes de entrar en reposo, le advirtió:
—No es tu vida la que está en riesgo, recuérdalo.

No dijo nada cuando Piloto anunció que Paloma se retiraba, sumido en su trance, o cuando Jon avisó que llegaba el bote de la Universidad. Piloto rodó para la recepción en su lugar y se instaló en la grúa del muelle. Levantó la canoa cerrada del agua y Jon la empujó hacia la cubierta del barco, donde la apoyaron.

Del bote salieron dos personas, pequeñas y secas como Piloto, aunque tenían patas con paletas en vez de las ruedas. Una sujetó el bote a un poste y se dirigió hacia el timón, mientras la otra fue con Jon a revisar la lista de carga. La firmó como aprobada sin decir palabra y el encargo se encontró completo de su parte. Las tripulantes ahora llevarían el barco hasta Bahía Tesoro y la Universidad expandiría su laboratorio.

Bajó por la rampa y la quitó, mientras Piloto reactivaba a Alexei. Entre los tres, quitaron las amarras y el barco zarpó hacia la oscuridad de la noche. Paloma todavía no había regresado a su hogar, soñaba despierta en la carretera con lo que harían y el prospecto de nuevos trabajos, cuando los tres abandonaron el embarcadero rumbo al aeródromo. Así era la vida nómada y clandestina de esos amigos de robots, proveedores de la Universidad de Norman Island.