24 Horas en la Tierra… (Introducción al libro)

Diseño de portada Mica Fernández.

24 horas de acción en tiempo real, en 24 capítulos… Aquí, los primeros 6, gratis…

Cuatro autómatas provenientes de un planeta gemelo a la Tierra (Xinebia), ubicado en nuestro mismo sistema solar de manera fantasma, llegan con su nave a Buenos Aires persiguiendo a Lhexia -una emisaria enviada por una cofradía científica de humanos xinebianos-, esta persecución espacial se inició porque el escape se realizó sin autorización de la entidad suprema LYS, quien tiene el control de ese planeta. La irrupción de estos seres extraterrestres, es combatida por fuerzas militares argentinas con consecuencias catastróficas para los residentes, porque además, estos comienzan a sufrir el hostigamiento de usurpadores energéticos maléficos, que se valen de tal situación para generar un gran caos en la población. En tanto esto ocurre, la emisaria xinebiana intenta contactarse con pares de buena voluntad, que le ayuden a cumplir su valiosa misión, sin traicionarla.

24 horas en la Tierra…

Una novela de Osvaldo Roble

Acción desarrollada en tiempo real.

Derechos reservados. Legajo N°: RL-2020-70174483-APN-DNDA#MJ

“¡Humanidad! Tenemos un mensaje de otro mundo, desconocido y remoto. Se lee: uno… dos… tres…”

                                                                                                                                                         Nikola Tesla

DESIERTO DE ATACAMA – CHILE

OBSERVATORIO ASTRONÓMICO ALMA

SEGUNDO DOMINGO DE NOVIEMBRE

Hora 23.45

En este sitio del hemisferio sur, las noches saturadas de diáfanas estrellas, permiten ver el universo a través de gigantescos radiotelescopios, desde aquí, penetramos en espectaculares vistas nocturnas, en busca de indicios que nos revelen nuestras perennes incógnitas: ¿De dónde venimos?… ¿Hacia dónde vamos…?

Congregados por el interés científico, varios países destinan recursos y profesionales para la exploración del espacio exterior. Dentro del complejo de investigación estelar, formado por múltiples radiotelescopios, cientos de ingenieros vistiendo guardapolvos, cofias y barbijos -como si estuvieran en un gran quirófano- deambulan por los pasillos internos revestidos de módulos electrónicos y en especial, en la sala de detección infrarroja; aquí, el silencio domina los espacios y el clima artificial, los invade… Con sus pisadas amortiguadas por calzados asépticos, cada técnico desempeña su rol enfrascado en su propia rutina, aunque en este preciso momento, la serenidad se ve perturbada, cuando una de las supercomputadoras se despierta con pitidos chirriantes, gráficos agudos y espectros de colores, indicando que algo inusual está ocurriendo, esto obliga al operador a dirigir su vista al monitor y tras verificar el origen de la alarma, se acomoda el micrófono para transmitir la información a su supervisor:

 -Señor, una señal misteriosa acaba de cruzar por nuestro espacio aéreo con dirección noreste y ya no la puedo localizar…

Desde la sala de comandos -repleta de monitores- el supervisor de turno -de rasgos orientales- abandona lo que hace, para atender el mensaje…

 -Y los sensores Doppler ¿no lo detectaron? –pregunta, mientras se reacomoda en su butaca.

 -Lo estoy revisando, señor, pero no hay nada… ¡Pasó muy rápido… muy rápido!

 -Analice la estela que dejó en el espectro cromático.

 -Sin rastros, señor, es invisible a todos los sistemas… Se trata de algo, que no tiene registros previos del espacio exterior y lo que no entiendo, es cómo no lo vimos acercarse…

 -¡Mmm! Ninguna tecnología es infalible, muchacho –masculla el oriental, mientras intercambia información digital, con el comando de operaciones militares.

          -Le estoy transfiriendo la frecuencia infrarroja de su estela –le informa el técnico, con gesto de asombro-; es el único sistema que lo detectó, tiene la apariencia de un objeto volador pequeño, señor.

-(¿Un ovni? ¿Un misil? ) –son algunas de las diversas incógnitas que giran en la cabeza del supervisor, ya en contacto con el centro de operaciones militares- Páseme las coordenadas de su sitio de origen.

-¡No las tengo, señor! –añade extrañado el operador, mientras monitorea otros equipos- No puedo detectar su procedencia… Es como que vino de la nada…

-¡Hable con profesionalismo, operador! –protesta el supervisor, actuando sobre el teclado de su ordenador- ¡De algún sitio del espacio, tiene que proceder! Transfiera lo que tenga, entonces…

En tanto esto sucede y cuando ni han transcurrido tres minutos desde la extraña señal, otra alarma de incursión y de mayor magnitud, se dispara.

BUENOS AIRES – ARGENTINA

CIUDAD UNIVERSITARIA

SEGUNDO DOMINGO DE NOVIEMBRE

Hora 00.00 Escenario 1 (Pabellones III y II)

Del otro lado de la cordillera de Los Andes -frontera natural que separa a Chile, de Argentina-, en la ciudad de Buenos Aires se está desarrollando una colosal tormenta, de esas que el cambio climático viene generando cada vez con mayor intensidad y esta, además de vientos huracanados y rayos que conectan el espacio entre nubes y río, tiene la inusual particularidad de emitir unos extraños relámpagos de color violáceo… Los científicos dirán que es por la ionización del aire, el exceso de contaminación u otras situaciones atmosféricas, pero lo cierto, es que estas tempestades aterrorizan los sentidos de quienes les toque vivirlas…

Nícolas Cerwensky, un rubio descendiente de ucranianos, se gana la vida como vigilador nocturno en la Ciudad Universitaria de Buenos Aires, tarea que desarrolla desde que llegó de Catamarca, provincia donde su familia se instaló, finalizada la segunda guerra mundial. Como todas las noches, antes de iniciar su recorrido por los vastos pasillos del Pabellón III y acompañado por su bulldog francés, el vigilador salta canales en la pequeña tevé de su oficina.

  “Reiteramos… Dieron con el paradero del asesino que había matado a su madre para heredar sus bienes valuados en…”

   “A pesar de las negociaciones para restablecer la paz, los sangrientos enfrentamientos no cesan, la canci…”

   “¡Último momento! Al salir de un local bailable, se agarraron a las piñas y botellazos, dejando un saldo de dos jóvenes muertos, se cree que…”

-Por más que busque, amigo -le comenta a su mascota, de brillante pelaje negro-, las noticias son cada vez peores… Mejor sintonicemos un canal de dibujitos ¿qué opinás?

La Ciudad Universitaria, separada del Río de la Plata por una selvática reserva ecológica, es el mayor complejo facultativo de la República Argentina, concentrado en tres enormes pabellones. En el número III, esta noche tormentosa, el vigilador Nícolas Cerwensky, un ariano de veintitrés años, alto y buen mozo, inicia su recorrido iluminando cada rincón con una poderosa linterna y lo hace como de costumbre, acompañado de su perrito azabache, mimetizado en la oscuridad de la retaguardia.

-¡Qué nochecita, Pitu!

Destellos violáceos, se reflejan en el mobiliario interior, anunciando truenos encadenados.

 -¡Holalá! –exclama Nícolas, tras un trueno que hace vibrar los ventanales- Esta primavera viene complicada, amiguito.

Desde hace dos años, Nícolas Cerwensky trabaja para Sesna, una agencia afectada a la seguridad del mayor campus de la Universidad de Buenos Aires y a pesar de su cuarto siglo de vida, ya es el quinto empleo por cual transita. Frontal y de temperamento impulsivo, para no tener contacto con la gente, logró establecerse en el indeseado turno noche. Su uniforme se compone de gorra azul con visera negra, camisa blanca de mangas cortas, con una bandera argentina en la izquierda y un escudo institucional en el bolsillo; también lleva corbata y el pantalón es azul con vivos grises. Por último, su arma es un revólver Colt, calibre 38.

          “Ilumino acááá, ilumino allááá… Y un camino largo que baja y se pierde…”

Para atemperar la soledad de los sitios que va enfrentado, el vigilador catamarqueño, camina entonando entre dientes la melodía de una zamba criolla, aunque la letra, no es la original…

         “Nada por acááá… nada por allááá… Y un camino largo que baja y se pierde…”

Hombre y perro, unidos por una correa extensible enganchada al cinturón, se movilizan a paso medio, por la escalinata que antecede al patio de comidas. En los sectores principales, la iluminación general se apaga a la hora cero, quedando sólo unas pocas luces de emergencia y por tal motivo, Nícolas nunca olvida de controlar el nivel de carga de su linterna.

         “Paisaje de Catamarca…” –canta con su tonada norteña, el joven de ojos claros.

-¡Bueno, amiguito!… Ni bien terminemos la primera ronda, me voy a tomar unos matecitos con las tortas fritas de doña Erme y vos irás a tu camita, con tu comida chatarra para canes ja, ja, ja –le murmura al jadeante perrito, quien lo mira con indiferencia.

Pensando en las masitas que prepara la anciana del hostel donde reside, el joven vigilador va llegando al sector gastronómico, ubicado bajo un gigantesco techado de claraboyas de vidrio.

         “Ilumino acááá, ilumino allááá… Y un camino largo que baja y se pierde…”

Mientras las refulgencias de la tormenta se traslucen por esas claraboyas, el vigilador avanza sobre el piso brillante, controlando cada rincón con su linterna. Así, en la penumbra del lugar, se puede ver el haz de luz enfocando los sitios más oscuros.

          -(Mmm, se ve todo normal) –masculla, mientras continúa con su inspección ocular-. Veamos, las dos torres de ascensores: Cerrados y en planta baja, perfecto… No se huelen pérdidas de gas, no se ve agua en los pisos, no quedan sahumerios encendidos, no hay bultos extraños, no hay escorpiones, ni lagartos, ni murciélagos y las ratas no están a la vista, ja, ja, ja…

Nícolas, alude a la constante incursión de insectos y bichos rastreros, que comúnmente provienen de la reserva silvestre, ubicada a espaldas de los tres pabellones, una especie de miniselva subtropical de 18 hectáreas, que nace a orillas del Río de la Plata.

 -¿Te asustan los truenos, Pitu?… Tranquilo… Yo estoy más cagado que vos ¡je, je!

Ni bien termina su comentario, un increíble resplandor verde fluorescente desde el techo, seguido de un bramido estrepitoso, lo petrifica.

 -¡MI MADRE! –exclama por el susto y se le cae la linterna- ¡Este Boeing, le erró a la pista!

El vigilador, supone que algún avión de pasajeros se desvió de su ruta habitual, ya que la Ciudad Universitaria, se encuentra muy próxima al Aeroparque Metropolitano.

  -¡Se va a estrellar en la reserva! –agrega espantado, viendo el resplandor perderse en la vegetación.

Pitu gime y corre hacia la protección de una mesa, hasta que la extensión de la correa se agota y hace tambalear a su amo.

          -¡Pip! –suena el transceptor enganchado a su cinturón y lo toma, al tiempo que recoge la linterna.

“Sí, escucho, cambio” –responde, mientras agita la linterna para recomponer su luz.

           -¡Pip! Hola ruzo, zoy Julián… ¿Qué fue ezo? Cambio –le pregunta su compañero del Pabellón II, desde donde opera los monitores de vigilancia del complejo.

Julián Rodríguez, apodado vulgarmente Maqui por su idolatría al pensador Nicolás Maquiavelo, padece una anormalidad fonética en la pronunciación de ciertas letras, denominada “ceceo” -además de sobrepeso- por su adicción a las golosinas.

“¡Hola Maqui! No sé, che… ¡Pero nunca vi algo igual! Cambio” –le responde Nícolas, intentando recuperar su mascota.

          -¡Pip! Zí zí… ¡Acá, ze apagaron loz monitorez, penzé que era un rayo! ¡Eze rezplandor se habrá vizto dezde Uruguay! Cambio.

          “¡Mmm! Un rayo así, nunca vi, che; pero bueno… con estos desarreglos climáticos, todo puede ser, ahora hay hasta relámpagos de color violeta… Cambio.”

-¡Pip! Y, el tiempo haze lo que quiere, ¿no? Pero quedate tranqui, porque ziempre que llovió, paró, eh. Cambio.

Julián es un empleado eficiente en su tarea de monitoreo nocturno, tarea que viene desarrollando desde hace cuatro años, paralelamente a sus estudios facultativos.

“Ja… ja” –festeja sin ganas el vástago de ucranianos, ingenioso y creativo, quien quitándose la gorra, mira pensativo hacia la cobertura vidriada.

 “¡Esto es raro, Maqui! Voy a buscar el largavistas para ver si descubro dónde fue a parar esa cosa. ¿Por las cámaras del río, podés ver algo? Cambio.”

 -¡Pip! Por enzima de la rezerva, no ze ve nada, Níco. Laz voy a elevar para monitorear el río, pero con tanta agua, no ze puede diztinguir mucho… Cambio.

Hora 00.30

La lluvia arrecia contra los ventanales de los pisos superiores y construye senderos verticales mal demarcados, que dificultan la visión. Con su prismático al cuello, sosteniendo a Pitu y la linterna en la mano, Nícolas sube a doble escalón al primer piso, luego al segundo y cuando llega al tercero, se encuentra con algunos ventanales abiertos, por dónde arrecia la tempestad.

-¡La puta madre! –protesta, dejando caer a Pitu- Como de costumbre, estos inútiles las abren y después no se toman el trabajo de cerrarlas; para eso está el boludo de la noche, ¿no?

 -¡Pip! No ze ve nada anormal, ruzo –irrumpe Julián por el radio, desde su sector-. Y el “drone” no lo puedo zacar con tanto viento… Cambio.

 “No te preocupes Maqui, algo puedo ver desde acá –le transmite, mientras otea la vegetación que antecede al río-, semejante cosa y desapareció, es como que se la tragó la jungla… Cambio.”

 -¡Pip! ¡Ezperá un toque! –transmite Julián, retrocediendo imágenes en sus monitores- Unoz trez minutoz antes, hubo otra luz verde, pero máz chiquita… Cambio.

 “¡No jodas! –se sorprende Nícolas- ¿Podés pasarme la captura al celu? Cambio.”

 -¡Pip! Zí zí, ahí va… Cambio.

Mientras en el celular se van transfiriendo los datos que formarán las imágenes, el vigilador alto y de complexión mediana, explora con el largavistas el paisaje borrascoso.

-¡Ay amiguito! –le comenta a quien -lengua afuera- lo corea con su ronroneo-… Esta noche, ya no es igual a las demás.

Ni bien se activa su teléfono móvil, Nícolas puede ver en la pantalla, el trayecto de una pequeña bola incandescente verdosa.

 “Parece la cola de un cometa chiquito, Maqui –emite enseguida, sin levantar sus ojos celestes de la pantalla- y no estamos en navidad, para pensar que se trata de Papá Noel. Cambio.”

Ni bien acaba de decirlo, observa algo a través del ventanal, que lo impulsa a tomar el binocular, nuevamente…

          -¡A la mier-da! –tartamudea- ¿Y esto?

Entre los surcos que dibuja el agua de los vidrios, las lentes gemelas le permiten divisar una figura mimetizada en la lluvia, una figura de aspecto humano, pero sin masa física, algo así como un contorno que emana vapor, aunque adentro, no hay nada…

“Che Maqui, no tengo idea qué sea lo que veo, pero por las dudas, andá poniendo al tanto a la central. Cambio.”

Surgido desde la vegetación que antecede al río, se ve el contorno de un cuerpo invisible, avanzando. Los dedos del vigilador actúan insistentemente sobre el regulador de alcance, para lograr una aproximación a tal rara imagen…

-(¿Estoy viendo un fantasma?) –se pregunta, intrigado.

Como si se tratase de una escultura traslúcida, con forma humanoide, la silueta que el aguacero transforma en vapor, se aproxima al Pabellón III y lo hace, atravesando el puente de madera que los conecta con la Reserva Ecológica.

 “¡Maqui!, ¿estás viendo eso? Cambio.”

 -¡Pip! Zí zí y lo eztoy grabando, ruzo! ¿Qué ez? Cambio.

A pesar de la persistente lluvia, la misteriosa silueta va dejando tras de sí, sus pasos “marcados a fuego” en el puente de madera, unas huellas imprecisas, que no revelan identidad ni origen…

 “Se acerca a la entrada del estacionamiento subterráneo –advierte Nícolas-. ¡Voy a bajar! Cambio”

 -¡Pip! Tené cuidado, amigo –le responde su compañero, tomando el micrófono que lo conecta a su central-, te voy a zeguir por loz monitorez, que funzionan… Cambio.

Hora 00.58

Nícolas no duda en colgar el largavistas en una manija del ventanal, en donde también ata a Pitu y con pasos ágiles, comienza a desandar las escaleras de los pisos y entrepisos, sosteniéndose la gorra. Mientras baja velozmente acariciando los pasamanos, consulta la hora en su reloj pulsera, quien le revela el nacimiento del lunes. Es común que a la medianoche, su primera ronda esté concluida, pero hoy… Hoy es distinto.

 -(¡Vamos vamos!…) –se alienta, para darse ánimo- (Bajo un piso más y al subsuelo.)

 -¡Pip! ¡Lo perdí en la entrada del eztazionamiento, ruzo! Cambio.

 “Prendé las luces, Julián, estoy llegando. Cambio.”

Con su linterna encendida, el vigilador accede por la escalera interna, destinada a los peatones.

-¡Pip! Ya laz prendí, pero laz cámaraz no captan nada, ¿dónde ze metió? Cambio.

Dentro del estacionamiento subterráneo, el tronar de la tormenta se acalla y pasa a segundo plano, aunque aún en las paredes se reflejan los destellos violáceos de relámpagos en decadencia.

 “¿Todos los circuitos, encendiste? Cambio.”

 -¡Pip! Zí Níco, ¿por? Cambio.

“Porque en la entrada al almacén, está todo oscuro. Cambio”

 -¡Pip! ¡Pero acá me figura como luzez enzendidaz! Cambio.

El único nivel del estacionamiento, se vería desierto si no estuviera la camioneta del almacén en la entrada de proveedores. Nícolas, revisa primero la persiana metálica de acceso y descubre un boquete regular -aún humeante- como si lo hubieran seccionado con un soplete.

 -(¡A la mierda!… ¡Como la llegada de Terminator!) –balbucea para sí, asombrado- “¿Estás viendo lo mismo que yo, Maqui? Cambio.” -modula luego, en voz baja.

 -¡Pip! ¡Zí zí! Pareze que hizo eza abertura para entrar. Eztoy avizando a la zentral… ¡Pero voz zalí de ahí, che! Cambio.

Lejos de acatar el consejo de su compañero y obedeciendo a un arranque de curiosidad o tal vez de responsabilidad en su función, Nícolas suelta el retén de la funda de su arma y comienza a inspeccionar el playón.

  “Voy a la entrada del almacén, cambio.” –le adelanta por el radio, sin titubeos.

Casi llegando al sector oscuro donde se encuentra la camioneta, ocurre, que las luces parpadean, se apagan y se vuelven a encender.

 -(¡Hum! Qué rico olorcito a perfume… ¿Se habrá roto algún frasco por aquí?)

El vigilador guarda la linterna y desenfunda el revólver, mientras desde el Pabellón II, Julián Rodríguez va siguiendo sus movimientos por los monitores.

-¡Pip! Eztáz por llegar a una zona donde no andan laz cámaraz, tené cuidado… Cambio.

 “Dale, te voy modulando: Ahora estoy en la harinera, sin novedad y voy al depósito de bebidas… Cambio.”

El vigilador explora cada sección con el revólver gatillado y cuando llega al depósito de bebidas, escucha una sinfonía de pequeñas detonaciones, que le llaman la atención… Entonces, toma la linterna, dirige la luz a los packs de latas gaseosas y ahí descubre que van reventando por sus anillos de apertura, pero no se detiene a investigar y sigue.

 -(Qué cosa rara… las gaseosas revientan solas… ¿Será que los aerosoles, también? ¡Mmm!… Parece que este perfume dulzón, ahora se intensifica…)

Mientras Julián aprovecha para alertar a la central de la extraña situación, Nícolas avanza con cautela y cuando llega a un sector oscuro de la cámara de frío, alumbra y no ve nada, pero se asombra al oír el insistente ladrido de Pitu.

 -¡Hey! ¿Te soltaste, amiguito? -le pregunta, a quien le vino siguiendo el rastro- ¿A qué le ladrás? Acá no hay nadie, che.

Muy nervioso, el animal insiste, hasta el punto de enronquecerse. El vigilador avanza un poco más y descubre un cartón de leche, abierto. Justo ahí, se apaga la linterna.

          -(¿Y ese ruido?) –se pregunta, girando instintivamente hacia la puerta de la cámara de frío- (es raro, que ladre tanto este animalito…)

 -¡Pip! -irrumpe por el transceptor, su compañero-¿Y, Níco, cómo va? Cambio.

El vigilador intenta responder, pero el radio ahora no funciona y entonces deduce que está por su cuenta.

 -¿Ves algo que yo no, amiguito? –le consulta a su bulldog, agachándose para tranquilizarlo.

Sólo algunos truenos -ahora lejanos- hacen de eco a su pregunta.

 -Bueno, tranquilo amigo…

Con el revólver en una mano y la linterna sin funcionar en la otra, Nícolas se acerca con sigilo al cartón de leche abierto y comprueba que está frío, entonces mira hacia la puerta entreabierta de la cámara, tantea el interruptor de la luz, lo acciona y no enciende…

           -¿Quién anda ahí? –interpela con firmeza, a la absoluta oscuridad.

Silencio total.

  -(¡Mmm!… Mejor voy por luz… Así, llevo las de perder. ¡Ah ya sé! Seguro que Ramoncito, tiene los puchos en la chata).

Como conocedor de los movimientos internos del comedor, Nícolas sabe que Ramón -el chofer de la camioneta y fumador empedernido- siempre tiene cigarros. Una vez en el vehículo, abre la puerta y comprueba que está en lo cierto, toma el atado con el encendedor dentro, lo saca y vuelve al refrigerador, con este prendido.

-¿QUIÉN ANDA AHÍ? –vuelve a preguntar en voz alta, apuntando con su arma.

La tenue luz del encendedor, le permite descubrir unas manchas negras en los cartones del piso, algo así como pisadas. Siempre con el arma en su derecha y ahora, el encendedor en la izquierda, el vigilador se anima a entrar a la conservadora de alimentos.

 -(¡Hum! Ese olor a perfume, aquí es más intenso)

Con un cerrado silencio, sólo cortado por el insistente gruñido de Pitu, el investigador recorre las estanterías de fiambres, verduras y lácteos, en busca de algo que no ve, pero lo siente ahí y hasta lo huele…

 -(¡Mi madre, este olorcito me excita!… ¿O será la adrenalina?)

De repente, Pitu se abalanza sobre la nada… es decir sobre algo que no se ve y logra prenderse con su bocota a ese algo que no se ve…

-¿Y ahora? –divaga Nícolas, en voz alta-… ¿Lidiamos con otro Depredador?

  -se oyen unas extrañas palabras en el ambiente, mientras Pitu –aferrado con su mandíbula a algo invisible- se sacude de un lugar a otro.

 -¡ALTO AHÍ, QUIÉN SEA! –ordena el vigilador, sin saber a qué o a quién le dice…

  –se escucha ahora con claridad, desde una voz femenina.

 -¿Qué dice? –se pregunta Nícolas, al tiempo que enfunda su arma, para actuar físicamente con ese algo que lleva de un lado a otro a su diminuto can.

se vuelve a oír, ya en un grito y en tono más elevado.

Nícolas arroja el encendedor a un costado y no duda en abalanzarse a ciegas sobre esa cosa invisible, de cual Pitu no se desprende…

 -¡Te tengo! –grita entonces, abrazando con fuerza a ese algo que no se ve, hasta caer al piso, pero sin soltar lo que al tacto le parece un cuerpo humano. En ese forcejeo, su gorra sale disparada… Se genera un revolcón y lucha hasta lograr inmovilizar a “la presa”, entonces Pitu la suelta y se aleja unos centímetros, pero sin dejar de gruñir.

 -se escucha con vehemencia, sin entenderse lo dicho.

 -¡Bueno, bueno! –exclama el vigilador en el piso, sujetando desde atrás al extraño cuerpo y justo acá, es cuando al comprimir sus brazos, se da cuenta de que esa cosa invisible de aspecto humano, posee sexo- ¡Tran-quila!… Tranquila…

 -¡Mmmnfff! –es su quejido…

  -¿Qué sos? ¿Qué buscás? -son las preguntas que se le ocurren, mientras retiene a ese “algo desconocido” en la absoluta oscuridad.

  –articula en un idioma desconocido, ese ser supuestamente femíneo… A lo que él responde:

 -¿PERO, QUÉ CARAJO DECÍS? ¡HABLÁ EN CASTELLANO, CHE!

-¡Que me suelte, digo! –exclama -por fin- una frase entendible, el extraño ser.

Después que Nícolas dijo: “castellano”, se habría activado algún dispositivo de traducción, pues ahora el vigilador entiende lo dicho.

-¿Y por qué te voy a soltar? –responde él, tanteando el piso para recuperar el encendedor- ¡Sos una intrusa!

-Porque te vas a quemar… -le advierte el misterioso ser, estimado mujer.

Ni bien termina la advertencia, ese cuerpo invisible comienza a emanar un tremendo calor, que obliga al vigilador a separarse.

 -(¡A la mierda!) –teoriza él- (Es Antorcha Humana, versión mujer, qué hago?)

Una vez despegado de ese ser candente, el joven en apuros encuentra el encendedor.

 -¿Y ahora, dónde estás? –interroga, luego de propiciar una tenue luz.

 -Enfrente de ti –se oye-. Pero no temas, no estoy en este mundo para hacerte daño, todo lo contrario…

El vigilador eleva cada vez más el encendedor, en un intento de ver con quién está conversando.

-¡Pero que ese monstruito, no se me acerque! –advierte luego la extraña, con vehemencia.

-Pitu, se llama y es un perro –le responde-… Un animal distinto a nosotros, ¿nunca viste uno?

 -Como este, no. ¡Es un engendro de la raza!

Con cariño, Nícolas sujeta al perrito que no deja de gruñir y adaptándose a la insólita situación, interpela a la intrusa:

-Pero… ¿quién sos vos?

-Lhexia, un ser humano como tú –responde en la penumbra de un rincón, dejando entrever en su frente, una delgada vincha dorada.

-(Ahora, llegó la Mujer Maravilla) –bromea por lo bajo el imaginativo catamarqueño.

-¿Lo digo bieb en tu idioma castellano o español?… Soy Lhexia, un ser humano como tú.

-¿Como yo? ¡No creo!… Yo no soy invisible, ni despido fuego de mi cuerpo -se anima a refutar el vigilador, que sin dejar de alumbrar, se vuelve a colocar la gorra.

Una especie de máscara, mantiene oculto la cara del extraño ser, pero esta comienza a correrse lentamente hacia abajo y Nícolas va descubriendo el rostro angelical de una chica muy joven, de cabello rubio lacio, piel morena y ojos verdes rasgados.

-¿Ah, lo dices por mi aspecto? –replica Lhexia, mirándose su propio cuerpo, aún invisible- Tengo un mono de adaptación que nos invisibiliza y a su vez, nos sirve de protección… Bastante incómodo, por cierto.

El atuendo de invisibilidad sigue corriéndose, descubriendo el cuerpo desnudo de la recién llegada. A medida que esto sucede, Nícolas va abriendo cada vez más sus ojos, hasta que siente vergüenza y apaga el encendedor.

 -Ehhh… ¡pará pará pará! –la exhorta espontáneamente, dándose vuelta- Esperá un poco, voy a buscarte algo para que te pongas, no podés estar así, seas quien seas.

 -Seas quien fueres, se dice –masculla la recién llegada.

 -¿Perdón? –dispara él, sin entender lo que dijo.

  –Bieb, déjalo así.

 -“Bien” se dice –retruca él.

–¡Bieb! -repite ella, sin poder corregirlo, mientras elige un yogur bebible- Espero aquí.

Continúa en Capítulo 2.

NOTA DEL AUTOR: El lenguaje de la extraterrestre es en tipografía Symbol.

(TRADUCCIÓN SYMBOL)

 :-¡Sal de aquí, sal de aquí, sal de aquí!

-¡Quítame este ser de mi pierna!

: -¡Suéltame! ¡Suéltame!

Continúa en Formato Epub o PDF en cine y series… $400

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