Naturaleza de los espejos

Se puede especular que los espejos son objetos mágicos. Sobreviven a épocas en que los hombres habitaban sortilegios y atribuían los hechos del mundo a dioses inventados.

Indiferente a que estos dos párrafos encierran sendas redundancias, el ejercicio a que invita el primero ya preanuncia la incumbencia abarcativa de los espejos: especular sobre los espejos es un perro que se muerde la cola. Especular es el oficio de partir de una orilla segura y, saltando de piedra en piedra, arribar a otra ribera inventada, supuesta. Revelados contra el rol rantifuso a que los arrumbó la óptica geométrica, los espejos se empecinan en mostrarnos un universo paralelo, inmediato e inaccesible. Imagen remite a imaginación, por más que se argumente que surge de la intersección de los rayos incidente y reflejado. No hay referencia a los espejos que no filtre un paso más allá de lo razonable. Y es en esta paradoja mágica en la que se asienta precisamente el avance de la razón: no se puede conquistar territorio a lo oscuro sin especular primero en terreno baldío. Lo especular, lo imaginado, lo supuesto es, por definición, desconocido. Pertenece a otro universo, diverso del que habitamos. Cuando los creativos salen de caza por los andurriales del otro lado de la luna, atraviesan esa frontera entre lo concreto y lo mágico, entre el lo sé y lo supongo, entre lo que piso y lo que vuelo.

Y sí. Los espejos son objetos imprescindiblemente mágicos. Sin ellos, nos quedaríamos encerrados de este lado, cartesianos, definidos, acabados, aburridos. Ciegos.

El tiempo de los Espejos:

En principio, los espejos atrasan. Vemos el pasado. Pero más allá de la tautología relativista de que la imagen que percibimos tuvo que recorrer la distancia al espejo y volver a una velocidad limitada, la condición temporal de los espejos está asociada al observante: descubrirse viejo, quererse joven, verse en gestos heredados, recordar o aventurar. La dama que posa girando la cabeza con mohín seductor frente al espejo, ya se ve en el foyer del teatro. El caballero que ensaya su catálogo de miradas matadoras mientras se ajusta la corbata, ya está en acción, a futuro. La nena que agita el ruedo de la pollera larga con los zapatos de taco de la abuela, o la abuela que se mira con esos zapatos que usaba apenas después de ser nena, no miran su imagen de ahora, ven el pasado o el futuro. O más aun: ven sus deseos. O sus dolores.

Los espejos encierran todos los tiempos y son, por lo tanto, atemporales.

Bazar de los espejos

La oferta de estos fenómenos es variada y abarca los ángulos del mercado que su marco limita. Un inexistente catálogo podría incluir rarezas como las que a continuación se insinúan.

El Espejo Objetivo: NO existe, redondamente. Desde que quien se enfrenta al espejo es un sujeto, su visión es necesariamente subjetiva –o sujetiva, si se quiere ser literal, pero suena horrible- Baste admitir una curvatura para que el espejo devuelva personajes que panean impunemente entre Modigliani y Botero ¿Quién podría creerle?

Los Espejos Paralelos: peligrosísimos. Abisman infinitos. Quien se aventurase en su hendidura quedaría mutilado por una esquizofrenia geométrica. Por suerte, los límites cuánticos y la imperfección de su manufactura los hacen imposibles.

Los Espejos del Alma: también conocidos bajo el rubro “ojos”. Tienen la rara característica de invertir los roles: quien los mira no se ve reflejado a sí mismo, sino que observa a un ente ubicado del otro lado y que  pertenece al dueño o dueña de los pretendidos espejos. En la medida que trafican con material insustancial, estas incoherencias no los lastiman.

Espejo de Transilvania: rara avis. A diferencia de los ordinarios, éste tiene la capacidad de reflejar vampiros. Puesto en acción, los chupasangre se distinguen bajo su verdadero aspecto. Por razones claramente incomprensibles, su importación está prohibida en todo el mundo.