Leer es, a veces, armar un rompecabezas. Es unir las piezas en medio de lo que, a primera vista, nos parece un caos de elementos, un conjunto inclasificable de colores y formas que no se amoldan sino a medida que pasa el tiempo. Leer Furia de Clyo Mendoza es, entonces, ir un poco más allá, es mirar una historia en tres (¿cuatro?, ¿cinco?) dimensiones, un relato que se construye con cabos aparentemente sueltos que confluirán en una especie de aleph cargado de miedo, abandono, dolor, pero también de amor y de búsqueda de una verdad.
Mendoza construye con la precisión incomparable de una cirujana y esconde las suturas de una narración compleja para dejarnos, como lectores, de cara ante la magnificencia, ante una prosa descarnada que hunde sus raíces en un espacio que también lo es: el desierto. Desde allí, explora todo aquello que toca: la masculinidad, la familia, los vínculos, las mujeres insertas en un entramado que apenas las ve. Todo lo mira con tantos ojos como la materialidad del libro se lo permite. Todo.
Y allí, entre los tejidos ajados por el calor, está la huella ineludible de Juan Rulfo, de ese narrador de la mexicanidad, de la confluencia, de lo inabarcable. Adentrarse en esta joven autora es revolver las marcas dejadas por Comala, por la revolución, por la transculturación ahí no más de la frontera, del Río Bravo. Lo más maravilloso es que lo hace sin dejar de ser Clyo Mendoza. Vaya belleza.
Furia
Clyo Mendoza
Editorial Sigilo