Prólogo extraoficial a «Nietzsche y las mujeres: más allá del matrimonio y la maternidad»

En febrero de 2024, tras muchísimo trabajo, se publicó el libro Variaciones filosóficas en torno a la comunidad: un relevamiento del pensamiento moderno y contemporáneo, compilado por María Cecilia Barelli y Laura Rodriguez, libro del cual participé con un capítulo titulado «Nietzsche y las mujeres: más allá del matrimonio y la maternidad». Para quienes quieran leerlo, pueden descargar el libro de manera gratuita en https://ediuns.com.ar/producto/variaciones-filosoficas-en-torno-a-la-comunidad/ .

A continuación, comparto el primer borrador de la introducción que hice a mi capítulo hace casi tres años.


Hace ya varios años –en 2018- un parágrafo de Crepúsculo de los ídolos llamó mi atención. Para contextualizar un poco, por ese entonces me interesaba trabajar principalmente al Nietzsche de juventud y su recepción de la tragedia griega y el mundo clásico en general; no sabía que, sin querer, mi investigación iba a tomar otro rumbo casi sin que me diera cuenta. 

No es necesario demasiado estudio para darnos cuenta que la virilidad es una valoración positiva en la obra nietzscheana. En esta breve introducción no me interesa abordar aspectos conceptuales aún, solo diré respecto a esto que los varones, los hombres de valor, aquellos que elevan la cultura y la desarrollan, son viriles. Lo que sea esa virilidad es sumamente complejo para analizar aquí, pero por el momento pensémoslo como una cualidad que no tiene que ver con un potencial físico, una fuerza en el sentido corporal, sino un modo de ser, una voluntad, tal vez. La virilidad o feminidad son, para Nietzsche, cualidades propias de cada sexo, por lo que toda persona que sea genuina a sí misma desarrollará o expresará la cualidad que corresponda. Por ello, no es extraño encontrar pasajes donde “afeminados” sea una valoración negativa para aquellos varones a los que critica, como en el caso de Rousseau.

Con esto en mente, me encontré en Incursiones de un intempestivo con un pasaje dedicado a George Sand entre sus múltiples imposibles; se trata del parágrafo 6 de este apartado. No reconocí el nombre pero se mencionaba a Rousseau, por ello la descripción de este personaje con cualidades negativas típicamente femeninas –falsedad, exageración, coquetería, sentimentalismos…- no me pareció extraña. Sin embargo, línea a línea la violencia del parágrafo aumentaba y George Sand es tratado con artículos y adjetivos en femenino: ¿quién es este novelista a quien Nietzsche desprecia tanto que no le alcanza con llamarle afeminado, sino que directamente lo trata en femenino? ¿Quién es este autor que es comparado con Victor Hugo y Balzac, del cual no conozco absolutamente nada? En una rápida búsqueda me di cuenta: George Sand no era el nombre de un autor, sino el pseudónimo de una autora. La novelista romántica parisina Amantine Aurore Lucile Dupine de Dudevant; nacida en 1804, claro, debía publicar bajo un pseudónimo masculino en aquella época.

Por curiosidad, seguí buscando información sobre George Sand. Me encontré con una mujer fascinante, tanto en su obra, su lucha política y social como en su vida privada. Sin embargo, seguía sin entender porqué estaba allí, porqué aparecía junto a Séneca, Dante, Kant, Schiller, Stuart Mill y tantos otros a los qué continuamente Nietzsche critica en sus obras. Incluso la escritora George Elliot, que es incluida en este capítulo, es mencionada en varias ocasiones, pero Sand no me resultaba para nada familiar: ¿qué hacía allí, en una obra publicada, con su propio parágrafo cargado de crítica? Mi intención no es responder estas cuestiones aquí, no es el objeto de este capítulo y ya he trabajado este punto en artículos previos. Pero sí spoilearé brevemente la conclusión –o hipótesis- a la que llegué: George Sand fue para Nietzsche la epítome de la décadence europea. Así como Sócrates fue el personaje de la escena teatral nietzscheana que representó la caída de la tragedia, siendo la personificación de la obra euripídea, Sand lo es del romanticismo rousseauniano. 

Por supuesto, esta hipótesis-conclusión no surgió de la sola lectura de la obra publicada, sino que esta curiosidad que surgió a partir de Crepúsculo de los ídolos se profundizó, cobró sentido y encontró respuestas y muchas más preguntas en los Fragmentos Póstumos y las Correspondencias. Y es que Nietzsche fue sumamente machista incluso para sus contemporáneos -sobre todo después del percance ¿amoroso? con Lou Salomé, si me preguntan a mí. George Sand es presentada como “la vaca lechera con un ‹‹estilo bello››” (Nietzsche, 1998, p.95), que no importa mucho qué quiere decirnos con esto ahora, pero sí tomemos lo grotesco de esta imagen, pues esta es la presentación que hace de ella en su obra publicada. 

Pero la cuestión es mucho más profunda. No importa –a mí, al menos o para mi investigación- si Nietzsche era o no machista, asumo que sí, no tengo dudas de ello. Lo que me intrigó e intriga es que, al mismo tiempo en ningún momento cuestiona la vida sexual de la autora, polémica en su época; que mientras en su obra criticaba a las mujeres académicas como Sand, compartía sus borradores con sus múltiples amigas; los vínculos académicos con mujeres como Helen von Druskowitz o su votación en 1874 a favor de la admisión de mujeres a la Universidad de Basilea. Así mismo, el impacto de la obra nietzscheana en los movimientos feministas, artísticos y socialistas de la época también me lleva a preguntarme por la dualidad de un Nietzsche que aristocrático, machista y conservador como lo fue, resulta mucho más complejo que solo estas etiquetas. 

Recomiendo ávidamente la lectura de Nietzsche’s Women: Beyond the Whip de Carol Diethe, donde la autora inglesa aborda uno por uno los vínculos de Nietzsche con las mujeres de su familia, sus amigas, discípulas y conocidas, así como también mujeres creativas a las que su obra influyó aún tras su muerte. El texto de Diethe profundiza la contradicción que podemos ver en un Nietzsche sumamente misógino a lo largo de su obra publicada frente a uno que vivió su vida rodeado de mujeres con las que compartió mucho más que vínculos afectivos, poniendo de manifiesto la complejidad de la cuestión. Diethe aborda las relaciones de Nietzsche con las mujeres desde una perspectiva histórica y contextual, exponiendo con claridad un aspecto de la vida personal del autor que muchas veces podemos pasar por alto.

A lo largo de este proceso son pocas las certezas que he ido encontrando, pero sin duda una de ellas es la necesidad metodológica de examinar la vida personal de Nietzsche, sus cartas, sus vínculos. Él mismo nos lo dice en Más allá del bien y del mal: “Poco a poco se me ha ido desvelando lo que toda gran filosofía ha sido hasta ahora, a saber: la autoconfesión de su autor y una suerte de mémoires involuntarias e inadvertidas” (Nietzsche, 2016, p.300). Me gusta pensar que la obra publicada de Nietzsche es como una seta que crece en el bosque; aquello a lo que usualmente nos referimos como hongo no es más que el fruto de un organismo inmenso que penetra en la tierra, la corteza de los árboles, los cuerpos de los animales y se entrelaza con otros de su especie. Del mismo modo, la obra nietzscheana publicada es apenas lo que florece de algo mucho más profundo y complejo.

Así es como poco a poco fui descubriendo nuevos interrogantes, revisando los pasajes en torno a las mujeres en la obra de Nietzsche, particularmente en los del último período, con una mirada diferente. Confrontando la fuente con los pasajes póstumos, las cartas y testimonios de quienes lo conocieron, empecé a pensar que las posturas más conservadoras y machistas del filósofo tienen que ver con el proyecto cultural que propone para una comunidad futura, elevada y superadora de la decadencia que ve en la modernidad europea en general y alemana en particular, más que con una genuina valoración negativa de la capacidad intelectual o filosófica de las mujeres. Me di cuenta que, como necesariamente ocurre en la praxis, las categorías de género y clase se entrecruzan. La estructura que propone Nietzsche para una cultura superior es jerárquica en cuanto, al menos, lo intelectual: serán unos pocos varones selectos los que guiarán a sus comunidades al ser productores de cultura. Para ello, necesariamente otros deberán generar las condiciones materiales para sustentarlo y, a su vez, es necesaria la educación desde temprana edad de dichos varones para que puedan desarrollarse e instruirse de la mejor forma posible. Esta tarea, la tarea de la crianza, es asignada a las mujeres, lo cual no sorprende ni resulta llamativo. El rol de la mujer como progenitora y criadora ha sido tradicionalmente parte fundamental de Occidente, sin embargo –y este es uno de los puntos que me interesa rescatar y desarrollar- para el autor la mujer y lo femenino no se reducen a ello. 

Las mujeres, al igual que los varones, deben cumplir determinadas funciones para que la cultura tome un rumbo de elevación, mantengamos esto en términos abstractos, pero tengamos presente que siempre Nietzsche estará pensando la necesidad basamental de que lxs individuxs sean auténticxs, genuinxs a sí mismo. Esta elevación, lo que sea que implique, será producto de un arduo trabajo de generaciones y generaciones, por lo cual es necesario que cada parte cumpla con su rol. Pero, al mismo tiempo, las personas que forman parte de esta comunidad mantienen su carácter individual y, en este sentido, tanto varones como mujeres son mucho más que el rol que ocupan dentro de esta estructura.

La mujer esposa, progenitora, criadora, es más que esto: es sujeto de deseo y de placer. A su extraña manera, Nietzsche reconoce no solo el derecho a una sexualidad libre para las mujeres, sino también la necesidad imperante de ella. En esta comunidad futura, de elevada cultura y belleza como nunca antes la hubo, la sexualidad va más allá del aspecto reproductivo. En la modernidad, la represión del deseo sexual, de los placeres genuinos de los cuerpos, a la que muchas veces llama castración, es una de las múltiples máscaras que coloca la décadence sobre lxs individuxs. Es necesario, como con tantas otras máscaras, quitarla de los rostros para superar la decadencia cultural con la que Nietzsche diagnosticó a Europa. 

¿A dónde iba con todo esto? Seguramente no a donde llegué. Pero acá estoy. Me encuentro pensando en George Sand, en las mujeres, en el matrimonio… y, de pronto, de vuelta estoy en Crepúsculo de los ídolos:

Es evidente que al matrimonio moderno se le ha ido de las manos toda razón: esto no constituye, sin embargo, una objeción contra el matrimonio, sino contra la modernidad. […] Una institución no se la funda jamás sobre una idiosincrasia, un matrimonio no se lo funda, como se ha dicho, sobre el ‹‹amor›› (Nietzsche, 1989, pp.123-124).

Me pregunto, entonces ¿cómo debería ser un matrimonio, según Nietzsche? ¿Qué implica este amor moderno que menciona? ¿Cuál es el lugar de las mujeres en él? ¿Cómo debería ser, entonces, el vínculo entre hombres y mujeres dentro de esta institución? ¿Y por fuera de ella? Ciertamente no pretendo dar una respuesta hermética a estas preguntas; pero en este capítulo quisiera poder ordenar y compartir, al menos brevemente, este camino que he recorrido a tientas y casi sin querer, pero en el que encuentro un nuevo Nietzsche a cada paso mientras me encuentro también a mí misma como su lectora.

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