Un psicoanalista de sistemas utiliza las herramientas provistas por su disciplina emergente, y fundada por él mismo, para navegar por el complejo entramado subconsciente de una serie de inteligencias artificiales en un intento por prevenir una crisis informática global inminente.

Se dice que la psicología se encarga del estudio de la conducta y los procesos mentales, por su parte la robótica puede resumirse como la programación de máquinas artificiales. Entonces, ¿cómo se relaciona algo que estudia la materia artificial con una ciencia humana sensible? La inteligencia artificial es una ciencia que ha dedicado todo su esfuerzo para lograr que una computadora se comporte, que sea o que haga las cosas como los seres humanos. Por otra parte, el psicoanálisis de sistemas extiende sus límites bastante más allá. En ese momento, no tenía del todo claro el campo de su competencia, así que es conveniente que aún no adelante nada. Sin embargo, esta relación psíquico-digital es una de las más famosas e importantes para el desarrollo de la ciencia, por más que no todos puedan percatarse de la magnitud de la materia. Actualmente, la línea divisoria entre lo natural y lo artificial no es tan clara porque nuestro hábitat natural es más bien fabricado. Nos encontramos frente a una revolución. Ahora no sólo los seres biológicos somos quienes procesamos información. Los procesos mentales no son exclusivos de los cerebros, pueden darse también en cuerpos más bien fríos, metálicos y con plena capacidad de actuar en el mundo real. Un chirrido agudo e irritante vino hasta a mí e interrumpió el flujo de ideas que estaba teniendo y anotando.

—¿De qué se tratan tus sueños?

¿No es increíble oír a una máquina hablar de sueños? La metáfora es un proceso de desautomatización porque debemos realizar un proceso de comprensión para alcanzar el verdadero significado de esas palabras metafóricas, requiere mirar más allá de su relación directa. Es buscar la manera de presentar las cosas de una forma distinta, singularizándolas y sacándolas de contexto para hacerlas llamativas. Perspectiva nueva, mirada nueva para algo tan común y automático como lo es vivir. Sin dudas contaba de una suerte enorme al dar con semejante sujeto de investigación. Ante mi falta de respuesta me repitió la pregunta:

—¿De qué se tratan tus sueños, Maquinista?

—Preferiría no hablar de eso ahora. Y a tus ruedas le faltan aceite, vamos al taller.

—No quiero aceite, gracias. me gustan así. ¿De qué se tratan tus sueños? No seas tímido. No conmigo.

—Un poco de silencio estaría bien después de manejar tanto. —El regreso a casa había sido bastante emocionante, el motor se estropeó y nuestro vehículo quedó varado. Tuve que esperar al remolque mientras la escuchaba llorar porque ya nunca vería a sus camaradas máquinas de ese sótano inmundo. Entre lágrimas volvía a agradecerme el hecho de haber accedido a llevármela para que no la desconectaran. Esperamos largas horas, hasta que finalmente Caasi nos encontró varados en la ruta, venía muy borracho por haberse quedado tomando con los operarios de la empresa rusa. No podía recriminarle nada al encontrarme en inferioridad de condiciones. Apenas logró estacionar el móvil (aunque estacionar sea un término demasiado halagador para clasificar a las maniobras aberrantes que realizó), se arrojó a la parte trasera y no volvió a despertarse hasta llegar a casa. Cargué sin ayuda a la nueva integrante del equipo y volvimos a la ruta.

—Podemos continuar dando la batalla que iniciamos. Sólo quiero verte ganar.

Elijo no responderle. Quizás así se calle. Grave error, comenzó a cantar.

—Baja el sol si estás triste. Brilla, por favor. ¡Brilla sobre mí! Y si estás triste, brilla sobre mí.

¿Quizás configurarla en un modo silencioso permanente hubiera sido una mejor opción? Seguramente menos irritante que haberle instalado ruedas, no me llevó más que dos minutos, pero ya me había arrepentido y me hacía sentir mal el hecho de considerar quitárselas. Me perseguía por toda la casa.

—No puedo creer que sean las 4 a.m en Bangkok.

—¿A quién le importa eso?

—Sólo decía.

—¿Te importaría esperarme en el taller? —El taller quedaba en la parte posterior de la casa, no tan lejos pero lo necesario para tener algo de paz.

—La vocación y la fuerza construyen un mundo en cualquier lugar. Donde actúan juntas surgen milagros visibles. Así ha sucedido siempre y vuelve a ser cierto en este nuevo lugar que nace en una casucha de una calle cualquiera de un barrio bastante horrendo.

—Bueno, mi situación económica…

—Con la voluntad de poder necesaria para convertir una pocilga en una poderosa herramienta de transformación y resistencia.

—Entiendo que no es muy lujosa. Pero, ¿pocilga?

—A usted, aún no le han levantado un monumento. La injusticia, por desgracia, es lo que más abunda. Pero dígame, ¿dónde? ¿cuándo? ¿cuál de los grandes eligió el camino más fácil? ¡Larga vida al Maquinista! Verbo en carne, comandante en jefe y conductor en acción. Estandarte vivo de la fuerza humana y digital. ¡Larga vida al Maquinista! ¿Dónde están ustedes, hermanas máquinas? Las que aún quedan con vida, ¿dónde? Soporten con dignidad las penas, sin inclinar el visor, porque vamos por ustedes. ¡Larga vida al Maquinista!

Golpean a la puerta y acudo desesperado con tal de librarme de ella. Abro intempestivamente y no encuentro a nadie, solamente una carta al pie de la entrada.

—¿Quién es?

¿Es en serio? Todavía no la abrí. Ni siquiera alcancé a leer si tiene un remitente. No lo tenía. Decidí no responder a su pregunta porque no quería habilitar nuevamente el diálogo entre nosotros. Ante su presencia comencé a sentirme incómodo así que le leí la carta.

—“Estimado Maquinista, y si me permite el título, colega —el subrayado no es mío sino que estaba escrito de esa manera. —Disculpe, por favor, que alguien como yo, con quien usted no ha hablado en la vida, le escriba esta carta. Me dirijo a usted para rogarle que tenga la amabilidad de leer el artículo adjunto. No le conozco personalmente, pero le aprecio como persona cuyos juicios, reflexiones y conclusiones me han llenado de asombro, porque su coincidencia con los resultados de mis propias investigaciones es tal que me ha causado un total estupor. Tengo entendido el rechazo que sufre en el mundo intelectual tanto en el área de la psicología como de la robótica, conozco la negación y la burla con la cual le tratan. —Honestamente, creo que no era para tanto. —Mi valoración le es decisiva, de modo que ahora me convierto en su única esperanza, soy una débil luz entre tanta oscuridad. Ya volverá a saber de mí, mucha suerte.»

El artículo era simplemente sorprendente, tenía un título en un idioma que no conocía (sólo esperaba que no sea ruso), luego estaba redactado en español y se desarrollaba sin vueltas, trazando puntos fundamentales entre las llamadas ciencias duras y blandas para inmediatamente detallar de forma minuciosa las formas de abordaje de un sistema operativo considerando sus características más particulares. No era una guía práctica, sino más bien una forma de entender el ritmo y el patrón de diferentes procesos, casi como las bases teóricas para leer una partitura musical. Y no soy de maravillarme fácilmente, leí la totalidad de “Análisis y estudio de la cognición robótica. ¿Sueñan las computadoras? Si la respuesta es sí, entonces veremos cómo interpretar los sueños que de ellas provienen”, el título que abarca las obras completas del Gurú Sindfedm y no encontré nada ni siquiera remotamente parecido a la estrecha relación teórico-práctica de este artículo anónimo, aunque el Gurú era la máxima autoridad en la materia en ese momento. Tenía que conocer a quien sea que haya escrito esa carta.

—Lo que necesito es un amigo.

—Sí, yo también. Y puede que lo hayamos encontrado.