a mi amiga Zeta

a los cuatro años, cuando me comí una cucaracha. estaba adentro de un sorrentino de verdura.

a los cinco años cuando con daniela nos ahogamos en el mar de necochea. yo no sabía flotar, el bañero estaba tomando sol, y tuvo que rescatarnos un tipo que andaba haciendo surf por ahí.

a los cinco años cuando me deshidraté y tuvieron que ponerme una inyección en una nalga, e intenté hacer una revuelta hospitalaria para que no me pinchen.

a los seis años, la primera vez que me corté el pelo tipo carré, y tomé conciencia de la perfecta redondés de mi cara.

a los siete años cuando se rompió mi primer tamagotchi.

a los ocho años, porque mi segundo tamagotchi demandaba demasiada atención y se me moría en cuestión de horas. empecé a rascarme desesperadamente las piernas y a gritar “¡NUNCA VOY A SER UNA BUENA MADRE!”

a los nueve años cuando mamá dijo en un hotel de carhué “creo que me quiero divorciar”.

en el mismo viaje a carhué, fui a hacer pis al baño de un restaurante, y cuando toqué el botón, el inodoro prácticamente se pulverizó, como si hubiera explotado, dejándome con la palanca en la mano, encerrada en un baño que se comenzaba a inundar. volví a la mesa y canalicé la ansiedad comiendo pan.

a los once años, cuando, sin los lentes, agarré una basurita del piso y resultó ser una cucaracha.

a los once años cuando descubrí que las cucarachas podían volar.

a los once años cuando casi me como mi segunda cucaracha. estaba flotando en la chocolatada.

a los once años, cuando papá puso veneno para cucarachas en la parra del patio, no me avisó, salí a respirar un poco de aire fresco, y muchísimos cádaveres de cucarachas cayeron sobre mi cabeza. recuerdo haber pensando “¿esto es el infierno? ¿estoy muerta?”

básicamente todo el verano del año 2008 en el que en Berazategui levantaron la calle 14, y la ciudad se superpobló de insectos de todo tipo.

y particularmente, desde este punto en adelante, cada vez que veo una cucaracha.

a los doce años, cuando se prendió fuego el edificio en el que vivo.

también a los doce, cuando papá armó el bolso de cuero marrón y se fue de casa, porque en ese momento estaba segura que no iba a verlo más.

en ese mismo año, la vez que mis amigas se enteraron de que papá se había ido, le contaron a todes en la escuela, y tuve que ir a hablar con la psicopedagoga.

a los trece años después de haber dado un beso por primera vez, pensando “¡ay no, no estoy lista para una relación!”.

cuando cumplí los quince y viajé a Disney, y tardé una semana en hacer amigas porque lloraba todos los días por alguna cosa distinta.

a los dieciséis años cuando papá se quedó sin trabajo y pensé que íbamos a ser como la peli esa de will smith, en la que duerme con su hijo en el subte.

a los diecisiete años cuando mis amigas de la secundaria me hicieron una intervención diciendo que no me creían que mi papá estaba sin trabajo. literalmente una intervención, hicieron una ronda de sillas y me sentaron en el medio.

a los diecisiete años cuando le dije a mi profesora de catequesis que el aborto me parecía bien, porque tener hijos era medio un asco, y si no querías tenerlos tenía sentido. ella me paró en frente de todo el aula y dijo “esta es la cara de la muerte”.

a los dieciocho años, cuando arranqué la universidad.

a los dieciocho años, cuando me agarraron comiendo helado a escondidas en el trabajo.

a los diecinueve años, en año nuevo, cuando quedé varada en el medio de la ruta y decidí culpar a una amiga por mi propia estupidez. todavía seguimos sin hablar.

a los diecinueve años, cuando vi a una compañera del trabajo jalando lanza en el vestuario.

a los diecinueve años, cuando vi a una compañera del trabajo jalando lanza en el vestuario, entró su hermana, la estampó contra la pared y gritó “¿QUÉ ESTÁS HACIENDO PENDEJA?”

a los diecinueve años, cuando tuve que cuidar a cuatro cursos del jardín de infantes en la salita de juegos del trabajo. lloré atrás del tobogán como por quince minutos.

a los veinte años, cuando le dije a un compañero del trabajo que no quería verlo de nuevo, me estampó contra el mostrador y me dijo “ahora no te hagas la linda, putita”.

a los veinte años, cuando me crucé con ese tipo sacando fotocopias en el cehum.

a los veinte años, en el local del pts.

a los veinte años, en un local de la cámpora.

el día que asumió macri. ese día, una amiga había venido por primera vez a estudiar a casa, y mi mamá entró a mi pieza, llorando y diciendo “al fin se fue la lacra”. mi amiga nunca volvió.

básicamente desde el día que entré en la universidad hasta hoy, tengo ataques de ansiedad cada tres semanas, una vez que empezamos con las temporadas de parciales.

vale aclarar que mi sistema digestivo nunca será el mismo.

a los veinte años, cuando por fin renuncié al trabajo gritándole a mi jefe “YA NO QUIERO ESTAR MÁS ACÁ, ME HACE MAL”.

a los veintiún años, cuando alguien que quería mucho empezó a chapar muy desaforadamente con otra chica. pensaba que ya lo había superado pero parecía que no, y después me di cuenta que en realidad estaba todavía muy deprimida y que tal vez nunca lo había querido, pero si necesitaba que me quiera a mí. le mandé un audio de diez minutos al otro día. este en particular me da mucha vergüenza.

a los veintiún años, cuando me enteré que una chica había difundido el rumor de que yo me había intentado suicidar. nunca me intenté suicidar.

a los veintiún años, aplicando para una beca para la que tuve que entregar cuatrocientos setenta y ocho formularios, y me llegó un mail diciendo que no había entregado el más importante.

a los veintiún años, intentando falsificar la firma de mi director de tesis para entregar ese papel firmado.

a los veintiún años, en el encuentro nacional de mujeres de trelew, en el medio de la marcha.

el día que fuimos con zeta a factor c y habíamos fumado demasiado. yo sentí que me iba a morir y ella que no tenía cara.

a los veintidós años, cuando nació mi sobrino, y me dijeron que el parto había tenido complicaciones. empecé a llorar desesperadamente en el pasillo del hospital, a pesar de que ya me habían dicho que mi sobrino estaba bien, pero pensando en todas las cosas que podrían haber salido mal.

hace un mes, cuando arrancó la cursada. básicamente porque arrancó la cursada.

una semana antes de rendir un final, en febrero. porque me daba mucha fiaca.

en una reunión pre-función porque una chica hablaba mucho.

hoy estuve al borde de tener otro, cuando me di cuenta que me había olvidado de mandar un mail muy importante. ahí fue cuando pensé “mmm, podría hacer una lista de mis ataques de ansiedad”. todavía no mandé el mail.

probablemente tenga otro en cuestión de dos semanas. tres como mucho. es una enfermedad cíclica y repentina, puedo estar muy tranquila, acomodada prolijamente en una cajita, cubierta en una tela blanca y serena, divirtiéndome sin grandes preocupaciones, y en el momento menos pensando, una mano invisible me arroja al suelo y me hace estallar.

tener ansiedad es lo más parecido a ser un chaskibum, supongo. nunca sabes cuándo vas a explotar, y encima sos lo menos divertido de la fiesta.