A las tres de la tarde, el tímido sol mantiene una distancia severa respecto del horizonte, como si se negara a oscurecer vidas tan temprano, y apenas calienta los cuerpos activos que corren como los minutos. Verde y rojo, el 129 que salió de Plaza Once se detiene ante la parada de avenida Jujuy al 700. Autos, camiones, taxis, muchos peatones circulan en el límite entre Balvanera y Parque Patricios. El paisaje responde a la miscelánea que caracteriza a una de las zonas más históricas de la Ciudad: fachadas sepia decimonónicas, edificios municipales en clave brutalista con enrejados expuestos; un kiosco, una farmacia, una estación de servicio, una parrilla y un bachillerato trans.
La bandera celeste, rosa y blanca baila al son del viento otoñal y escolta las letras imprenta que rezan sobre la pared blanca “MOCHA CELIS”, en fucsia, amarillo, violeta y azul. En la década del 2010, se colocaron los cimientos iniciales del primer bachillerato travesti-trans-no binarie (TTNB) del mundo, que hoy en día otorga el título de Perito Auxiliar en Desarrollo de las Comunidades a sus egresades. Quienes estudian, enseñan y militan del otro lado de la puerta negra de entrada siguen los pasos que dejó el contundente legado de activistas como Lohana Berkins, Marlene Wayar, Cris Miró, Diana Sacayán, Susy Shock y Malva Solís *. “Se empezó a pensar el porqué nosotras no podíamos acceder a la educación”, explica Virginia Silveira, cofundadora de la Asociación Civil. Fue trabajadora sexual desde los 13 años, cuando su familia la echó de la casa por la identidad que quería encarnar. Recién a los 29 encontró otra opción más que el desamparo de la discriminación: estudió en la Mocha y actualmente forma parte del equipo docente. En la tarde del sábado, una campera verde la cubre del frío que hace en el hall de la escuela, al aire libre. “Siempre había una barrera entre la educación y las travestis. La gente se preguntaba a qué baño íbamos a ir y no qué currícula queríamos estudiar”.
El bachillerato popular surge como homenaje a la Mocha, tucumana asesinada el 18 de agosto de 1996 en el barrio de Flores por disparos que efectuó la policía. El hecho atroz todavía no se esclareció y la Celis murió sin saber leer ni escribir, sin haber terminado el secundario, sin oportunidades de acceder a educación pública, gratuita y de calidad en un edificio como el que hoy lleva su nombre y al que asisten 400 alumnes. La escolarización es, entonces, una forma de reparación: la curita con la que pueden sanar las heridas de aquellas condenadas a resistir los golpes de los prejuicios, los estigmas, la violencia y la exclusión –el “travesticidio social”– de una sociedad que se estructura normal, binaria, reprimida. Ya lo dijo Lohana: “Cuando una travesti ingresa a la universidad, cambia la vida de esa travesti; cuando muchas travestis ingresan a la universidad, cambia la vida de la sociedad”.
Las metas y el alcance de la Mocha con su comunidad se expandieron a lo largo de los años y la demanda de una vida digna y plena creó nuevos campos de acción: el programa Empleo Trans, el Mocha Fest, las acciones del TejeSolidario y los cursos de formación profesional, entre otras actividades, demuestran la fuerza de esta iniciativa. El ciclo de cine trans, que tuvo su edición en junio (mes del Orgullo LGBTQ+), forma parte de este entramado político-cultural-asistencial que busca abordar integralmente las cuestiones que rodean la vida de las personas TTNB.
El 15 de ese mes asistí a la proyección del documental “T”, dirigido, guionado y registrado por el santiagueño Juan Tauil, que tuvo lugar en el aula de segundo año. Las sillas coloridas desde las que les estudiantes hilan su futuro se dispusieron, por unas horas, en un espacio de reflexión con el apoyo de la cinematografía. Los veinte asistentes disfrutamos, además, de porciones de bizcochuelo y tazas de café y té, servidas con hospitalidad por el equipo de la Mocha. Tanto el bono contribución de la entrada como lo recaudado en el improvisado buffet se destinaría a un fondo de desempleo para las personas trans que fueron despedidas del INCAA.
El trabajo de Tauil atestigua la lucha del movimiento travesti-trans en el proceso de la adquisición de la Ley de Identidad de Género y su inclusión en políticas públicas y programas estatales. La cinta comienza con el testimonio de Marlene, viajando en un micro de larga distancia mientras habla a cámara. Ella y Diana, junto a otras, recorren las vivencias de la población trans en Argentina, a lo largo y ancho del territorio. Se entrelazan historias de vidas resistentes y heroicas: Malva, Alejandra Ironici, Naty Menstrual, Daniela Ruiz, Klaudia, Julia Amore. La performance artística juega un papel fundamental en la cultura TTNB, con sus obras de teatro, canciones, poemas, revistas, pelucas, tacos altos, tapados y espejos de tocador. A la par, Lohana es ovacionada en la Legislatura de Buenos Aires luego de dar un discurso movilizante y también recibe la atención de un auditorio de la Universidad Nacional de La Matanza en el que expone sobre el papel del Estado.
“Con el humus de mi cantar, / con el arco iris de mi cantar, / con mi aleteo / reivindico mi derecho a ser un monstruo / y que otros sean lo Normal”, impacta la voz de Susy con su poema “Monstruo mío” a través de la grabación de Tauil. Se la ve segura, confiada y provocadora al hablar. “Mi derecho a explorarme, / a reiventarme, / a hacer de mi mutar mi noble ejercicio. / A veranearme, otoñarme, invernarme: / las hormonas, / las ideas, / las cachas, / y toda el alma. / Amén.” En el atento silencio del aula retumban esas palabras, poderosas como el árbol que ha resistido tempestades con la firmeza de sus raíces y serenas como quien puede adornar sus ramas con las flores y las abejas que más le placen. Pienso qué tan privilegiada habré sido por conformarme con lo que la biología me asignó y nunca haber sentido la urgencia de trastocar la apariencia de este tronco mío. ¿Es una cuestión de suerte gustarse en el reflejo natural del agua?
El video a través del proyector llega a su fin. Francisco Quiñones, el fundador de la Mocha y hoy también el encargado de la computadora que tenía el archivo, cierra el VLC. Los aplausos dan lugar a la ronda de reflexión y debate, entre abrazos y lagrimeos que no tardan en aparecer.
—Me emocionó mucho ver a Ale y a Diana, que las mataron los chongos, ¿no? Nos debemos el amor, esa construcción que debemos ir repensando juntes… Estar aquí es amor, contener a les despedides es amor, festejarnos es amor —Virginia inaugura con calidez el intercambio, de pie y acogida por el respeto de quienes estamos en el aula—. A pesar de todo el odio que vivimos, me pongo siempre en esto de ‘lucha como una travesti’, porque las travestis aunque nos han cagado a tiros simplemente nos hemos levantado. Esa lucha la vamos a resistir… Ahora con las personas no binarias que se están visibilizando, que empiezan a resurgir con militantes —su discurso improvisado es elogiado por una sencilla ovación. El ida y vuelta se reabre—.
—Antes éramos tratadas como algo raro, o no sé… A algunas personas las encerraban en un manicomio por ser ‘diferentes’ a los demás. Pensaba, también, que las echaban de sus casas, por tener distintos pensamientos. Y las persona trans para ganarse la vida tenían que prostituirse o así, decía el documental —reflexiona Alice, una adolescente trans de no más de 15 años. Viste un saco celeste de lanilla, una pollera negra y medias de red. Su voz es apenas tímida—.
—Bueno, en ese sentido —retoma Virginia— a mí me echaron de mi casa por ser trava a los 12 años. Recién a los 29 pude conocer lo que realmente era acceder a la educación, gracias a la Mocha, ¿no? La Mocha vino no sólo a mí sino a muchas personas a demostrar que había otro mundo posible en el que yo también podía resistir y empezar a hacer el mundo en el que quiero vivir.
Silveira le cede la palabra a una mujer apodada “Pacha”.
—Cuánto tiempo ha pasado, ¿no? Veía a Diana caminando en La Matanza y las intervenciones de Lohana, que fundamentalmente en la Mocha han plantado sus logros, y estarían orgullosas de que sigamos este semillero de conciencia colectiva —expresa Pacha casi de un tirón, como si fuera un pensamiento recurrente en ella—. Une sabe que acá no va a haber discursos de odio y que es un lugar seguro y quienes tenemos que garantizar eso somos todes quienes frecuentamos este espacio… Y es un dato de la realidad: tenemos que estar atentes a todas las movidas [de odio] que se están haciendo, porque creo que esta lucha quizás va a ser más larga, ¿no? —a su alrededor, asienten— Fue muy emocionante ver cuántas sorpresas nos hemos llevado en el camino; esto de “lo imposible sólo tarda un poco más”… Hemos logrado cosas, faltan un montón y, bueno, avancemos todos hacia el mundo ese.
Pareciera que nadie más se anima o que tal vez tampoco quede algo por agregar a lo que ya se dijo. Entonces, habla Patricia Candia —‘Paty Sharon’ es su seudónimo—. Tiene un vestido floreado corto y un jean azul.
—Quiero compartir también que, bueno, nada más triste que tener que volver a la calle; no quiero ver esa posibilidad —comienza Patricia. Había conseguido trabajo en el INCAA gracias a su formación en la Mocha y lo perdió en la ola de despidos—. Lo vuelvo a repetir, porque es un testimonio: recuerdo estar en la calle y que me agarren tipos, que me peguen solamente por ser travesti, ¡que me lo digan en la cara! ‘Por puto, por trava…’ Y simplemente yo parada trabajando para poder pagar un lugar en el que vivir, para comprarme una zapatillita… Por eso tiene que haber una posibilidad. Veo que está todo medio oscuro, entonces yo agradezco que estemos acá, que la unión hace la fuerza. Le agradezco a los profesores y su paciencia; ¿saben lo que es aguantarme? Ellos lo hacen con un amor, que a veces no puedo creerlo… Gracias. Y un aplauso para mí —concluye entre risas y recibe los aplausos—.
La posta discursiva regresa a Alice, que empieza a narrar un poco de su historia.
—Mi nombre original era […] y me molestaban mucho por ser gay, me burlaban por ser maricón. Yo estaba como en mi caparazón… Le dije a mi mamá, que está acá conmigo —la mujer al lado suyo se seca las lágrimas al escucharse mencionada y acomoda un brazo alrededor de los hombros de Alice—, que me sentía así y tal. Y ella me aceptó. La vida me dio una segunda oportunidad, porque allá en Córdoba yo no la pasaba bien, recibía miradas raras, chistes…trataba de esconderme, y me cerraba, me cerraba… Y me di cuenta de mi libertad… Y ya estoy así, feliz.
Con su relato, Alice termina tocando, con delicadeza, las fibras de todos los oyentes que ya se habían sensibilizado luego del documental de Tauil.
La edición del ciclo de cine trans llega a su fin. Los presentes van juntando las sillas, tirando las servilletas con las migas de bizcochuelo, dirigiéndose a la salida. La mamá de Alice aprovecha para hablar con ‘Paty’, que le recomienda que su hija se incorpore a la Mocha y estudie allí. Yo me sumo a su conversación casi sin vergüenza.
“Pasar de estar en la calle prostituyéndome a graduarme acá en la Mocha…”, recorre Patricia las vueltas que transitó a lo largo de su vida, con el fulgor del orgullo resaltando sus ojos incluso a través del delineado negro que se hizo ese sábado. Me habla con emoción mientras sus manos vuelan por el aire con la libertad propia de quien puede escribir su propia historia e identidad como siente y quiere. “La Mocha fue mi salvación, mi refugio, mi todo. Hace 4 o 5 años, en la pandemia, estaba perdida, lastimada y en la calle, sin primario completo siquiera —regresa al pasado—. No tenía para comer ni forma de conseguir dinero. Me pasaron el número de Pancho [Francisco Quiñones] y me llevaban a casa [en González Catán] alimentos, frazadas, zapatillas”. Su cuerpo fue marcado por golpes, puñaladas, trompadas en la dentadura. No deja de sonreír al contar que este año, finalmente, terminará el secundario y eso le ilusiona: “Es la frutilla de la torta, la corona”.
El sol cayó tras el horizonte de la Ciudad hace rato ya, cuando el simpático encargado de la Mocha despide a los espectadores con una sonrisa de felicidad como la que brinda el anochecer del sábado. La vida en San Cristóbal continúa con la cadencia urbana que la caracteriza y las luces de la calle empiezan a alumbrar la eterna noche porteña. Con la oscuridad, se encienden en mí las preguntas. ¿Dónde estuve todo este tiempo en que las trans han luchado con perseverancia? ¿Era desinterés o desinformación? ¿Sentí por otro grupo el respeto que me surge con elles, quizás la parte más vulnerada del colectivo LGBTQ+? ¿Por qué no supe antes de todas estas historias? ¿Qué voy a hacer ahora que las conozco?
El 126 aparece en la avenida San Juan y le hago señas al colectivero para que frene. “Hasta Chacabuco, por favor”.
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* L. Berkins, activista (1965-2016); M. Wayar, psicóloga social y activista (1968-); C. Miró, artista (1965-1999); D. Sacayán, activista (1975-2015); Susy Shock, artista trans sudaca (1968-); M. Solís, activista travesti (1920-2015). Que en paz descansen las fallecidas.
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Gracias a Virginia, Patricia, Alice y al encargado de la puerta de la Mocha por la calidez, el tiempo y los relatos. Gracias a Diego, Analía, Teresa, Elisa, Bubi y a Sofía por leer con anticipación.
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Elena Rosso :
Elena Rosso : Catalina D’Atri escribe esta crónica usando una prosa elegante, sin golpes bajos, incluyendo las vivencias de varias mujeres a quienes el Bachillerato de La Mocha les cambió la vida. Su manera poética de describir paisajes y situaciones nos permite conocer esta otra realidad sin empañar la emoción que nos provoca