Ya desde hace más o menos un mes, en el sur de la Argentina, han madurado los membrillos. Ellos hacen un dulce excelente, muy usado por los adictos que quieren recuperarse, por los presos que buscan calmar su ansiedad y por otra gente.
No puede negarse la sutileza de una jalea de membrillos bien hecha. Para mí lo ideal es una taza gigante de café con leche fuerte y endulzado con azúcar, en el que se moja recién hecho ese pan conocido como “galleta de campo” muy abundantemente cubierto por crema de leche bien espesa y jalea de membrillos.
Así que ahí va la receta.
Poner en una olla de acero de fondo grueso cáscaras y carozos con semilla de membrillos frescos y maduros, bien lavados. La cantidad mínima necesaria es 1/2 kg, que es la que usamos para este instructivo. Por lo tanto, si hacéis más, habéis de respetar las proporciones.
Cubrir con agua, dos cm por encima de las cáscaras, agregar el jugo de medio limón y poner a hervir durante 40 min a fuego medio con la olla tapada.
Colar el resultado con un colador finito o un paño limpio de algodón de trama medio gruesa, peresionando las cáscaras y los carozos para que salga todo el líquido. Dejar aparte las cáscaras y los carozos.
Mezclar el jugo obtenido con azúcar de caña (750 gr de azúcar por litro del jugo obtenido o la proporción equivalente) y poner la mezcla a hervir a fuego bajo durante otros 45 min aproximadamente, revolviendo cada tanto con una cuchara de madera y retirando la espuma que sube a la superficie con una espumadera, para que la jalea quede cristalina.
El color resultante debe ser rojizo medio oscuro, y la consistencia intermedia: ni líquido como un almíbar ni durito como gelatina.
Se envasa en frascos de vidrio previamente esterilizados, se deja enfriar y se tapa.
La jalea de membrillo queda muy bien sobre tostadas con manteca o crema de leche batida espesa.
¡Salú!