Atravesé cada amor como una guerra. Lastimé y fui lastimada, ataqué y fui atacada. Más que víctima soy una superviviente, que pese a todo vuelve a entregarse en cuerpo y alma a la aventura del querer.
Me quedaron secuelas, la mayoría imperceptibles, pero están. Así como el que se quema con leche ve una vaca y llora, a mí cada «te quiero» me resulta agridulce. ¡Cobarde! Sí, es verdad, pero me quedo. Y eso que soldado que huye sirve para otra guerra, yo igual sigo firme en el campo de batalla.
De mucho trabajar las manos se vuelven ásperas, desarrollan una barrera que las protege del daño constante. Mi corazón todavía es suave al tacto, es más durazno pelón que kiwi, es más flor de kala que cactus.

¿Se sentirá igual con costra, con callo, con cicatriz?