Tres poemas de un Montehermoseño en temporada

 En realidad, no soy Montehermoseño, esto se debe a que no nací en el pueblo costero, ni siquiera en sus alrededores. Sin embargo, viví suficiente tiempo como para poder desarrollar cierto afecto y sentido de pertenencia con el lugar.

Ahora que llegó Diciembre resulta imposible evadir el rostro de ciertas responsabilidades. 
Por eso voy a decir tres cosas al respecto:
1) Creo que en Monte persiste de manera arraigada una cultura de trabajo bastante comprometida e intensa. Es decir: a partir de determinada edad (quince años posiblemente) o trabajas o sos alto vago.
2) Yo era alto vago.
3) Estos poemas fueron escritos durante enero y febrero de algún verano perdido. 

I

Trabajar
en una cocina
durante el verano
no es para cualquiera.
El aire siempre es más intenso
en un ambiente cerrado. Y los olores
se adhieren a la piel, sobre todo 
el olor a frito: se impregna en el
cuero cabelludo y se mezcla junto
al sudor. Pero vos no lo notas. 

Lo peor, sin embargo
son algunos turistas.
Ellos son como verdugos:
no hay perdón al error y el error
puede valer tu trabajo
y tu humor
y a veces quebrarte
el espíritu. 

Por alguna razón: 
ellos no me afectaban.
Me divertía mirarlos.
Tenían sus historias.
Algunos
parecían tener
mucho dinero
Otros
fingían tenerlo.
La gran mayoría
eran familias:
todos fueron jóvenes
y hermosos en algún momento
pero se entregaron.
Recuerdo una tarde de mucho calor:
una pareja de ancianos
bebieron hasta casi morir:
Nosotros llamamos a la ambulancia
Yo vi cada detalle:
cada vaso que vaciaban
era un grito y cada grito
una súplica. 

El verano
es como una especie de guerra:
hay perdidas en todas partes
y lo único que importa
es el dinero.
A mí
no me importaba el dinero.
La paga era mala.
Pero era algo.
Podía trabajar 
durante doce horas seguidas
sin sentirme sofocado.
La cocina era
como mi habitación
¿Es extraño, no?
me sentía cómodo. 
Comía lo que quisiera
cuando quería y si quería
me sentaba arriba del freezer
y hacía nada.
Escuchábamos música
The Black keys
casi siempre
y tomábamos mates
y esperábamos 
esperábamos 
y esperábamos. 

II

Quiero escribir
de la forma más clara 
y posible lo que ocurrió:
Pues verás 
yo no soy un poeta
no sé nada de la lengua
pero una tarde de verano
en el trabajo
me encontré caminando hacia una bodega oculta debajo de un médano 
en busca de reservas y comida para reponer en la cocina
y en la húmeda habitación con paredes revocadas puerilmente 
(donde tablas de surf, remos, trajes de neopreno
y grandes estantes de gaseosas ocupaban el espacio)
Vi el milagro: 
frases y frases y frases de letras negras gigantes y medianas
escritas por todos los antiguos y actuales empleados 
se alzaban suntuosas en toda la habitación. 
Solo eso. 


III

El mar sabe de anhelos mínimos
(Allí se pesca lo que en tierra no hay)
En el pueblito costero persiste la historia
de un hombre hecho de soledad
acuñado por la memoria de otra tierra astillada.
La escena es sencilla y repetitiva:
El hombre se levanta al alba en tramado de colores
que solo el verano sabe crear:
Roza la arena/mira el mar
empuja y luego se sube a una pequeña barca de madera
Cargando sus años/la caña/ y los anzuelos:
la figura desaparece luego de las primeras olas. 

1 comentario en “Tres poemas de un Montehermoseño en temporada”

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