Todavía no he muerto, y ya me comen los bichos. Por la noche, los mosquitos. Durante el día, los parásitos, que me roban las ganas de vivir, y las redes sociales, pulgas ansiosas que pican en todo momento, me comen la cabeza.

Las hormigas me comen el azúcar. Y los gorgojos, unos puntos voraces, me comen los fideos, el arroz y las lentejas.

He tratado de explicarlo, quise buscar las palabras para decir que cada vez queda menos de mí, cada vez tengo más agujeros. Quise decir que van a quedar despojos insignificantes para los gusanos. Iba a decirlo, traté en serio, pero los ratones me comieron la lengua.