Inspirado en el Decamerón, obra de Whaterhouse
1.Hace algunos años, la Organización Mundial de la Salud (OMS) pronosticaba: “Se espera que los trastornos depresivos, en la actualidad responsables de la cuarta causa de muerte y discapacidad a escala mundial, ocupen el segundo lugar, después de las cardiopatías, en 2020”.
2.Cuando en la Argentina se tomaron las medidas gubernamentales destinadas a amortiguar el avance del coronavirus (COVID-19), otra pandemia ya circulaba. En un país con una extensa historia psi, la cultura terapéutica se consolidó- no solo en los medios de comunicación- como modelo interpretativo de la agenda que la nueva pandemia imponía. Indistinguible, en ocasiones, de algunos productos culturales masivos, los saberes psi fueron demandados para dar sentido a los urgentes pedidos de una sociedad depresiva obnubilada por su interior.
3.Antes -como un presagio-, o durante la nueva pandemia, emergieron artefactos culturales que pusieron a dialogar, cada uno a su modo, a los dos fenómenos (depresión y coronavirus). Estos cruces imprevistos, en un contexto sanitario que tendía a aislar, mostraron su fertilidad para imaginar el día después de mañana.
4.“Si la neurosis es el drama de la culpabilidad, la depresión es la tragedia de la insuficiencia”, Alain Ehrenberg.
5.El difundido lenguaje psi, el giro hacia sí mismo y el bienestar exigido como meta permanente, entre otros factores, posibilitaron el surgimiento, en el siglo XX, de la cultura terapéutica. Paralelamente, la depresión crece, en medio del neoliberalismo, como un virus. La cultura terapéutica es una amalgama de “discursos, saberes legos y expertos, prácticas y creencias científicas y religiosas que conciben el malestar subjetivo y la dolencia física como sufrimiento inaceptable o solo admisible en niveles muy bajos”. Entonces: entre el tatuaje personal (“soltar”), la frase motivacional en las redes sociales y las expertas sentencias de un panelista radial, puede haber un hilo conector.
6.En un reconocido best seller Byung-Chul Han afirmaba que cada época tiene sus enfermedades representativas. “A pesar del manifiesto miedo a la pandemia gripal, actualmente no vivimos en la época viral. La hemos dejado atrás gracias a la técnica inmunológica. El comienzo del siglo XXI, desde el punto de vista patológico, no sería ni bacterial ni viral, sino neuronal” (pág. 13), escribía en 2010. Han advierte el miedo a la pandemia gripal cuando describe el nacimiento de la depresión como la enfermedad emblemática de estos tiempos. En el encierro, a veces, el inesperado diálogo pandémico sucede.
7.En noviembre de 2019, Karol G y Nicki Minaj lazaron Tusa: “Pero si le ponen la canción/ Le da una depresión tonta”, decía la letra nocturna, bailable. Un mes después, en la ciudad de Wuhan, China, germinaban las primeras noticias de lo que se conocería como coronavirus. En las siguientes semanas la citada OMS confirmó los síntomas de una enfermedad que, prevenían, podría ser global. Durante el verano argentino Tusa creció como una patología pop y se hizo viral junto a los sucesos que provenían de oriente.
8.Para Élisabeth Roudinesco la sociedad de las últimas décadas es una sociedad depresiva. “La depresión devino la epidemia psíquica de las sociedades democráticas a la vez que los tratamientos se multiplican para ofrecer a cada consumidor un tratamiento honorable” (pág. 18), escribía en 1999. Luego afirmaba que “El sanitario moderno -psicólogo, psiquiatra, enfermero o médico- ya no tiene tiempo para ocuparse de la larga duración del psiquismo, pues, en la sociedad liberal depresiva, su tiempo está contado” (pág.35). El tiempo doméstico que el COVID-19 impuso fue experimentado, en grandes sectores de la población, como si fuera el tiempo vacío, individual, de la depresión.
9.“El tiempo, la más deprimente de las categorías mentales”, César Aira.
10.En marzo, al mismo tiempo que se implementaban las primeras medidas contra el avance del COVID-19, algunos medios notaron que la primera emisión de la serie The Office (2005-2013) cumplía sus pícaros quince años. El capítulo número veinte de la tercera temporada trata sobre un problema actual: las dificultades que ocasiona representar las depresiones.
11.“La esencia de la modernidad -escribió Georg Simmel a comienzos del siglo XX- es el psicologismo y la interpretación del mundo en los términos de las reacciones de nuestra vida interior”.
12.En enero de 2019 Houellebecq publicó Serotonina. El título se refiere a “una hormona vinculada a la autoestima, al reconocimiento alcanzado dentro del grupo” (pág. 79), asociada a los antidepresivos. La novela poco agrega a la obra, una tanto predecible, del escritor galo: un asesor del ministerio de agricultura, de casi cincuenta años, decide, sumergido en una depresión, abandonar lo que tiene y huir. Se aísla, como un infectado, en hoteles y en cabañas. En un segundo plano aparece la cultura terapéutica con sus centros naturistas, medicamentos y consejos buena onda. Para evitar preguntas sobre su futuro, al narrador se le ocurre “inventar la ficción de un nuevo trabajo que me esperaba en Argentina, en una hacienda vitícola situada en la provincia de Mendoza” (pág. 49).
13.“La depresión es, después de todo y sobre todo, una teoría sobre el mundo y la vida”, Mark Fisher.
14. Ciertos temas que el COVID-19 instaló en estos meses están vinculados a los síntomas que la sociedad depresiva ya venía manifestando: trastornos (del sueño, etc.), ansiedad, impotencia, angustia, irritabilidad, desgano. Como si la vida interior, de la que hablaba Simmel, se hubiera hecho (más) pública. Por eso no es extraño que las distintas formas de la primera persona sirvan a los registros preferidos del confinamiento (diarios, redes, etc.).Del interior, estimulado por la cultura terapéutica, puede extraerse la verdad personal, que requiere hacerse pública. La autoayuda como faro en la noche pandémica.
15.El nuevo disco de Bandalos Chinos fue difundido en octubre, cuando la ascendente ola de COVID-19 alcanzaba picos dolorosos. El título –Paranoia pop– propiciaba otro encuentro entre una “perturbación mental” y una estética sensible durante el aislamiento. “Tengo el día entero pero solo pienso en dormir/a pesar de toda esta locura/te quedas ahí”, dice la letra de La herida.
Una parte no menor de lo que sucedió puede relacionarse con lo que Piglia entendía por ficción paranoica: relatos que trabajan con la amenaza, con los miedos. Como la paranoia pop que propaga la televisión (el medio más visto por la franja etaria más vulnerable) cuando pide tranquilidad New Age y a continuación repite datos temibles sobre la pandemia.
16.“Cuando más deprimido está Walter más feliz se siente la gente que está alrededor”, Samanta Schweblin.
17. La ficción paranoica comparte con la cultura terapéutica algunos rasgos: los excesos de interpretación, las simplificaciones y la precipitada necesidad de dar sentido.
18. El cognitariado, para Berardi, está compuesto por los nuevos trabajadores, los que ya no tienen un lugar y un tiempo fijos para laburar. El celular y la notebook son sus herramientas inseparables. El COVID-19 llevó a que miles de trabajadores (docentes, etc.), apartados de las exigencias del cognitariado extremo, sintiesen su rigor. En esta dirección, Berardi agrega: “La parálisis de la voluntad (la imposibilidad de la política) es el contexto en el que se sitúa la epidemia depresiva contemporánea” (pág.236).
19.El escenario psicopatológico de la cuarentena hizo audible el diálogo entre dos pandemias, aunque se escucharon más las solicitudes de la nueva. Adentro de los hogares higienizados el interior subjetivo buscó respuestas ante un acontecimiento desconocido. En un país con una prolongada tradición psi, la cultura terapéutica volvió a postularse como sistema interpretativo amplio. Para el COVID-19 recomendó el mismo tratamiento que falla en la depresión porque la despolitiza, porque privatiza la salud mental al reducirla a un aislado drama personal. Sin embargo, con la otra mano, firma el alta que busca el “saludable éxito” de la autoexplotación: ser uno mismo, decirlo todo y rendir más, hasta caer, como una pastilla en un vaso.
Lejos de ponerlas en crisis, el COVID-19 coronó a la sociedad depresiva y a la cultura terapéutica, haciéndolas llegar a los sitios a los que no habían llegado antes.
En la larga noche de la cuarentena se transmitieron distintos espectáculos, sin público. Para evitar el vacío deprimente, se rellenaron las tribunas con público artificial y se agregó sonido ambiente grabado. Los shows lucían como si nada hubiera pasado. Por otra parte, distintos grupos sociales (trabajadores de la salud, colectivos militantes, etc.) discutieron con el tiempo pandémico y reformularon las preguntas que seguirán incomodando, más allá de la vacuna. En estos encuentros espontáneos, en esta reunión de disidentes, quizá se divise el día después de mañana.
NOTAS
1.Pág. 13 de L. Hornstain, Las depresiones, Buenos Aires, Paidós, 2016.
2.Ver M. Plotkin, Freud en las pampas. Orígenes y desarrollo de una cultura psicoanalítica en la Argentina (1919-1983), Sudamericana, Buenos Aires, 2003.
4.Pág. 19 de A. Ehrenberg, La fatiga de ser uno mismo, Buenos Aires, Nueva Visión, 2000.
5.V. Papalini, “Culturas terapéuticas: de la uniformidad a la diversidad”, en Methaodos. Revista de ciencias sociales, Madrid, 2014.
6.La sociedad del cansancio, Buenos Aires, Herder, 2018.
8.¿Por qué el psicoanálisis?, Buenos Aires, Paidós, 2015.
9.Pág. 23 de C. Aira, Evasión, Buenos Aires, Random House, 2018.
11.Citado en pág. 97 de B. Sarlo, La intimidad pública, Buenos Aires, Seix Barral, 2018.
12.Serotonina, Buenos Aires, Anagrama, 2019.
13.Pág. 97 de M. Fisher, Los fantasmas de mi vida, Buenos Aires, Caja Negra, 2018.
15.R. Piglia, La forma inicial, Eterna Cadencia, Buenos Aires, 2015.
16.Pág. 96 de S. Schweblin, Pájaros en la boca, Buenos Aires, Random House, 2016.
18.Generación Post-Alfa, Buenos Aires, Tinta Limón, 2016.