En noviembre del 2018 la revista argentina de poesía «La Guacha» publicó un dossier bastante chanta en el que se prometía una lectura de «la poética del Indio Solari». Relámpago de Sémola, que ya había hecho un programa al respecto, leyó el dossier y publicó lo que sigue.
A´continuación de la nota, el podcast de Relámpago publicado en Latapa.com.ar
La Guacha sobre la poética de Solari:
un cucurucho de mierda en la frente
Unos cuántos nos alegramos: por fin alguien se anima a hablar de eso. La bajada del título de tapa de la revista La Guacha de noviembre del 2018 dice que ese número se ocupa de “La poética del Indio Solari” y eso es mentira, es una redonda estafa. Y es una falta de respeto, si se entiende “respetar” como mirar algo con atención.
“Hubiéramos querido traerles a nuestros lectores, la opinión del Indio (…) No fue posible”, dice la nota editorial con sus habituales comas mal puestas. La nota introductoria lo vuelve a decir, esta vez con los paréntesis desubicados y un asomo redundante: “(…) intentar una y otra vez contar con la propia voz del protagonista (…)”. Esta sola idea parece ser cierta: salvo por el mero entusiasmo de algunos escritores/ escuchas, una lectura posible de la poesía de Solari no está en la revista. El Indio no está, no lo consiguieron.
Es justo señalar ahora unas pequeñas disidencias con el bruto del dosier: Rodolfo Edwards, en una nota un poco sobrada de palabrerío y falta de muestras, intenta por un lado una genealogía en la que se puede pensar (los personajes sórdidos del Arlt, Discépolo señalando los desatinos de su época) y por otro lado anota cierta impertinencia de los Redondos (es casi imposible hacerlos entrar en la tradición poética del roc argentino). También sucede que Aliaga tira alguna punta, aunque la relación con la escritura de Nicanor Parra resulte forzada.
La nota editorial de la Guacha -otra vez- aborrece de la academia, aunque la nombra –una vez sí, una no- con mayúsculas: “Si Wiliam Blake habla del cielo y el infierno la academia se hace hace pis”; ”La Academia (…) no ha tenido el valor todavía de abordar la producción de Solari como esta merece”; “(…) los parámetros de la academia que siempre recortan por lo más delgado y sancionan con el silenciamiento a las poéticas de matriz popular”.
Sin embargo, varios de los artículos del dosier están llenos de referencias académicas. O, más específicamente, mal vestidos con prendas sueltas que encontró al pasar un alumno de primer año de alguna disciplina social. A ver: De Mateo empieza con “(…) asir las producciones simbólicas” para después citar a: Borges, Alighieri, Valery, Kristeva y –cómo no- a Deleuze que como todos sabemos sirve para todo. Y, acorde al título de la columna, usa varios giros que son lugares comunes del discurso académico: “lectura inmanente”, “resignificada”, “rizomático”, “orden del discurso”, etc.
La columnita de Watkins empieza aludiendo a Derrida y a Benjamin (lo aclara él con sus paréntesis). La manera demagógica y acrítica en la que este autor usa la expresión “palabra empoderada” (en itálica en el original) merece un párrafo aparte que no vamos a escribir. “(…) lugares abiertos a las disputas de sentido”, dice en otro lado Ghigonetto. Es casi gracioso cómo la palabra “sentido” se repite en los artículos, de la misma abundante y descuidada manera en que la usan los estudiantes que recién empiezan letras.
¿Pero cuál es la crema de este heladito de mal gusto? ¿Con qué se rellena el cucurucho del bolazo? Lo más sustancioso es que, salvo el gesto francamente demagógico de citar a modo de título o colofón cachos de letras que sabemos todos, no se habla casi en ningún artículo de lo que promete la tapa: la poética del Indio Solari. Es lo que dice la editorial en un desliz de autenticidad: falta el Indio.
Sobran lugares comunes, pero no hay letras de Solari. Y menos las hay puestas en un contexto de especulación tal que este dé cuenta razonablemente de sus referencias, sus recursos, su estilo, su estética, el peso cultural de su discurso, su belleza. Hay opiniones, no hay ideas. Hay mucha metáfora casi siempre vacua, lo que no hay es una lectura apoyada en mecanismos intelectuales razonables. Casi todo va masomenos así: opiniones sin razones y sanata pseudopoética.
Aquí un poco de la sanata pseudopoética que hay en las siete sucesivas páginas del dosier. Claudio Lo Menzo: “aquelarre de emociones que hacen surco”, “y esa voz sincera que aflora con palabras movedizas”, “pulsa a corazón abierto”, “océano de otras almas que se cantan a sí mismas”. Martín Gómez: “estas líneas no pueden servir más que como una invitación a esos conjuros”, “es como si con los inclaudicables ojos que el Indio afirma haber alquilado para ver el mundo le hubieran sido dadas (sic) la capacidad de escudriñar”. Santiago Lo Menzo: “fundando la logia en la prueba del no soñar”. Kiki La Plume: “por eso el Indio se me aparece como una especie de mago neoplatónico o alquimista espiritual”. Watkins: “irrumpe una lectura del corazón y la memoria”, “lo aurático visto por Benjamin”, etc., etc., etc. Pareciera que la manera de ayudar a comprender la escritura del Indio que tienen estos tipos es decir cosas incomprensibles a los desgraciados lectores. Si el Indio escribe raro y vende, nosotros también, qué tanto.
Así como no contaron con el Indio, tampoco contaron con la posibilidad de un trabajo crítico (no importa si “académico” o no). “Tremendo arraigo popular” dicen muchos de los que escriben en este dosier, de maneras masomenos parecidas. ¿Eso quiere decir que lo escucha mucha gente o quiere decir otras cosas? Si quiere decir otras cosas, ¿qué cosas? ¿En qué letras del indio está puesto eso y cómo? ¿Qué quiere decir “popular” para el que lo escribe? La Guacha dice siempre que reivindica la “Poesía Popular”, alguna vez podría intentar explicar qué carajo quiere decir con eso.
En cuanto a lo que pone Edwards (la filiación temática con Arlt y Discepolo), nosotros entendemos que algo de eso hay, y creemos saber dónde lo hay, pero ya que está ¿no podría dedicar tres líneas a contárselo a otros? Aliaga postula algo interesante: “Solari llevó un público masivo a una zona de acercamiento a la poesía”, faltaría animarse un poco al “cómo” de tal cosa. “No bajar líneas (sic) es una forma de construir los poemas, una forma de delinear una poética”, escribe Ghuigonetto. ¿Seguro que los textos del Indio no bajan línea? ¿Cómo es posible eso? ¿Hay algún texto de alguien que no baje línea?
Otra cosa que usan casi todos son las palabras “críptico” y “hermético”, y de manera equivalente. ¿Alguno podría tomarse el trabajito de explicar que no significan lo mismo y qué quieren decir con tales cosas? Si la obra de Solari tiene cientos de miles de seguidores, seguramente ellos algo entienden de lo que dice… ¿Alguno podría preguntarle al “pueblo”, a los que no hacen columnas en la revista, qué es lo que entiende de las letras de Solari? “Comunicación y poesía simultáneas, y esto es asombroso” pone Watkins, en el colmo de la tontera.
En este uso denodado de las palabras “críptico”, “hermético” y similares reside una parte de la estafa del dosier: se sugiere que la poética del indio es un misterio cerrado, que no se puede entender bien, que en tal caso hay que conformarse con balbuceos como los que se escriben en la mayoría de estos artículos. Y eso es otra mentira. Una mentira en este caso muy política, que juega con las posibilidades de poder de quienes aparentemente tienen una llavecita.
Los lugares comunes que aquí abundan no solo son habituales para el caso de las letras de Solari. Son lugares comunes de la crítica literaria ramplona, incluso de la crítica de arte en general. Se dice que quien oye completa el sentido, que los artistas tienen una antena que recibe cosas que los demás no reciben, que los textos tienen más de una lectura posible, que la voz del artista es única, que la voz del artista interpreta a todos, que la obra produce catarsis en el oyente, que la obra es experimental, que su lenguaje es nuevo, que desafía lo convencional, que su lenguaje es conmovedor, que todo es medio enigmático, que es imposible una lectura inmanente de la obra, que es necesario para entender combinar el pensamiento y el sentimiento y cosas así por el estilo, cosas que nos hemos cansado de leer desde hace mucho los que a veces leemos.
La introducción al dosier explica: “Lo que Solari ha construido en estos más de 30 años no depende de esta edición de La Guacha, claro”. ¿En serio alguien escribió semejante gansada? ¿No da vergüenza ajena? ¿No le da vergüenza a quien lo escribió? Tampoco parece a La Guacha interesarle la historia, porque se trata de más de 40 años de producción de los Redondos, no de “más de 30 años”.
“No nos interesa la hegemonía del gusto o el canon oficial” repite la editorial. ¿Tenés un enemigo medio por defecto y ni siquiera lo conocés? Si no te interesa ni le prestás atención a eso ¿cómo hacés para darte cuenta si acaso hacés algo distinto? Si no sabés qué es el neoliberalismo, ¿cómo hacés política ahora?
Una vez Alf hizo vestir con carne muerta a los Tanner, su familia adoptada, para recordar una tradición de su planeta. Todos debían envolverse durante todo el día con chorizos, bifes de chancho de York, hamburguesas crudas. Ese gesto horrible les hizo ganar el amor del pequeño extraterrestre. Lo mismo hacen aquí los de La Guacha, vestirse con carne muerta para obtener favor: “Nos gustaría pensar que el querido JavieR ArduriZ hubiera aprobado y participado en un número como este”. Nosotros más bien creemos que nuestro querido RobertO BuenO, escritor y pintor bahiense también fallecido y amigo de ArduriZ, le hubiera avisado a ArduriZ que esto era una chantada.
Mauro A. Fernández
Germán Ledesma