Esperar un resultado

Esperar siempre supone un ejercicio emocional desafiante. En el mundo postmoderno que nos toca vivir, tan veloz como efímero, la espera no solo es incómoda, sino que en determinadas circunstancias nos resulta insoportable, insostenible, e inclusive ridícula.

Todavía recuerdo una nota que leí en un portal de noticias la primera semana de marzo: En un pueblo de China se moría la gente vieja de una gripe nueva; la tal gripe ya había llegado a Europa y algunas alarmas internacionales ya sonaban. Me acuerdo de habérselo contado a mi viejo, y a unos amigos, nadie le dio mucha importancia, solo una amiga que tiene a sus tíos en España. A ella ya le habían llegado comentarios de que la situación era bastante más difícil de lo que nos llegaba por aquellos días. Los medios de comunicación, siempre los medios.

El 20 de marzo Alberto anunciaba que el futuro ya estaba aquí, y que no nos quedaba otra que recibirlo encerrados en casa. Desde ese día, cada 15 días, esperé religiosamente el anuncio del presidente donde inagotablemente reiteraba la extensión de la cuarentena 15 días más. Cada 15 días, durante ocho meses: fase I, II, III, IV, V de Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio (de aquí en adelante ASPO). Adelantamos y retrocedimos de fases al ritmo de María la Paz, siempre cada 15 días.

Incorporamos vocabulario específico: ASPO, tapabocas, COVID, Wuhan, fases. Los bonaerenses del interior descubrimos que zonas incluía el AMBA; confirmamos que CABA siempre es rancho aparte y todavía tiene olor unitario. Y la grieta siempre firme: los antis, los pros, los libertarios, los estadistas, los aplaudidores y los boicoteadores por whatsapp.

Se viralizaron videos de gente saliendo a los balcones a aplaudir a los doctores a las 19 hs, gente cantando el himno desde sus ventanas, gente sin tapabocas, gente vestida de KKK luchando por la libertad, gente que debe patentes de un auto alemán reclamando por la república en el obelisco, gente cocinando para otra gente que no tenía para comer, gente luchando por un cacho de tierra donde vivir, policías reprimiéndolos.

En el medio de todo esto, Argentina evitó el default, Canosa tomo acido clorhídrico en la tele, en Brasil cambiaron 6 veces de ministro de salud, en Chile el pueblo lloró, Uruguay recibió a Susana exiliada, Juanita Viale se transformó en su abuela, los Pumas le ganaron a los All Blacks, a Maradona lo operaron de la cabeza, se murió Pino Solanas, Trump perdió las elecciones, el norte se prendió fuego, Evo con su gente volvieron al poder, Facundo desapareció y más de 200 mujeres fueron víctimas de femicidio.

Esperamos encerrados, esperamos. Que algo suceda, que llegue la vacuna, que la cuarentena nos cambie, nos haga mejores, que esto sea una pesadilla, o que se termine de ir todo al carajo. Esperamos.

Llevo 5 días aislada preventivamente, me duele la cabeza, no tuve fiebre, tengo sueño, no tengo tos, me duele el cuerpo. Llevo 18 horas esperando el resultado. Espero.

Esperar me resulta incómodo, insoportable. Pero solo es eso, espero un resultado, un papel que me diga si estoy somatizando este 2020 o si soy una negadora compulsiva de la realidad.

Mientras yo espero cómoda, en mi casa, que tiene luz, gas, agua, comida en la heladera, internet, Netflix y Spotify Premium, hay gente que ya no espera nada, porque le robaron hasta eso, la posibilidad de esperar.

Mientras espero, escribo.

Escribo porque estoy alfabetizada, porque pude ir a la escuela, porque tengo un lápiz y un papel. Escribo sin saber que podía hacerlo, y lo intento irremediablemente desde enero, y son las letras el refugio que encontré durante estos 8 meses, y sobre todo estos últimos cinco días. Escribo porque antes leí, leí mucho. Escribo porque comí hoy al mediodía, y desayuné a la mañana temprano. Escribo porque puedo pensar y decir lo que pienso.

Y acerca de pensar, cuento aquí algo que lleva un tiempo dando vueltas en mi cabeza. Es sobre algo que leí en las redes, espacio que se nos ha vuelto un lugar de encuentro a muchos. Es una frase de un emprendimiento local que vende remeras con tenor político, y que como tantos emprendimientos tuvieron que recurrir a la intangibilidad de las redes para ofrecer sus productos y servicios con el objetivo de subsistir, resistir e insistir. Volviendo a la frase, la remera que me conmovió dice: “Que el privilegio no te nuble la empatía”.

Googleo la frase y resulta que es de una tal Ita Maria, la stalkeo brevemente, es una colombiana, muy joven, que escribió un libro de título homónimo a la frase mencionada.

Vuelvo al tema que me mantiene inquieta: “Que el privilegio no te nuble la empatía” y esa frase me lleva a otra “Si el derecho no es para todos, es un privilegio”. Vuelvo a pensar. Escribo.

Escribo desde el mundo de mis privilegios, los descubro uno a uno, los reconozco a todos. Pienso en los derechos que suponíamos conseguidos y que las circunstancias llegaron para poner sobre la mesa que aún no lo son.

Pienso, sobre todo, y especialmente en la educación, en las de mis hijos y en la de mis alumnos. Pienso en los derechos vulnerados de los pibes y de las pibas antes de la pandemia, los que estaban silenciados, los que estaban escondidos bajo la alfombra. Pienso en los docentes, en la precarización laboral, en las exigencias, en las demandas, en las ministras de educación que nunca pisaron un aula y salen en la tele a dar discursos llenos de odio, menosprecio e ignorancia. En las mesas extensísimas de alguna oficina en un edificio gubernamental, donde se apersonan hombres de traje y mujeres de estiletos, con carpetas y estadísticas de wikipedia, para conversar acerca de como debía ser la escuela durante la pandemia sin reparar ni un solo segundo en como podía ser realmente la escuela con lo que teníamos los docentes, los pibes y las pibas.

Pienso en las jornadas laborales interminables, ininterrumpidas, todos los días, sin fines de semana ni feriados, en las capacitaciones digitales que tuvimos que hacer en tiempo record, en el día que estuve seis horas en la guardia del Hospital Municipal con una alumna de nueve años esperando por atención psicológica, esperando que alguien nos atienda, esperando que alguien pregunte por nosotras. Pienso y escribo, por esas cinco madres que tuve que acompañar a hacer una denuncia contra sus parejas por haber sufrido maltrato, violencia y abuso hacia ellas y sus hijos. Pienso en todos los pibes y pibas sin internet, ni celular, ni compu, ni wifi, ni adultos que acompañen, ni nada. Pienso en todos los jefes y jefas de familia que se quedaron sin laburo, y que junto con las fotocopias de tareas tuvimos que alcanzar un plato de comida, porque nadie puede aprender con hambre. Pienso en todos los que perdieron a un ser querido y en los que siguen perdiendo.

Escribo, porque pienso, que una vez más al sistema educativo, abandonado por el estado, lo siguen sosteniendo la solidaridad, el compromiso y la responsabilidad del colectivo docente, de los pibes y las pibas que no dejan de intentar y de los adultos que creemos en las posibilidades de empoderamiento que brinda la educación pública.

Mientras escribo, pienso y espero mis hijos hacen las tareas, y me escribe una madre de un alumno que no puede hacer los trabajos prácticos porque le cortaron la luz, actualizo la página del laboratorio: el resultado llega. Dejo de esperar. ¿Cuál es el resultado? No detectable. Suspiro de alivio, le cuento a mis viejos, y organizan un asado para mañana.

Mientras escribo y celebro mi negativo. me limpio los ojos nublados y reconozco mis derechos como privilegios.

Ya no quiero esperar más.

Ojalá seamos muchos.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio