“La realidad, si la realidad

Un sello de clausura a todas las puertas del deseo”

                                                                          Olga Orozco

Las palabras se estrangulan al tocar la piel. Esa piel rugosa, seca, arrugada. Esa piel que es la piel de todas las cosas y de ninguna. Una apremiante tentativa de intercambio con lo inasible. ¿Dónde está lo real? ¿Cómo lo escribo? ¿Dónde está la zona vedada? La oculta. La inaudible. La que no tiene forma que la contenga, ni letra bordada que la ciña.

Las noches, estremecidas de blancos cuerpos, reptando. Las noches que cantaron alrededor del fuego. Las noches agujereadas que se pierden en infinitos mundos. En asteroides. Anillos vibrantes.

 No importa que las palabras se estrangulen una a una. Vuelven a nacer otras. Se retuercen, se chocan, se deshacen. Insisten en dejar sus huellas en la piel del mundo. En ir salvajemente a lamer sus ojos.

Una enorme y blanquecina sombra, deja caer su peso, en palabras que estallan. Ejércitos de multitudes intentan encontrar su lugar. Un lugar. No hay lugar. Hay huecos. Hay sed. Hay miedo. Hay innumerables ondas expansivas que se sacuden orgásmicamente sin pudores. Una zona indecible y secreta sucumbe a la luz. 

La contingencia, lo accidental, la conjunción exacta, la fragmentación. La desnudez del tiempo, que no pasa y se queda. Se queda y no pasa. Y pasa. Pasa. No se queda. ¿Se va? ¿Se detiene? ¿Se apura? ¿Se disuelve? ¿Se muere?

La eternidad se desmigaja en breves estertores de intensidad. Lo que es y no es. Frontera y puente.

Buscamos en las fisuras, en las hendijas. Buscamos en las raíces, entrelazadas y firmes. En esa tierra oscura. Encontramos aullidos. Aullidos insaciables que aturden. Son hambres. Son hambres que aúllan rebotando, en la resbaladiza pared de la indiferencia.

Hay un continente que respira con dificultad. Está vulnerado. Roto. Añora con nostalgia el paraíso perdido. La palabra que corría con el agua cristal de los ríos.

«Para que pueda ser, he de ser otro,

 salir de mí, buscarme entre los otros.

    Los otros que no son si yo no existo,

 los otros que me dan plena existencia»

                      Octavio Paz

La muerte escribe. Se nombra. Acecha. La muerte tiene nombre. Es hembra. La muerte misma, es una y son miles. Nos están mirando. Ojos glaucos. Gestos obscenos. Sus ojos penetran lo que no tiene nombre. 

Hay infinidad de muertes simultáneas. Se producen en ritmos anacrónicos. Un instante. Segundos. Un año. Siglos. Ayer. Hoy. Hace un rato. Mañana. El otro día. En unos días. Pronto. Nunca. Jamás. En unos segundos.

Surgentes imperceptibles, que conforman el océano. El océano del tiempo con sus profundidades desconocidas que saltan hoy hacía arriba. ¿Hacía arriba? ¿Hacia abajo? ¿Dónde estamos parados? ¿Sobre qué paisaje? ¿Será la noche para siempre? ¿O un atardecer en continua despedida? ¿Dónde estaremos sonando? ¿Se huele? ¿Habrá que correr?

El virus. Una desesperada danza. El funesto despliegue de maledicencias que se esparcen sobre el planeta. Nadie se salva de su presencia inabarcable. Está contaminando los aires. Las aguas. Las tierras. La misma tarde que se fuga hacia la noche. Lo que toca lo convierte en polvo.

Tocan los sueños y se desmigajan .Tocan a los niños, a las niñas y convierten sus ojos en vidrio Vidrio molido para albergar el espanto. Niñ@s azotados por esa maloliente y pringosa avaricia de esos pocos que dominan el mundo. Niñ@famélicos.

Caravanas de trashumantes buscando los humos adonde dejar sus cargas. El fuego donde entonar sus himnos. Las manos que no peguen. Las manos que acaricien.

Una humanidad desbandada. Odiante. Odiosa. Odiadora. ¿Es una sola? ¿Quién la nombra? ¿Dónde crujen sus huesos? ¿Dónde guarda sus espejos? No es una ni son dos. Son miles de humanidades transportándose como pueden. Dejando sus marcas escritas en esa piel rugosa del mundo. Hay columnas humanas, que siembran sueños. Hay pueblos enteros haciendo germinar las esperanzas. Cuidando ese otro mundo que alguna vez fue perceptible. Avizorado. Imaginado. Todo latiendo en esas capas de tiempo y espacio, que se tocan y no se tocan, que se expulsan y se cobijan. Que se escupen y se besan. 

TUPUNA (Canción de los Ancestros): Por aquí cruzaron, llanamente, los ancestros. / Inclinados, tal vez, sobre la huella del puma. / Amparados, quizás, por el mañío y el guaye. / Persiguiendo astutos la madrugada inmóvil. / Viniendo a elevar el vuelo de los cóndores, / En tanto que el humo se izaba de las rucas, / Para fundar rumores que nunca se detienen. / Por aquí es posible encontrar una estrella / Y en cada relato brumoso de las piedras, / En el surco del agua encima de las hojas, / En los halos marcados por aves nubladas, / Ondea la palabra libertad con sus fogatas, / Con su bandera vegetal, de hojas y tierra.”

Lloramos a gritos porque la casa arde. La gran casa. La pequeña casa. La inmensa casa. La minúscula casa. De todes. De todas y todos. La que nos cobija. La que se deshace. La que nos atrapa y entumece. La que nos encadena. La que nos libra de todo mal. La que nos espera. La que nos expulsa y contiene. La conocida. La odiada. La fragmentada. La descosida. La amada. 

¿Quiénes son? ¿Dónde están? ¿Por qué lo hacen? 

Enormes dedos que señalan. Bocazas inmundas que ordenan. Armas, palos, golpes. Mordazas. Exilios. Muerte.

Mi reloj. Mi marido. Mi novia. Mi país. Mi dinero. Mi salud. Mi libertad. Mis hijos. Mi mujer. Mi diversión. Mi deseo. Mi propiedad. Mi amante. Mi Dios. Mi perro. Mi vida. Mi derecho. Mi mundo. Mi sirviente. Mi esclava. Mi negocio. Mi interés.

¿Dónde están los Nosotres? ¿Sobran las palabras insumisas? ¿Sobran las poesías y la risa? ¿Dónde están las rebeldías? ¿Qué clase de mares están navegando? ¿O acaso siembran? Siembran debajo de la tierra, en lo oscuro, entre lombrices y pedregullos. Tierra fracturada, violada, enajenada. Allá en lo oscuro. Donde el sol es recuerdo. Recuerdo que se enciende con la memoria.

Está todo. Entre las capas de magma de un tiempo uterino. De un estar, de un dejarse estar- siendo. De un devenir manadas. De un trajinar colectivo. Arduo, trabajoso, peligroso y nunca individual. No hay mi sin nos. Puños con muchos dedos. Brazo con brazo para cazar las fieras. Mano con mano para construir la choza. Boca con boca, sexo con sexo, para hacer los hijos. Huellas en la playa, huesos saludando la mañana. El mar vientre milenario.

¿Qué trajo esta peste de hombres y mujeres de plástico? ¿Porque nos atacan de ese modo? ¿Quién los trajo hasta acá? ¿Dónde están enterrados los buenos tiempos? ¿La mano abierta y solidaria? ¿La canción de cuna?

La peste son ellos que fumigan. Es el veneno que exhalan. Lo que llevan en sus tripas. Son ellos, que asesinan. Trafican armas. Hostigan animales hacinados. Cazan. Persiguen. Ultrajan. Insultan. Esclavizan. Son proxenetas. Son femicidas. Son violadores. Tienen dólares, libras, yuanes, rublos, euros, entre las piernas. Entre las orejas. Entre la nuca y la frente.

¿Saldrá finalmente desde lo más oscuro otra especie? ¿Seremos capaces de recuperar la casa? La de los tiempos ancestrales. La de ayer y mañana que no se sabe cuándo es. ¿Podremos navegar los mares plantando peces, vida y naufragios? ¿Podremos ser nido entre el follaje incendiado? ¿Podrán ser flor a los costados del petróleo? ¿Podrán volver a construirse las chozas, mano negra, mano blanca, mano amarilla, mano roja, mano azul? Serán los ojos otra vez ojos que vean? ¿Ojos que rocen el vuelo de los pájaros? Ojos que miren adentro y afuera, arriba, abajo y en todas direcciones. Más que cuatro. Más que mil.

¿Será posible otro mundo posible? Un mundo donde vayamos juntos, que nadie se quede atrás, que todos tengan todo y a nadie le falte nada.