FilosofíaLiteraturaSociedad

La apariencia como forma de subjetividad: La crítica de Balzac en Las ilusiones perdidas

Las ilusiones perdidas de Honoré de Balzac​ (1799-1850) es una novela publicada originalmente en tres partes que, a su vez, integra un proyecto mayor: La comedia humana. Para abordar la lectura de esta novela proponemos como hilo conductor el concepto de apariencia en un sentido laxo, reflexionando a partir de este el modo en que se desarrolla la trama, se constituyen las relaciones y se desenvuelven las diversas subjetividades. Comenzaremos por mencionar brevemente la estructura de la obra para situar el fragmento que nos servirá como disparador para el análisis de nuestra hipótesis de lectura: la apariencia o el aparentar no funcionan solo como una estrategia de ascenso social dentro de la obra, sino que se trata tanto de un síntoma de la alienación de la época que es traído a presencia por la narración balzaquiana como de un reflejo de la escisión entre las subjetividades individuales y la totalidad social. Nuestro marco teórico se encuentra en Problemas del realismo, de György Lukács, más precisamente en el quinto apartado de “¿Narrar o describir?”, del cual tomaremos la idea de “poesía de las cosas”.


Las ilusiones perdidas: breve repaso de la trama y su estructura

La obra que hoy conocemos en un solo volumen fue publicada en tres partes entre 1837 y 1843 y pertenece a lo que podríamos denominar como el periodo de madurez de Balzac. La primera de ellas, titulada “Los dos poetas” (1837), transcurre en una ciudad de la campagne francesa llamada Angulema, donde se presentarán los dos protagonistas de esta historia: Lucien Chardon y David Séchard, que representarán dos modos de creación poética, de ποίησις. Lucien es el héroe fallido de la historia, es un poeta romántico -incluso en el peor de los sentidos- que escapa al esfuerzo y persigue apariencias, mientras que su amigo y cuñado David representa una poética en un sentido de la praxis técnica; en la figura de este poeta-artesano trabajo y verdad son valores que se corresponden. Por otra parte, se introduce a Louise de Bargeton como primer interés romántico de Lucien, quién jugará un rol fundamental en toda la obra como paradigma del modo en que los lazos afectivos, culturales o personales están determinados por el interés, el cálculo social y la apariencia. Esta primera parte culmina con el inicio del viaje de Lucien, cargando con sus propias ilusiones y las de su familia, junto a madame de Bargeton a París.

La segunda parte, “Un gran hombre de provincias en París” (1839), es la más extensa tanto por la cantidad de páginas como de sucesos. París, que en un principio representa esperanzas para Lucien, se transforma rápidamente en el escenario de diversas desgracias que comienzan con el distanciamiento de los amantes al volverse insoportable el contraste provinciano de quiénes son y quién los acompaña frente a quién aspiran ser. Lucien intenta ingresar a círculos literarios y aristocráticos pero París es compleja, hostil y mercantil: él es objeto de burlas por su apariencia joven y provinciana y su libro es rechazado porque su autor es desconocido, no ajustarse a la moda literaria y no responder a una lógica de ganancia inmediata. 

En este punto nos encontramos con un hiato dentro de las lógicas y dinámicas que se presentaron hasta ahora en la novela. Lucien conoce a Daniel d’Arthez, un joven escritor que, como él, se enfrenta sin fama ni dinero a París. En contraposición a los vínculos superficiales basados en la vestimenta, el renombre y la utilidad, d’Arthez y los demás miembros del Cenáculo ofrecen algo distinto al protagonista: bondad, trabajo, sinceridad y amistad. Sin embargo, Lucien es débil y, lo que es peor, no lo sabe, por lo que al conocer a Lousteau es fácilmente seducido por la promesa de dinero fácil en el mundo del periodismo. Aquí se empieza a revelar la realidad del funcionamiento del ambiente artístico en París, donde la manipulación y las opiniones compradas son herramientas de supervivencia básicas y la fama y el dinero un fin en sí mismos. Brevemente Lucien disfruta del éxito, tanto en su carrera como en lo amoroso, sin embargo este fugaz ascenso culmina de manera trágica cuando, creyendo las promesas de madam d’Spard -el nuevo apellido de su ex amante, Louise-, intenta cambiar de bando político para obtener su favor. Quienes aparentaban ser sus amigos y socios lo descartan rápidamente afectando no solo la carrera de Lucien sino también la de su amante, Coralie, quien finalmente muere a causa de la pena. Endeudado y suicida, el héroe vuelve a Angulema, donde su familia aún no sabe que las ilusiones que depositaron en él se han perdido.

La última parte, “Los sufrimientos del inventor” o “Eva y David” (1843) trae la historia nuevamente a Angulema y la figura de David, quien lucha por mantener la imprenta, cobra mayor protagonismo. El trabajo duro no paga, no es suficiente, y, aunque Angulema no es París, quienes triunfan en los negocios son quienes manipulan y se concentran en el dinero. El panorama familiar que encuentra Lucien, del cual es al menos en parte responsable, es económicamente desastroso. A pesar del modo en que se fue de París, Lucien es aparentemente bien recibido en Angulema, incluso por madame d’Spard, con quien forma una nueva alianza por interés. Todo esto endulza rápidamente a Lucien – quien pareciera olvidar los sucesos de su año y medio en París- y la historia se repite: se aprovechan de él, es engañado perjudicando a sus seres queridos y Lucien huye listo para el suicidio. Sin embargo, nuevamente es seducido por promesas de gloria y la novela culmina con el héroe fallido de camino a París.


Apariencia y subjetividad: La máscara de Lucien y la «poesía de las cosas»

Ahora bien, dijimos que nuestra hipótesis de lectura propone la apariencia como eje de la trama, las relaciones y la vida interior de los personajes, pero ¿a qué nos referimos con apariencia? Cuando hablamos de apariencia aquí lo hacemos en un sentido laxo: nos referimos a todo aquello que se nos presenta ya sea a través de nuestros sentidos o emociones, lo que aprehendemos desde nuestra subjetividad. Podríamos contraponer este concepto a verdad o realidad sin que esto sea necesariamente algo negativo, simplemente asumiendo el componente subjetivo de lo aparente frente a la necesidad u objetividad del trasfondo real de las cosas. Lo problemático de la apariencia radica en el olvido de que lo es, en tomarla por verdadera y profunda: ¿no es acaso la total confianza de Lucien en lo superficial lo que lo moviliza una y otra vez? Con madame de Bargeton, con Lousteau, con el padre Herrera,… Lucien, tantas veces descrito como un niño, disfraza de ingenuidad lo que con el pasar de las páginas se revela como soberbia y frivolidad. Veamos el siguiente fragmento perteneciente a “Los sufrimientos del inventor”:

Lucien había pasado a la situación de León: se decía de él que estaba tan guapo, tan cambiado, tan maravilloso, que todas las mujeres de la Angulema noble sentían grandes deseos de verle. Siguiendo la moda de aquel tiempo, a la que se debe la transición del antiguo calzón de baile a los espantosos pantalones actuales, se había puesto un pantalón negro ceñido. Los hombres aún dibujaban sus formas con gran desesperación de las personas delgadas o mal hechas, pero las de Lucien eran apolíneas. Sus medias de seda gris al día, sus pequeños zapatos, su chaleco de raso negro, su corbata, todo fue elegido escrupulosamente, y le sentaba a las mil maravillas. Su rubia y abundante cabellera rizada realzaba su blanca frente, a cuyo alrededor los bucles se levantaban con una gracia buscada. Sus ojos, llenos de orgullo, brillaban. Sus pequeñas manos de mujer, bonitas bajo el guante, no tenían que dejarse ver desnudas. Copió los gestos de De Marsay, el famoso elegante parisiense, sujetando con una mano su bastón y su sombrero, que no dejó, y sirviéndose de la otra para hacer raros gestos con cuya ayuda comentaba sus frases. Lucien hubiese querido deslizarse en el salón al igual que aquellos célebres personajes que, por falsa modestia, se rebajarían en la Puerta de Saint-Denis. (Balzac, 1986, pp. 478-479) 

Nos interesa este fragmento porque en él Balzac al vestir pomposamente a Lucien lo desnuda completamente frente a nosotros: llegamos al final del recorrido y vemos que no ha aprendido absolutamente nada, solo a aparentar y creerse la mentira que todos a su alrededor pueden ver con claridad. Lucien, decidido a ayudar a la familia que defraudó, pone en marcha un plan que cree infalible: encargar a Lousteau ropa, sombreros, botas. La “situación de León1” que nos retrata este fragmento presenta la construcción de subjetividad definitiva de Lucien, que podemos describir en cinco aspectos: 1) bello y deseable; 2) orgulloso, seguro de sí mismo; 3) rasgos femeninos; 4) imitación de gestos; 5) falsa modestia. 

La apariencia, vemos en este fragmento, estructura tanto la construcción de lo superficial -la vestimenta, los modos-, como la subjetividad -las relaciones afectivas y de poder, la identidad. La dialéctica que constituye a Lucien en esta larga búsqueda por “ser alguien” se revela con claridad: lo externo, lo superficial, es aprehendido, incorporado completamente para intentar complacer a un público igualmente frívolo. La construcción de la subjetividad, esa auto-poiesis de Lucien, pone de manifiesto un modo de relacionarse consigo mismo y con los otros que es sintomático de este momento del capitalismo: la objetivación, la poesía de las cosas.

En “Narrar o describir”, Lukács denuncia la “poesía de las cosas” como una característica propia del arte y la cultura en general de la época. Se trata de un modo de interpretar la realidad “independiente de los individuos y de los destinos individuales” (Lukács, 1966, p.196) en el que incluso el sujeto se vuelve objeto. Lucien es un mero objeto para madame de Bargeton, la prensa parisina, la nobleza, Herrero y prácticamente todos a quienes quiere agradar. Pero lo peor de todo es que la alienación no se detiene allí: Lucien se ve a sí mismo como ese lion que presenta en el fragmento citado. Eso es él, lo que muestra, lo que aparenta, nada más. No hay devenir, no hay trasfondo, solo apariencia o, como señala Lukács un individuo que “aparece como listo, como «producto» […]. La profunda verdad social del entrelazado recíproco de determinaciones sociales y propiedades psicofísicas de los individuos se pierde siempre” (Lukács, 1966, p.199). Lucien es un poeta de las cosas y su mayor obra poética es la de su propia subjetividad objetivada: “estaba seguro de que valía, él solo, tanto como todo el Olimpo junto de Angulema”(Balzac, 1986, pp. 479), piensa de sí mismo en el párrafo siguiente al fragmento citado anteriormente.La primacía de la apariencia disuelve al sujeto, a la sociedad e, incluso, a los objetos. Esta apariencia, al convertirse en valor casi absoluto, penetra en distintos niveles de la vida, dejando la realidad subordinada a la representación: 1) En el plano social Lucien, que constantemente busca ser alguien, se viste de nobleza cambiando su apellido y ostenta un éxito artificial; busca ser alguien en lugar de ser, y construye su identidad a partir de la mirada ajena. 2) En el ámbito de la política y los medios, donde todo es mercancía, la verdad se define a gusto y conveniencia. 3) Los vínculos, ya sean afectivos o laborales, se encuentran completamente mercantilizados. 4) La subjetividad se valora y constituye en la mirada externa.


Conclusión

Balzac narra, trae a presencia, en Las ilusiones perdidas un trasfondo que para la mayoría de sus personajes pasa desapercibido: el devenir humano que, aún oculto bajo un capitalismo asfixiante e ignorado por la masa, fluye. La deshumanización dominante en el arte y en las relaciones no termina de apagar la potencia poética de algunos individuos, aún quedan resquicios de los que brota poesía viva, poesía del individuo -d’Arthez o Eva son ejemplos de ello-, pero no es el caso de Lucien. La crítica balzaquiana a la práctica y distribución artística de la época cobra sentido a partir de la figura que toma como protagonista principal, quien se convierte en una mera representación de las expectativas sociales en lugar de realizar una búsqueda auténtica.

 Las ilusiones son primas hermanas de la apariencia, con un dejo de esperanza y deseo y pueden ser movilizantes. Como decíamos al comienzo, la apariencia, lo superficial, no es necesariamente negativa; en otros términos, podríamos decir que el objeto, la cosa, no es inherentemente negativa, lo problemático está en reducir la totalidad de lo real y al sujeto a ello. Las ilusiones que se van perdiendo a lo largo de la novela enfrentan constantemente a Lucien a una realidad que no es como él pensaba pero, sin embargo, este elige una y otra vez aferrarse nuevamente a las mismas ilusiones que se le vuelven a presentar de la mano de una nueva figura que querrá aprovecharse de él. A pesar de la constante desilusión, una y otra vez este héroe fallido opta por permanecer en el mundo de la apariencia.

  1.  A lo largo de la obra hay varias referencias a Lucien como “le lion”. Este término pertenece a la jerga de la moda francesa de principios del siglo XIX y aplica a aquellos varones que construían su figura en función de la exhibición y la influencia social. Estos hombres eran elegantes, sofisticados y se ubicaban en el centro de la escena social: lo que aspiraba a ser Lucien.
    ↩︎

Rocío Beatriz

(ノ◕ヮ◕)ノ*:・゚✧

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *