“Tan pronto como un hombre entra en la vida, es ya bastante viejo para morir”.
Asi lo expresó Johannes Von Tepl, en su poema humanístico: “El campesino y la muerte”, escrito hacia 1401 e impreso por primera vez en 1460.
De mis notas a la lectura de Ser y Tiempo de Martin Heidegger, asumí como propias algunas consideraciones que podrían relatarse de la siguiente manera:
La muerte es un acontecimiento empírico, del que todos estamos ciertos pero que nadie ha podido comprobar.
Tenemos una especial forma de admitirla. La forma en que tomamos la muerte no es simplemente el fin de la cosa biológica y material. La memoria guarda al ser muerto como un ser vivo, significante, que todavía puede influir en el curso de nuestras vidas.
Nosotros no podemos conocer la realidad más allá del entendimiento humano, y para ese entendimiento, la muerte sigue siendo un fenómeno empírico que no ha sido tocado por el martillo de la sentencia de: lo incondicionalmente válido y necesariamente cierto.
La muerte como posibilidad no da ningún trabajo a realizar. Por eso el espíritu no piensa en ella sinó como un desenlace inevitable.
Por eso nuestra relación respecto a la idea de la muerte es esencialmente angustia, por el “poder ser” algo que nunca fuimos y a la vez: ya no seremos más.
También Epicuro decía:
Cuando existimos la muerte no está presente, y cuando ella está presente ya no existimos; así que, según lo enseñado por Epicuro, no hay motivo tal para temerle a algo que no estará presente mientras existamos en este mundo.
Saber de la Muerte:
El conocer a la muerte no significa rendirse a ella.
La muerte es individual. Saca a la conciencia de su anonimato y lo hace surgir a la escena de la vida.
Venimos a la existencia sin una receta de cómo vivir más o mejor. Simplemente vinimos a vivir.
Somos la única Mente conocida que se interroga a sí misma. Sin el auxilio de otra especie inteligente con quien cambiar opiniones sobre el tema. Creamos dioses para darnos una instancia superior a quien acudir por consuelo.
El espíritu se expresa en la actividad. En cualquiera de sus posibilidades reales. Y la posibilidad de la muerte es la de no realizar acto alguno. Es la inexistencia lo que elimina la esencia del espíritu. Y es también la muerte una tétrica posibilidad de renuncia a sí mismo. Es lógico que nos resistamos a esa idea.
Vivimos rodeados de muerte. Sin embargo, nuestro espíritu cual temerario timonel se empeña, en mantener erguida la vela de nuestra existencia. Y es todo lo que hemos experimentado hasta ahora.
Unamuno, el genial filósofo español nos regaló una sentencia esperanzadora: “Es tan gratuito venir a la vida, como vivir eternamente”. Y si, la esperanza es lo último que muere.