Bueno, yo por amor, uff, bueno, hasta bajé al infierno
Eso sí, como subí con dos ángeles
(Duele, duele, duele, duele)
Pues, no me arrepiento de haber bajado
Pero bajar, bajé, ¡eh!
Bajar, bajé
(Duele, duele, duele, duele)
Te atrapa sin que te des cuenta
Te das cuenta cuando sales
Piensas, ¿cómo he llegado hasta aquí?
Rosalía, PRESO-Cap.6: Clausura
Venía leyendo Kentukis, de Samantha Schweblin, a un ritmo bastante intenso en el tren de vuelta a Bahía, cuando llegué a un momento en el que se relata una imagen bastante fuerte e impactante que me hizo frenar de repente. Choqué con eso, y salieron disparadas tres ideas de mi cabeza. Pensé en 1) Bojack Horseman, 2) la Rosalía y 3) bueno, en mí misma.
En realidad lo primero que me salió preguntarme cuando tuve que frenar la lectura fue: “¿Cómo llegué hasta acá?”. De repente todo había tomado un tono súper oscuro y turbio, algo que sabía que podría llegar a pasar, pero no me pude dar cuenta bien cuándo, ni cómo.
Por si no leyeron Kentukis o no saben de qué va, la novela consiste en muchos micro-relatos (algunos que se cierran en sí mismos y otros que constituyen un hilo narrativo que se va retomando) acerca de las experiencias que tienen personas en distintas partes del mundo con los kentukis. Estos son unos dispositivos tecnológicos en forma peluches con cámaras en los ojos y ruedas en la base, que alguien, en cualquier punto del planeta, controla. Entonces, unx puede o tener un kentuki y ser observadx por un X con el que no te podés comunicar (a menos que, como muchos personajes, encuentres creativamente la forma de hacerlo) o ser un kentuki, controlar el dispositivo y observar a una persona que adquirió esa mascota-máquina y que te toca de manera totalmente azarosa.
Ya de por sí es bastante creepy todo esto, entonces es válido preguntarse, ¿por qué no tomaría un tono turbio y oscuro? El tema es que, al igual que en los capítulos de Black Mirror, esta tecnología ya está naturalizada y la terminamos naturalizando lxs lectorxs también. La novela propone un ritmo de lectura acompasado, no está al palo todo el tiempo, sino que se relatan fragmentos, escenas que, de a granitos de arena, van aumentando la tensión hasta llegar, sin que nos demos cuenta, a momentos de incomodidad absoluta.
Buscando alguna crítica que hablara de este procedimiento en esta novela específicamente, encontré una entrevista a Schweblin que le hace Marina Yuszczuk para Página 12, en la que dice: “En este libro imagino la tensión como esos ruidos de fondo que uno no puede precisar cuándo empezaron, pero que terminan enmudeciéndolo todo. Es una idea muy distinta a cómo funciona la tensión en Distancia [de rescate], o incluso a cómo funciona en los cuentos.”
Más que ruidos yo había pensado en gotas, como si la novela hubiera estado goteando lentamente un líquido denso y espeso en el cual yo ahora estaba totalmente sumergida y un tanto asfixiada. En ese punto no queda otra que seguir, sabiendo que ya estás descendiendo a los infiernos, aunque no llegues a adivinar en dónde vas a terminar.
Salvando las distancias, pensé en Bojack Horseman porque hay algo parecido en la construcción de la tensión a lo largo de la serie. Pasa algo así también: la serie gotea, el protagonista se va hundiendo cada vez más en su propio pantano y nosotrxs espectadores, con él.
Lo que me dio la sensación en ambas obras es que de repente te encontrás, como quien no quiere la cosa, con un momento o una imagen súper potente (dada no por el efecto choque de una imagen horrible necesariamente –aunque sí fue lo que me pasó con Kentukis-) que te hace frenar y volver sobre todo lo que venías viendo/ leyendo. En Bojack sucede varias veces (debido a la longitud de la serie, son 5 temporadas) que el protagonista derrapa y todo se va al carajo, obligándote a rever cómo se fue constituyendo el personaje en relación a su trabajo, su vida profesional, en relación a sus vínculos para llegar a tal punto.
A medida que vas avanzando, la serie va profundizando no solo en el personaje principal, sino que en los secundarios también, que nunca se nos muestran constituidos como un todo (como sí sucede, por ejemplo, en las sitcoms). Se los va matizando, complejizando, dejando así siempre sobre la mesa la pregunta sobre cuánto podemos realmente cambiar como personas, a pesar de todo lo que nos condiciona exteriormente. O si estamos condenadxs a repetir ciertos patrones de comportamiento y a estar estancadxs en nuestro pantano personal for ever . (Todo muy en consonancia con el trasfondo filosófico de la serie, y el planteo sartreano de responsabilidad total sobre nuestras acciones, etc. etc.)
Creo que en este sentido, hay algo de esa pregunta en Kentukis, pensada con respecto a nuestra relación con la tecnología pero que en definitiva apunta hacia nuestra manera de vincularnos con el resto y con nosotrxs mismxs. Todos los micro-relatos que tuvieron cierta continuidad en la novela terminan en momentos de máxima tensión, y lxs lectorxs, como testigos de todo ese trayecto, quedamos con la pregunta clavada “¿por qué?”. Y esa es, necesariamente, una pregunta por cómo construimos (y destruimos) conexiones.
La autora dice “Creo que las tecnologías cambian las distancias y los límites que imponemos a los demás y a nosotros mismos, configuran un espacio social en el que todavía no rigen las mismas normas legales y morales que nos hemos impuesto en el mundo real. Nos damos otros permisos, tomamos otros riesgos y a veces hasta nos convertimos en otros muy distintos a los que somos en la vida real. Pero la tecnología es neutral, siempre lo fue, el problema somos nosotros mismos.”
Y pienso en todas las veces que me detuve a hacerme consciente de mi propio pocito de petróleo, al estar sentada en la cama ni bien me levanto, o antes de irme a dormir, o en el bondi o tren (ja) yendo a algún lado, o en la fila del supermercado.
El tema con la literatura y las series de ficción es que, como bien dice Schweblin, son espacios curativos y ordenadores donde nos pensamos, nos probamos como individuos y volvemos a nuestra vida ilesos y con una información vital. En la vida real, el ejercicio de prueba y error es un poco más complicado.
Pd: Sí, ya sé que la Rosalía está claramente tocando una cuestión de violencia de género, pero es que independientemente de eso, es también el relato del tránsito de una situación de ofuscación total a otra en la que vemos las cosas de una manera más clara y nítida.