La sombra se deshace a cada paso. Alargada, se desvanece hasta fundirse con la luz ya suficiente. Nace el cuerpo, esperado, furtivo; amenaza la inmensidad de la noche y la posee.
Baila la danza de lo efímero, el cuerpo anguloso; sus relieves cuentan historias marcadas con tinta, o fuego, o llanto. Espera atento el cuerpo que rechaza ahora lo fugaz para quedarse en en ese momento que anhela sea eterno. Danza ese cuerpo; muere y renace en aullidos casi mudos, ecos del tamaño de un abismo.
Ahora la sombra crece a cada paso y también la duda: ¿qué podrá hacer sucumbir a ese cuerpo, preso del poder que le dió su destino de tempestades? Caer, soltar, someter, liberar…
Invitado está a su inminente redención.
El lenguaje como formas de lo infinito.