VII

Siempre fui distinto a los demás;
ya de chico sentía la pesada
mano de la muerte sobre mi hombro.
Podía oler la putrefacción que se escondía
en cada rincón del mundo.

Aunque intentara disfrazarse con el olor de las flores
y la belleza de la primavera,
yo la observaba, recalcitrante e imperturbable,
en los ojos de mi abuelo,
en los ojos de cada perro
que tuve el honor de enterrar,
en los ojos de cada persona
que murió en mi recuerdo.

Ya de grande, su olor se fundió en todo
aquello que amo; se convirtió en el mundo,
en los brillantes ojos del gato
que me vigila todas las noches. Tal vez él
personifique la muerte; tal vez él augure mi perecer.
Espera pacientemente cada noche,
para comerse mi cadáver.
Tal vez ya estoy muerto,
o pronto lo estaré.
Esto de vivir a destiempo me está robando
la poca cordura que pude obtener.

Tal vez ya estoy muerto,
y solo soy otro de los tantos espíritus
que habitan está fabrica desierta,
tal vez, solo soy otro de los tantos fantasmas que recorren el mundo
cansados de vagar.
Tal vez, solo soy un fantasma que no pudo morir
porque nunca supo vivir.

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