Tus manos eligen
un puñado de piedras
mientras el viento
despeina el rostro
en la tarde patagónica.
Pensás y sentís
aunque ya no sabés
a qué corresponde cada pulso.
Yo miro las piedras
en los estantes
siento un chiste
que hiciste una vez
accidental
y me reí como un niño que ama
y abraza con la carcajada.
Pienso
en la cantidad de detalles
que nos podrían haber acercado
en la cantidad de veces
que miramos la luna
sin saberlo
en simultáneo.