Insostenible

14-01-2025 19-20:45hs
Patio de los naranjos, 36°



Creo tener una abeja prendida al pantalón, siento un caminar minúsculo en mi nalga derecha que, aunque me tuerza y me retuerza, no puedo ver. Tengo baja batería, tengo calor, estoy en un taller de escritura onírica pero hablan de premoniciones, meditación y terapias alternativas. Me quiero ir. Por ahí estoy mal predispuesta, pero ya ha pasado casi una hora sin que el tallerista diera una consigna. Propone escribir un sueño que recordemos, ponerle título y catalogarlo. No me interpela. Le pregunto si no puedo mentir un sueño, si se puede pensar lo onírico de una forma más impersonal, cosa de escaparse de la escritura del yo. Dice que el sueño ya es bastante impersonal porque viene del inconsciente. Sí, pero hacer del sueño un disparador literario implica que dormir tiene que ser productivo. Me doy cuenta ahí de que es un taller de mindfulness y no de literatura, todo tiene que servir para algo, por lo menos para conocernos o hacer catarsis. Confeccionan un diario íntimo desde el contenido, dejan la forma de lado, se leen los sueños a viva voz y los aplauden, se olvidan del cómo contar, de la crítica constructiva. Exhibir una subjetividad desnuda porque sí es lo mismo que mostrar una teta en público. Tiene su atractivo pero ¿con qué efecto se la muestra? ¿Es la izquierda? ¿Se intuye que más atrás hay un corazón que late? ¿Es un nuevo recurso de seducción? ¿Es una forma de protesta? ¿Qué significado guarda? ¿Cuál de todos los significados posibles es el que ahora mismo importa? Una teta es una teta, de la misma forma que un texto es un texto. La intencionalidad del gesto y su forma se pierden en el deseo de revalorizarse a uno mismo desde sí: quien pasa a leer contextualiza porque se ofrece a gente desconocida y porque, por lo visto, el sueño no se vale por sí mismo. Pienso en Maya Deren, en la autosuficiencia de su obra, que no deja de ser onírica. El tallerista dice que un sueño despojado de subjetividad queda chato, yo creo que podría enrarecerse para bien. Lo lindo de lo onírico es que es un eterno presente, una serie de imágenes que se suceden sin conexión aparente pero que aplican a quien quiera darles su propio sentido. Dejarle un sentido al lector es limitar nuevas lecturas, nuevas conexiones al sueño. ¿Qué importa cuán verídico es el relato? ¿Qué importa su aspecto biográfico? El relato funciona o no. El sueño es un buen disparador, pero de poco sirve si queda atrapado en el mismo género o en la cabeza del durmiente. Además, dormir es un momento de descanso y la tarea de recordar lo que entonces pasa lo entorpece. Esto es terapia grupal, esto es una copia a la escuela de la vida. Esto es querer leer a Proust como autoayuda, esperar del amor una moraleja, esperar de la vida algún sentido. Esto es cualquiera. No voy a volver.

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