El cielo se ha oscurecido,
solo hay tinieblas en derredor,
lo mundano aflora por los poros de la tierra.
El caos se abre paso por las grietas,
las cruentas ráfagas azotan los montes,
las indómitas pestes emergen de los confines del orbe.
Los ángeles están cayendo,
se desparraman en la ciénaga,
han perdido su fulgor,
se han vuelto profanos, seculares.
Y nosotros, asesinos de todo lo bello,
homicidas de la beatitud,
estamos sepultados bajo toneladas de cadáveres.
Carcomidos por la ruina,
hemos apagado el fuego eterno regalado por Prometeo,
hemos extraviado todo lo que nos hace humanos.