Years and years es una serie de tv inglesa de ciencia ficción emitida en el 2019, coproducida por HBO y la BBC. Tiene una sola temporada de 6 capítulos de una hora. Fue concebida y guionada por Russell T. Davies y dirigida por Simon Cellan Jones.
Como todo el mundo sabe, la ciencia ficción es el género narrativo más explícitamente político que hay. Esto, porque uno de los rasgos temáticos del género es la especulación sobre el futuro, y no es posible imaginar el futuro sin que el punto de partida sea una consideración histórica sobre el pasado y el presente.
En tanto una de las características que define a este tipo de narración es la especulación a partir de datos actuales, la a CF es también uno de los géneros más didácticos. Es por eso que en esta serie la historia está contada más que nada mediante noticieros: el periodismo es otro género narrativo en el que abunda la enseñanza.
Lo didáctico, dadas sus necesidades de simplificación y explicación, suele achatar y limar aspectos específicamente artísticos en función de la enseñanza moral.
Tal es el caso de Black Mirror (2012), sobre todo en sus últimas temporadas, tan exitosas como empalagosamente didácticas o, en algunos aspectos, la versión televisiva de The handmaids tale (2017). Hay excepciones en las que lo didáctico no estropea el sentido artístico de la obra. Pueden sin duda ponerse los ejemplos de Terminator (1984) o Westworld (2016).
Years and years, que sostiene ciertas estereotipias, está en este sentido más cerca del arpa que de la guitarra, aunque es prolijamente didáctica, políticamente correcta y suficientemente entretenida como muchas cosas que hacen los ingleses para nosotros la gente educada.
Los tipos desesperados golpeando las puertas de los bancos en el capítulo 2 o la xenofobia europea o la desocupación o una candidata peligrosamente efectiva que apela a lo peor de la moralina o la guerra repugnante del neoliberalismo llevada hasta la muerte son cosas muy parecidas a las que nos pasan hoy o nos han pasado hace poco, pero su puesta en perspectiva y la curiosidad por los detalles en la invención del futuro cercano nos alivian el dolor de la repetición.
Una cosa interesante de considerar es cómo, en la serie, la «política de género» se ha vuelto en pocos años tan ñoña y demodé que solo la utilizan como recurso demagógico los políticos más conservadores.
Al mismo tiempo, puede preguntarse por qué un amor homosexual sigue presentándose como heroico, en tiempos en los que se supone que ese asunto ha sido superado como problema. Tal vez porque el guionista de la serie (Queer as folk (2000), Casanova (2005)) ha demostrado con pícara ingenuidad su interés en algunos modos de la vida sexual, como solo puede hacerlo un joven inglés educado en Oxford.
Hay algo que me molesta bastante: todos los de la familia protagonista son «buenas personas» en un sentido cristiano protestante, y eso es inverosímil para el espectador que ha desarrollado cierta mirada crítica sobre la moral estandar que presentan los medios. La más nociva de la familia es sin embargo la paralítica, porque es medio jipi y se ve que piensa poco como todos los jipis.